¿Dejarías de comprar tu barrita de chocolate favorita si supieras el oscuro motivo por el que tiene un precio tan escandalosamente bajo en el supermercado?
Es una pregunta con trampa porque hay que saber diferenciar el chocolate bueno del malo: “No debe haber chocolate malo para nadie, pero debería haber chocolate bueno para todos”.
Es la contundente respuesta de Etelle Higonnet, directora de campaña de Mighty Earth, la primera ONG que se atreve a señalar con nombres propios a las grandes compañías chocolateras que están acabando con el ecosistema de un país africano.
Pero, ¿cómo diferenciar el chocolate bueno del malo? Fácil: el chocolate malo es el que fomenta la deforestación ilegal, la explotación infantil, el tráfico ilegal, los salarios cercanos a la esclavitud moderna y pone en riesgo a especies en peligro de extinción como el chimpancé o el elefante.
En este sentido, ningún país puede competir el trono de primer productor mundial de cacao a Costa de Marfil. El país de África occidental ha alcanzado la cifra récord de 2.000 toneladas, el equivalente al 15% de la producción global según cifras oficiales del barómetro del cacao en 2018.
Estos números deberían representar un motivo de orgullo nacional y un extra de riqueza para su maltrecho producto interior bruto, pero son números tramposos que esconden otra realidad dolorosa.
Costa de Marfil ha perdido más del 80% de sus bosques en los últimos 50 años, principalmente por la producción masiva de cacao que acaba en los estantes de los supermercados europeos.
Expertos internacionales han denunciado abiertamente que el gobierno marfileño tiene un plan para traspasar la gestión de su selva a los fabricantes internacionales de chocolate. ¿Es una estrategia de conservación o un acaparamiento de tierras para acabar con todo?
Uno de los últimos grandes pulmones de África depende en gran medida del precio que estamos dispuestos a pagar por una barrita de chocolate.
Evidentemente, no hay que volcar toda la culpa de esta crítica situación medioambiental al consumidor occidental. Es lógico pensar en chocolate cuando llega el bajón de azúcar en sangre, pero organizaciones como Mighty Earth reclaman unos mínimos éticos para que tomemos conciencia de la procedencia del cacao que elegimos en el supermercado.
Porque existe un link directo entre el chocolate producido por las grandes compañías y la destrucción de parques nacionales protegidos.
“Lo que realmente está sucediendo en Costa de Marfil (y en Ghana, Camerún, Brasil, Perú o Indonesia) por una onza de chocolate es absolutamente terrible”.
Si ahora sabemos que hay un cacao malo que mata y hay un cacao bueno que alimenta es porque gente como Etelle Higonnet señala con el dedo acusador a las grandes marcas chocolateras: “Aproximadamente la mitad del mercado mundial del cacao está controlado por tres compañías: Cargill, Olam y Barry Callebaut”.
El objetivo inicial de su investigación era calibrar el daño del aceite de palma en el medioambiente, pero descubrió sobre el terreno algo aún más perverso: cómo el cacao se abre camino ilegalmente a la velocidad de la luz.
Desde los cultivadores en los parques nacionales hasta los intermediarios, pasando por comerciantes, quienes luego venden su mercancía a Europa y los Estados Unidos, donde las compañías chocolateras lo convierten en trufas, barritas, golosinas, jarabes y miles de productos con diferentes porcentajes de cacao.
Esta es la cruda realidad: muchos nutricionistas recomiendan en medios especializados tomar 20 gramos de cacao al día debido a su poder antioxidante, sin ser conscientes que la crisis de la desertificación se intensificaría si todo el mundo les hiciera caso.
Higonnet lo ilustra con una cadena de catastróficas desdichas: “Sin bosques no hay lluvias. Sin lluvias no hay agricultura. Y sin agricultura todos los agricultores se hundirán en la miseria y migrarán a barrios marginales de la ciudad. O algo peor, se jugarán la vida en el Mediterráneo. En realidad, ya ha empezado a suceder. Esto sólo va a empeorar”.
Para solucionar el problema, las grandes chocolateras deben “comprometerse a pagar lo justo por su cacao para garantizar a los agricultores un ingreso vital”.
Según el reciente estudio ‘Chocolate’s dark secret‘, “una gran cantidad del cacao utilizado en el chocolate producido por importantes compañías de chocolate se cultivaba ilegalmente en parques nacionales y otras áreas protegidas”.
Aunque no todas las empresas lo están haciendo rematadamente mal. Higonnet pone sobre la mesa el buen ejemplo de Tony’s chocolonely, quienes no dejan lugar a la duda en su eslogan: “Juntos haremos chocolate 100% libre de esclavitud”.
Es decir, agentes implicados dentro del sector del cacao no esconden lo que está sucediendo en África. Y es que la ausencia de una presión gubernamental en áreas protegidas de parques nacionales, combinado con la voluntad de las grandes compañías de hacer la vista gorda, ha generado el ambiente propicio para continuar con la deforestación.
Es un secreto a voces: en Costa de Marfil más de un millón de personas viven en parques teóricamente protegidos atraídos por las posibilidades de obtener un ingreso mayor por sus plantaciones de cacao en terrenos más fértiles.
Entonces, ¿cómo negar a los agricultores su trabajo en las zonas protegidas sin dejarlos en la más absoluta miseria? “Es muy importante no expulsar violentamente a todos los productores de cacao que viven en los parques y áreas protegidas”, recalca Higonnet
“Eso podría causar un desastre humanitario y empujar a muchos productores de cacao a la pobreza. La mejor solución es ayudar lentamente a los agricultores a la espera de superar la edad más productiva de las plantaciones (la mayoría de las granjas de cacao deben ser arrancadas después de 25 años), y luego reubicar a los agricultores con un paquete de ayuda humanitaria”.
Históricamente, el cacao ha sido un cultivo de “tala y quema”. Cuando los árboles envejecen en cuarenta o cincuenta años, los plantadores de cacao se trasladan a nuevas partes del bosque para iniciar el ciclo de nuevo. “Hay que empoderar a los agricultores con una suave transición porque más del 90% de los bosques originales de África occidental han desaparecido”.
Es duro, pero la portavoz de esta ONG quiere dejar claro que “nunca recuperaremos todos los bosques que fueron destruidos. La situación no es reversible, sólo podemos detener la nueva deforestación. La clave para remediar los daños del pasado es hacer una transición de todo el monocultivo de cacao (nómada) a cacao agroforestal (sedentario)”.
Lo lógico sería que el manejo de los bosques pudiera ser una fórmula conjunta entre las autoridades locales y las comunidades, “pero el problema es que los políticos son extremadamente corruptos y, de hecho, han fomentado la deforestación durante décadas, por lo que es difícil confiar en ellos”.
Volviendo a la pregunta inicial, la cuestión es saber si el consumidor occidental tiene parte de culpa: ¡Por supuesto que sí! Todos somos parte del problema o parte de la solución. Hasta ahora la mayoría de los consumidores occidentales han sido parte del problema. Hemos comprado chocolate sin querer saber nada más que el precio”.
Es decir, sin querer leer la letra pequeña. “Pero, no tiene por qué ser así”, insiste Higonnet. “Cada vez más consumidores se preocupan y actualmente contamos con más de 2 millones de firmas exigiendo un mejor chocolate sin caer en el abuso de derechos humanos o la deforestación”.
Y continúa: “Tenemos muchas esperanzas depositadas en un cambio en la conciencia del consumidor gracias a que pequeñas empresas venden su chocolate en grano o barra con una producción más rastreable, más sostenible y más orgánica. Cada mordisco de este chocolate ayuda a fortalecer un modelo de negocio más positivo”.
Tenemos que empezar a pensar que tal vez no hay chocolate para todos si el cacao utilizado no supera los 0,75 euros a la venta en el supermercado. En este caso es probable que implique una producción ilegal, como pasa en el 40% de la cosecha de cacao de Costa de Marfil, según datos del barómetro en 2018.
Sea chocolate negro, con leche o blanco, la caída del precio del cacao es un tema urgente a resolver desde 2016 porque ha favorecido a los especuladores. Y es que cada vez más agricultores soportan todos los riesgos de un mercado volátil sobre sus espaldas, mientras las grandes compañías incluso obtienen ganancias inesperadas.
Con información de traveler.es