El Tren Maya preocupa porque puede provocar la deforestación de las últimas selvas tropicales de México; modificar los ciclos de las lluvias en zonas donde no hay ríos superficiales; la pérdida de capacidad de recarga de los acuíferos en una región de suelos porosos, y la contaminación del agua por desechos de las nuevas ciudades.
Detrás del Tren Maya se avecina la urbanización de las últimas reservas de cubierta vegetal tropical de México. Nuevas ciudades, desplazamiento de los pobladores originales, uso intensivo de agua y suelo, además de cambios radicales en la temperatura y en los ciclos de la lluvia.
Esas son algunas de las transformaciones que prevén biólogas del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY) y de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), basadas en datos y evaluaciones hechas por más de 240 investigadores de diferentes instituciones.
Entre todo lo que se puede argumentar sobre el tren hay un dato que se destaca: los investigadores expresan un “No rotundo” a que el tren impacte a la selva tropical mejor preservada de América del Norte: Calakmul, en Campeche. Esto no debe ocurrir, de ninguna manera, advierten.
Los efectos adversos que se prevén sobre los ecosistemas no son suposiciones abstractas. Se basan en investigaciones que analizan poblaciones silvestres de plantas en terrenos cerca y lejos de la urbanización, llevadas a cabo por más de diez años en la Península de Yucatán, así como por información documentada por las investigadoras Casandra Reyes García, Celene Espadas Manrique y Manuela Tamayo Chim, de la Unidad de Recursos Naturales, del CICY; junto con Alejandra García Quintanilla, de la Unidad de Ciencias Sociales de la UADY.
Las doctoras Casandra y Celene dieron una entrevista a la sección Academia de este diario y explicaron que además del Tren Maya, otros megaproyectos como el boom inmobiliario y turísticos, así como el creciente auge de las granjas porcinas y avícolas, las plantaciones de soya, y también, aunque suena paradójico, los grandes proyectos de energía limpia, como los parque eólicos y solares, están afectando los ecosistemas de esta región.
Con datos científicos, estas investigadoras plantearon y respondieron una pregunta: “El Tren Maya ¿por qué están tan preocupados los biólogos?”. La respuesta es como una raíz de la que salen numerosos brotes: el tren preocupa porque puede provocar la deforestación de las últimas selvas tropicales de México; modificar los ciclos de las lluvias en zonas donde no hay ríos superficiales; generar la pérdida de capacidad de recarga de los acuíferos en una región de suelos porosos, y contaminar el agua por desechos de las nuevas ciudades.
La lista de señales de alarma se extiende hasta configurar un escenario que puede dejar un saldo negativo para las futuras generaciones: un colapso ecológico o la pérdida irreversible de ecosistemas. La causa: una política desarticulada que no aprecia la manera cómo las comunidades mayas dependen del aprovechamiento sustentable de las selvas, por medio de la agricultura y la apicultura.
“Hace falta una evaluación ambiental estratégica”. Los megaproyectos terminan por comerse a la selva. Lo hemos visto desde hace más de diez años en la Riviera maya. Se forman ciudades nuevas y los menos beneficiados son los pobladores locales”, indica Casandra Reyes, quien agrega que para validar el proyecto del Tren Maya se ha hecho una consulta pública muy corta al interior de las comunidades.
A su vez, Celene Espadas pide enfocar la atención en el recurso hídrico de esta región, ya que “la recarga del acuífero de la Península de Yucatán depende de las lluvias, y las lluvias dependen de grandes extensiones de selva; este servicio ambiental no se podrá compensar con manchones de vegetación que el proyecto contempla. También, la pérdida de vegetación afectaría la diversidad de flora y fauna, y tendría repercusiones en el sector primario; actividades agrícolas y apícolas se podrían ver afectadas, pues los polinizadores perderán extensión de cubierta vegetal y variedad de plantas”.
El CICY es uno de los 27 Centros Públicos de Investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y sus investigadoras hablan con la autoridad que les da el tiempo, por ejemplo, la observación durante 10 años de lo que ha ocurrido en polígonos o áreas de terreno localizados en diferentes ecosistemas de la Península de Yucatán, cercanos y lejanos a las ciudades.
“Para nadie es un secreto que Mérida es la ciudad que más ha crecido en esta región en los últimos años, y ya es un foco rojo de contaminación del agua y de deforestación de las selvas que la rodean. Eso podría repetirse con nuevos polos de desarrollo”, dice Reyes García.
El 5 de febrero de este año, Rogelio Jiménez Pons, director del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (FONATUR), que es un instrumento del gobierno de la República para promover la inversión turística en el país dijo, sobre quienes se oponen al proyecto del tren maya:
“Es muy fácil decir de repente que no haya desarrollo. No podemos ser a ultranza conservacionistas cuando tenemos tanta miseria; tenemos que crear desarrollo y el desarrollo va a tener afectaciones al medio ambiente, obvio. Pero primero va la gente. No ganamos nada como país con tener jaguares gordos y niños famélicos; tiene que haber un equilibrio. Sí tiene que haber jaguares bien comidos, pero con niños robustos y educados y capacitados. Ése es el tema: muchas veces va a implicar afectar el medio ambiente, pues remediemos las afectaciones… ¿Cuál es la razón finalmente que un santón de la ecología lo quiera parar? Yo no lo entiendo a no ser que sea de intereses”.
A partir de estas declaraciones las científicas del CICY y de la UADY consideraron mucho más importante difundir las razones por las cuales los investigadores están preocupados por el impacto que el Tren Maya pueda tener sobre la selva del sureste mexicano, y las consecuencias de esto sobre el bienestar de todos.
En un artículo publicado en el mes de junio, en la revista Desde el herbario, del CICY, el grupo de investigadoras integrado por Reyes García, Espadas Manrique, García Quintanilla y Tamayo Chim explicó claramente que su preocupación es que al entrar el tren a la Reserva de la Biósfera de Calakmul y darle conectividad con el turismo masivo de Cancún y la Riviera Maya, esto pueda derivar en un colapso ecológico.
“Un colapso ecológico se define como una situación donde el ecosistema sufre una serie de cambios irreversibles que afectan a gran parte de sus organismos y resulta en una extinción masiva. Este colapso ecológico no sólo compete a la flora y fauna del lugar, sino que repercute directamente sobre todos los seres vivos, incluyendo los humanos, que nos beneficiamos de los servicios que la selva nos brinda. Son estos servicios los que no se han valorado en las sociedades occidentales actuales y que requieren ser visibilizados y señalados ante declaraciones como la arriba citada”, expresa el artículo firmado por las cuatro científicas residentes en la Península de Yucatán.
Es muy importante aclarar que no toda la zona donde pasará la ruta del Tren Maya es zona de conservación, de hecho, la mayor parte de la Península de Yucatán está dedicada a usos agrícolas o silvícolas. En esos casos, es importante observar que muchas comunidades mayas han aprendido a hacer un aprovechamiento sustentable de los ecosistemas pues, como indica la doctora Casandra Reyes, las comunidades mayas que habitan en estas selvas practican un sistema de aprovechamiento, como el de roza, tumba y quema, que ha sobrevivido desde antes de la conquista española.
“Siendo que el suelo en la Península no es muy rico, los nutrientes que utilizan para la agricultura provienen de los materiales que genera el bosque y la selva. No estamos pidiendo que no se toque nada, ése es un dilema falso, lo que argumentamos es que se permita a las comunidades seguir aprovechando sus recursos como lo han hecho. Y si se les puede apoyar se debe hacer para que tengan mejores organizaciones de trabajo o en mejorar procesos, como el envasado, etiquetado y exportación de miel, a la que se dedican miles de familias”, explica Reyes García quien subraya que no se trata de no tocar la selva sino, al contrario, no quitarle la selva a quienes ya la están usando en formas de bajo impacto.
Retomando el tema del posible impacto de los megaproyetos de infraestructura sobre ésta, el suelo y el agua, la doctora Reyes pide a las personas recordar que las características del suelo y la roca de la Península de Yucatán favorecen que el agua de lluvia se infiltre rápidamente, pero también todo lo que vierte en la superficie.
“El acuífero de la Península es muy importante y se caracteriza por su porosidad. Esto permite que se infiltre todo lo que cae en la superficie, tanto agua limpia de lluvia como hidrocarburos, plaguicidas y desechos de las ciudades. En esta región se han identificado muchas fuentes de contaminación, no hay buenos sistemas de drenaje y las fosas sépticas en las ciudades no cumplen con los estándares para la correcta filtración. A esto hay que añadir que en las grandes ciudades del sureste sólo se trata, parcialmente, el 60% de las aguas residuales de las granjas. Esto significa que nuevos asentamientos pueden generar más focos rojos de contaminación y deterioro en la calidad del agua, como ya se observa en la ciudad de Mérida”, añade la experta consultada.
La doctora Celene Espadas también dedica unos minutos a explicar que la recarga del acuífero de la península de Yucatán depende de las zonas más lluviosas ubicadas en el municipo de Calakmul, el proyecto del Tren maya podría no sólo afectar la vegetación y la biodiversidad —que es grave— , sino también provocar cambios en los ciclos de la lluvia y con polos de desarrollo, un aumento en la temperatura.
“De manera puntual, nos preocupa la lluvia, que es uno de los servicios ambientales más importantes que los habitantes del sureste recibimos de las selvas. Dependemos del agua subterránea y de su calidad, que está supeditada a las actividades humanas que se realicen en esta región”, Espadas Manrique.
En cada afirmación se presenta una idea en común: el problema no es sólo el Tren maya, sino la urbanización desordenada que puede acompañar a ese proyecto y que ya se vio en otros planes gubernamentales de desarrollo de zonas, como Cancún y la Riviera Maya.
“Lo que volvemos a decir los biólogos es un ‘No rotundo’ a que se toque la selva de Calakmul porque esta península depende de su vegetación, de las lluvias y de su efecto regulador de la temperatura. Experimentos de varios años han demostrado que los árboles reducen hasta 10 grados celcius la temperatura en donde están presentes. Si ese efecto amortiguador se rompe tendremos efectos en los ecosistemas, en los sistemas de producción y en la calidad de vida de las comunidades”, concluye Celene Espadas.
Con información de Crónica