Desafiar a la muerte. Alterar el tiempo, tocarlo y registrar su transcurrir, fue la obsesión de Félix Tournachon, mejor conocido como Nadar (París, 1820-1910), fotógrafo excepcional y personaje imprescindible para comprender una época cuya luz aún nos ilumina.
Gacetero, periodista, caricaturista, inventor y aeronauta, encontró en la conciencia de su mortalidad la pulsión que lo llevó a realizar febrilmente cada uno de sus oficios. En un diálogo con la muerte, Nadar consigna esta sentencia: “en la inmensa soledad de las llanuras, en las populosas calles de la ciudad, siempre estás presente para mí y yo te acompaño”. Esa presencia constante avivó su fascinación por la aventura sin importar los riesgos, siempre ávido por descubrir, experimentar y… volar.
Fue la fotografía, tal vez, el vehículo que más lo acercó al cumplimiento de su anhelo: “No deseo otra cosa que archivar y preservar, en una serie fotográfica, en la serie de fotografías escritas que conforman mis memorias, no solo la velocidad de la luz sino también de la noche y el olvido sin los cuales nunca podríamos ver, y sí, también la muerte y el duelo sin los cuales ni ustedes ni yo podríamos decir que estamos vivos”, confesó Nadar en una colección de relatos que conforman sus memorias reunidas bajo el título Cuando era fotógrafo, publicado en 1899.
Editorial Canta Mares lanza este 2019, en español (la traducción del francés estuvo a cargo de Melina Balcázar), este singular y fascinante documento escrito por un genio parisino que otorgó a su mundo un rostro fotográfico. La estructura de estas memorias es compleja, como complejo es su autor. Se trata de una serie de catorce anécdotas redactadas en tono conversacional que no siguen un orden cronológico y cuyo contenido va desde sus proezas en globo aerostático al realizar las primeras fotografías aéreas de la historia, su descenso por las catacumbas y cloacas de París, cuando por primera vez se utiliza luz artificial en las tomas de imágenes, hasta la descripción de sus clientes en su estudio fotográfico y cómo una fotografía impacta en la opinión pública en el caso de un famoso homicidio.
El legado de Félix Nadar ha llamado fuertemente la atención de estudiosos de la imagen como Walter Benjamin, quien no pocas veces citó esas memorias en algunas de sus obras, o Rosalind Krauss, figura esencial en la crítica de arte, quien señala el carácter “digresivo” de esta obra escrita “como una colección de cuentos de vieja, como si un pueblo hubiese confiado sus archivos a la comadre local… Son una serie de reminiscencias personales que poco tienen de relación con el título del volumen”. No obstante, las aparentes desviaciones del tema central no restan méritos a este deslumbrante libro.
En la introducción que acompaña la obra publicada por Canta Mares, Eduardo Cadava, prestigioso catedrático de Princeton, sostiene que “aún en esos textos que parecen caprichosos encontramos una potencia analítica que encumbra estas memorias como uno de los escritos sobre fotografía más sobrecogedores, precisos y ricos de los que tengamos noticia. El texto se nos presenta como una serie de instantáneas en prosa; cada una de ellas nos ofrece una alegoría de las diferentes características y los distintos rasgos del mundo fotográfico”.
Altos vuelos y bajo mundo “Nací por aquellos tiempos de inocencia en los que un ministro no robaba más de cien mil francos, e incluso lo hacían entre dos, como para que los pescaran más rápido. Las costumbres eran afables, los corazones simples”, relata Nadar en el último capítulo de su libro, titulado “Alrededor de 1830”. Sus memorias reflejan también la efervescencia del París del siglo XIX en “un indiferente desorden de fechas y datos con los que sobre todo nací peleado”.
El narrador va más allá de la cronología y exhibe una fotografía escrita de los acontecimientos relevantes de su tiempo. “Como si, por arte de magia o ilusión teatral, el primer pitido de la primera locomotora hubiera hecho que todo se despertara y pusiera en marcha. Todo un mundo nuevo se pone en movimiento en aquel universal abril, titubea, se agita, se lanza al vuelo con riesgo de buscar después dónde asentarse: todo se pone y vuelve a poner en tela de juicio. El corazón y cerebro de París bullen”. Sus textos conforman un deslumbrante retrato de los avances científicos y tecnológicos, las transformaciones políticas y sociales, el desarrollo de nuevos medios de comunicación y, sobre todo, el poder de la fotografía para modificar la percepción del mundo.
“La fotografía es un descubrimiento maravilloso, una ciencia que ocupa las más altas inteligencias, un arte que agudiza las mentes más sagaces —y cuya aplicación está al alcance de cualquier imbécil—. […]Es posible aprender la teoría de la fotografía en una hora y los elementos para practicarla en un día. Lo que no se puede aprender […] es el sentido de la luz, la apreciación artística de los efectos producidos por distintas y combinadas fuentes de luz, el empleo de este o aquel efecto conforme a la fisonomía que, en tanto artista, debo reproducir”, asevera Nadar.
En el capítulo “La primera prueba de fotografía aerostática”, el artista describe sus numerosos intentos por elevarse en un enorme globo hasta convertirse en el primer fotógrafo en capturar imágenes desde las alturas. “Todo está lejos, preocupaciones, amarguras, aversiones. Qué bien caen desde arriba la indiferencia, el desdén, el olvido —y también el perdón—. Otro éxtasis nos llama, sin embargo, hacia el admirable espectáculo que se ofrece a nuestras miradas cautivas.
Bajo nosotros, como queriendo hacernos el honor acompañando nuestra marcha, la tierra se extiende en una inmensa alfombra sin bordes, sin comienzo ni fin, de colores variados en donde predomina el verde, en todas sus tonalidades y asociaciones”, rememora el fotógrafo sobre aquel glorioso momento. En la sección “París subterráneo”, narra su descenso a las profundidades de la capital francesa para retratar catacumbas y cloacas, “un campo infinito de acción”.
Durante esas expediciones tuvo lugar el primer ensayo fotográfico con luz artificial, algo que muchos, sin la audacia de Nadar, consideraban impensable. “Como ocurrió con mi tentativa de la fotografía aerostática, que con vehemencia en aquel entonces combatieron y negaron los más competentes, me confronté con más de un contradictor cuando me ocupaba de suplir la luz diurna por las iluminaciones artificiales. […] Una vez concebida la idea, me dediqué a los preparativos.
A partir de entonces, la posibilidad de la fotografía con luz artificial se había conseguido”. Sus fotografías no solo demostraron su intrepidez y singular visión. El crítico Eduardo Cadava asevera que constituyen “una declaración de amor a París y a las personas que amaba, y a quienes amaba fotografiar”. Al retratarlas, Nadar inmortalizó a las personalidades más célebres de su tiempo, como Charles Baudelaire, Gustave Doré, Théophile Gautier, Victor Hugo, George Sand, entre una larga lista de amigos que sucumbieron a la genialidad del inventor, como fue también el caso del visionario Julio Verne, a quien inspiró y contagió su pasión por el vuelo aerostático.
Muchos más fueron atraídos por su cautivadora personalidad. “Quien busque el honor antes que la ganancia encontrará el medio más seguro para obtener la ganancia con honor”, sentenció. En otra de sus viñetas, “Fotografía homicida”, muestra la poderosa influencia de una imagen para formar o deformar la opinión pública, al desarrollar un relato fascinante sobre un boticario ofendido que, con la complicidad de su hermano y su esposa adúltera, asesina al amante de ésta última.
El crimen alcanza una inusitada notoriedad cuando la fotografía del cadáver desfigurado flotando en el río es publicada en el periódico. “El servicio de la prefectura fotografió el horror, y un endemoniado diario siempre al acecho se procuró la primera prueba: desde ayer, todos se apiñan en la sala de noticias de Le Figaro, y París entero pasará por ahí. “Solo un grito ante la imagen maldita: “—¡Oh! ¡Qué ruines! ¡Qué monstruos! “La fotografía acaba de pronunciar la sentencia —la sentencia sin apelación—: ¡que mueran! “Toda la manada se lanzó ladrando, aullando tras la pista de sangre hacia donde ningún poder logrará detenerla ahora. “Permanezco a la vez sobrecogido de horror y de una infinita piedad ante los condenados que pagarán por el culpable absuelto, hundidos para siempre en lo horrible e irreparable… Pero esta vez la fotografía lo quiso así”.
Nadar muestra el poder de la imagen para inocular opiniones, movilizar multitudes y rebasar autoridades: “la prueba fotográfica suplantó de manera soberana todo el resto, arrastrándolo consigo”. El juicio en contra del homicida y sus cómplices no se realiza en los tribunales; es la opinión pública la que se encarga de sentenciarlos. El episodio es de una sorprendente vigencia.
En la actualidad, una imagen, publicada en diferentes plataformas, sigue ejerciendo un potente influjo. En opinión de Eduardo Cadava, Nadar atestigua “el nacimiento de un periodismo moderno que inventa el refuerzo mutuo entre palabras e imágenes en la producción de una opinión contagiosa”.
Imprescindibles, las memorias de Félix Nadar ofrecen la mirada de un visionario multifacético que hizo de la fotografía su lenguaje.
Con información de Milenio