“Es un desastre. Es una maldita pesadilla”. Es lo que responde Roger Hallam cuando se le pregunta sobre la decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de construir una refinería y reactivar la producción petrolera de México.
Hallam dice que es un “proyecto suicida”, mientras se dirige a dar una conferencia a la biblioteca Solvay, un edificio histórico de la capital belga donde tienen lugar desde hace más de un siglo los famosos congresos científicos a los que han asistido Premios Nobel como Albert Einstein o Marie Curie.
Hallam, británico de 53 años de edad, es uno de los fundadores de Extinction Rebellion, el movimiento medioambiental que más gente ha logrado movilizar en las últimas décadas en Reino Unido, donde se han creado hasta 130 secciones locales, y que ha sido replicado en numerosos países. La organización promueve “una rebelión internacional no violenta contra los gobiernos del mundo por su inacción criminal sobre la crisis ecológica”.
Surgida apenas en octubre de 2018 y declarada apolítica, Extiction Rebellion exige a los gobiernos que informen “la verdad” sobre el calentamiento planetario, reduzcan a cero las emisiones de carbono para 2025 y conformen “asambleas ciudadanas”.
El manifiesto que marcó su nacimiento reza: “Nos declaramos en rebelión contra nuestro gobierno y las ineptas y corruptas instituciones que amenazan nuestro futuro”.
El 1 de mayo pasado, el parlamento británico fue el primero del mundo en declarar la “emergencia climática” en el país, como lo exigía la agrupación. Pero lo hizo sólo después de que miles de militantes de Extinction Rebellion bloquearan en dos ocasiones con plantones cinco importantes puentes de Londres a lo largo del río Támesis.
En la primera acción, bautizada “El día de la rebelión” y efectuada el 17 de noviembre, participaron seis mil personas, 70 de las cuales fueron arrestadas. En la segunda protesta, realizada en abril y que duró una semana, se congregaron más de 10 mil simpatizantes y terminó con mil detenidos por “alteración del orden público”.
La misma táctica implementaron ecologistas belgas que se plantaron el 25 de marzo pasado en Bruselas frente al parlamento federal, que días después rechazó aprobar una “ley climática”. El 28 de junio, decenas de militantes del grupo fueron evacuados violentamente por la policía cuando se disponían a cortar cuatro vías importantes de la capital francesa.
Los mexicanos, señala Hallam a este columnista, “tienen que resistir” a las políticas contaminantes del gobierno, porque en unos años “será demasiado tarde”.
De acuerdo con Climate Action Tracker, un consorcio de centros alemanes que monitorea las acciones de los países para reducir el cambio climático, las del actual gobierno mexicano se sitúan en el rango de “insuficientes”, pues “no son consistentes para mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados centígrados, y mucho menos con el límite de 1.5 grados del Acuerdo de París” que firmó México en 2015.
Si todos los gobiernos del mundo se comportaran como el mexicano, “el calentamiento global alcanzaría más de dos grados y hasta tres grados centígrados”, explica el consorcio, cuyos análisis están avalados por el gobierno de Alemania.
En México están registrados grupos de Extinction Rebellion en Ciudad de México, Monterrey y Puerto Escondido, Oaxaca, donde tuvo lugar una protesta el pasado 16 de abril. En fotografías publicadas en su página de internet se observa un pequeño grupo de personas caminando en la playa y sosteniendo una pancarta que dice: “12 años para salvar la Tierra”. Ese es el límite de tiempo que ha definido el Grupo intergubernamental de expertos de la ONU sobre el cambio climático para reducir 40% las emisiones de carbono y así tener 50% de posibilidades de evitar una “catástrofe ambiental”. No se encontró una cifra de adherentes, pero la cuenta xrmexico.org de Facebook contabiliza cuatro mil 200 likes.
Hallam fue activista antinuclear en los años ochenta; también fue granjero de productos orgánicos, hasta que, dice, perdió sus cosechas por culpa de los climas extremos. Fue también candidato a eurodiputado en las elecciones de mayo pasado, pero obtuvo menos de mil votos.
Además de fundador, Hallam es el principal ideólogo de Extinction Rebellion. Es quien, basado en experiencias históricas, introdujo como táctica de acción colectiva la “desobediencia civil masiva no violenta”, que no sólo conoce teóricamente.
A principios de 2017, Hallam realizó una huelga de hambre de una semana en el King´s College de Londres. Logró que esa universidad de élite —donde es investigador en el estudio de las luchas de desobediencia civil—, prometiera que a partir de 2020 dejará de invertir los 17 millones de dólares que destinaba a la industria petrolera, y lo hará en energías renovables.
“La ciencia prueba que la gente cambia de opinión por un proceso emocional y no por uno racional”, declaró Hallam al periódico francés Libération en París.
Hallam viaja impartiendo charlas en su país y en Europa, y ha publicado ensayos de referencia para su lucha.
En sus discursos y panfletos como Common sense for the 21st century o This is not a drill: an Extinction Rebellion handbook, Hallam sostiene que las campañas ecologistas de los últimos 30 años fracasaron, y que el Acuerdo de París no arregla nada porque “es pura ilusión”.
En su perspectiva, sólo las acciones de resistencia civil pueden generar el debate público que involucre a la sociedad y que sirva de presión a los gobiernos para que actúen realmente contra el calentamiento del planeta.
Para que tales movilizaciones funcionen, escribe Hallam, deben cumplirse cinco condiciones: tener como arranque una participación masiva de entre cinco y 10 mil personas; llevarse a cabo en la capital del país, “para rebelarnos bajo las ventanas del poder”; “romper la ley” de manera “no destructiva”; mantener la protesta varios días, “y mejor si es una semana”, y que sea efectuada en una “atmósfera social, física, psicológica y socialmente sustentable”: los manifestantes, resume, “deben divertirse”.
Hallam expone que, “para provocar un cambio político”, basta que “tres por ciento de la población esté lista a salir a la calle” para “perturbar” el orden social. En todas las revoluciones, afirma, la mayoría no hizo nada, y refiere que “cuando miles de personas estén en prisión, las cosas comenzarán a cambiar”.
Hay dos palabras que repite constantemente el activista: “Sacrificio” y “deber”.
Dado que “la sociedad democrática actual está a punto de ser destruida” por el cambio climático, “todo demócrata debe tener la responsabilidad de defenderla”, señala Hallam, quien alerta que un efecto de la hecatombe planetaria sería “la destrucción del proyecto social de la izquierda”.
“Una vez que la gente esté hambrienta” y que “la sociedad entre en caos”, dice, “la respuesta será la implantación de regímenes fascistas”.
El investigador asume que “las actividades de resistencia civil serán respetadas por la sociedad”, que apoyará un movimiento cuyos miembros están “dispuestos a ser arrestados”.
Hallam considera que es un “deber” de los ciudadanos que han tomado conciencia del cambio climático participar en protestas ilegales, que exigen un “sacrificio” frente al riesgo de que sean detenidos o reprimidos por agentes de seguridad.
Este columnista le comenta que en México es muy peligroso confrontar a los poderes oficiales o fácticos (el portal mexico.com registra 125 defensores de la tierra y el agua asesinados en la última década en el país).
“No digo que sea fácil”, responde Hallam, e insiste en que “resistir” es un “deber nacional”, “un deber con tu familia”. Si no hay movilización, advierte, “morirá tu familia, tu comunidad, tu país”.
La sección mexicana de la organización explica en su portal de internet que como “el planeta se dirige a la destrucción”, y “el gobierno y la ley no proporcionan ninguna garantía” “de futuro para la nación”, “es un sagrado deber de los ciudadanos rebelarse” y buscar mecanismos para asegurar las soluciones necesarias” que puedan “evitar la catástrofe” climática.
Al igual que la activista sueca Greta Thunberg, llamada por sus detractores “gurú apocalíptica” o “Nobel del miedo”, los dirigentes de Extinction Rebellion son también blanco de duros señalamientos, incluso de carácter personal.
El diario británico Daily Mail, donde publicaba su columna el actual primer ministro conservador Boris Johnson, no los baja de revoltosos profesionales, místicos drogadictos, oportunistas o muchachitos ricos mal educados que están manipulando a ingenuos “jipis de clase media”.
En un reporte publicado el 16 de julio último, Richard Walton, que fue jefe de la unidad contraterrorista de la policía londinense entre 2011 y 2016, acusó a Extinction Rebellion de ser una “organización extremista” que “debe ser confrontada por la policía, el gobierno y la sociedad”.
En una larga “evaluación” de 76 páginas sobre la “ideología y tácticas” del grupo, Walton concluye que detrás del mismo hay individuos con “una agenda subversiva enraizada en el extremismo político anarquista, eco-socialista y anticapitalista”, cuyo plan es “derrocar la democracia británica”.
En su reporte, financiado por Policy Exchange, un think tank ubicado a la derecha, el hoy investigador escribe: “No menos alarmante es que figuras relevantes de la organización han hablado de activistas que mueren por su causa (…) Dados los objetivos extremos de Extinction Rebellion, no es inconcebible que algunos de los que están al margen del movimiento puedan en algún momento romper con la disciplina organizativa y cometer actos de violencia”.
“La idea de que Roger y su camarilla me está manipulando es una teoría de la conspiración”, respondió al reporte de Walton un militante que dice haber trabajado en una petrolera y ser socialdemócrata. “La idea de que los miembros de Extinction Rebellion no saben lo que están haciendo es una babosada. Apoyo romper la ley sin violencia y ser arrestado”, dice el escrito publicado en la página de la sección Manchester del grupo.
“El programa político y económico de Extinction Rebellion está del lado de la razón, y bien respaldado por la investigación académica”, escribieron Simon Mair y Julia Steinberger, profesores de la Universidad de Murray y de Leeds, respectivamente.
Cuando se le pide una opinión sobre las críticas, como lo hizo el citado diario Libération, Hallam responde con una metáfora: “Si saltas en un acantilado, la ley de gravedad te va a matar porque caerás. Poco importan tus opiniones sociales o políticas”.
Con información de Proceso de Marco Appel