Compartir costumbres y tradiciones ancestrales con la comunidad, y en especial con la familia, refuerzan los vínculos y dan un sentido de pertenencia. En México, las celebraciones navideñas tienen características distintivas a las europeas -de donde es originaria- porque tienen un fuerte componente prehispánico que no todos conocen.
La Navidad, palabra derivada del latín “nativitas” o “nacimiento”, es uno de los principales festejos del cristianismo que marca el nacimiento de Jesús de Nazareth. Hasta la fecha, nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació Jesucristo, pero se piensa que en la Edad Media los líderes de la Iglesia Cristiana, inspirados en los evangelios de San Mateo y San Lucas, fijaron la fecha con el fin de que sus fieles se alejaran de las fiestas paganas, en este caso, vinculadas al solsticio de invierno.
Existen documentos históricos que señalan que la primera Navidad realizada en tierras americanas tuvo lugar el 25 de diciembre de 1492 en la llamada “La Hispaniola”, isla que actualmente conforman Haití y República Dominicana, poco después de que los europeos descubrieran el continente.
De acuerdo con investigaciones, Cristóbal Colón realizaba un reconocimiento del área cuando la carabela “Santa María” registró problemas. Ante este obstáculo y con la ayuda de indígenas, se puso a salvo la carga que traían los conquistadores y con la madera de la carabela se procedió a construir un fortín. Allí se quedaron 39 hombres, parte de la tripulación.
El fuerte se terminó de construir el 25 de diciembre, y en consecuencia, Colón lo llamó “La Navidad”, día en el que los españoles celebraron esta fecha religiosa por vez primera en suelo del nuevo mundo, según relata la autora Virigina Nylander Ebinger en su libro “Aguinaldos, costumbres navideñas, música y comida de los países de habla hispana en América”.
Mientras que en México, historiadores señalan que la primera Navidad propiamente mexicana de la que se tiene registro fue en 1526. El misionero franciscano, Fray Pedro de Gante, le escribió al Rey Carlos V sobre esta celebración con los indígenas en la que entonces se conocía como la Nueva España.
Cuando los evangelizadores llegaron, en su afán de difundir la religión buscaron aprovechar puntos de contacto que facilitaran la conversión de los indígenas. Por ejemplo, los aztecas celebraban en invierno el nacimiento de Huitzilopochtli, dios de la Guerra, coincidiendo con la época de Navidad. Estos días los Tenochcas llevaban invitados a sus casas y les ofrecían tzóatl, lo que hoy conocemos como “alegría” (dulce de amaranto).
Pedro de Gante, tras dedicar mucho tiempo a aprender y asimilar la lengua náhuatl y las costumbres indígenas, le describe a Carlos V cómo introduce la fiestas decembrinas dentro del proceso de evangelización. Así, detalla cómo había transformado las costumbres indígenas como las danzas y los cantos en ritos cristianos.
Entre sus narraciones, le cuenta al monarca que mantuvo la música de los cantos indígenas, pero cambió la letra, describiendo cómo compuso versos solemnes en honor a dios.
Además, las tilmas o mantos que llevaban los indígenas las pintó con temas alusivos a la Navidad, e incorporó a los más pequeños, disfrazando a los niños indígenas de ángeles para que cantaran en Nochebuena villancicos.
Así, de alguna manera, “fusionaron” tradiciones cristianas con costumbres indígenas que dieron como resultado los nacimientos, las pastorelas y posadas, en las que cada año se reúnen familias mexicanas a cantar villancicos, romper la piñata y cenar platillos de temporada como los romeritos o el bacalao en Nochebuena, elementos icónicos de estas fiestas que han pasado de generación en generación desde el periodo de la evangelización hasta nuestros días.
Con información de Infobae