La industria textil factura cada año el equivalente de unos tres billones de euros, algo así como el triple del PIB español. Se trata de un sector altamente intensivo en mano de obra y con fuerte impacto en el medio ambiente. El cultivo del algodón, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), genera ingresos para 250 millones de personas en el mundo y requiere una extensión cultivada similar a más de mitad de la península ibérica.
Y otros 300 millones de personas viven de la trasformación textil. En total, contando todas las fibras, más de 600 millones de personas –o sea, una de cada 11 que habitamos el planeta– viven gracias al trabajo generado por la necesidad de vestirnos. Pero ¿cómo viven?
Los millennials han encontrado un ámbito de reivindicación en cómo vestirse
Este blog se ha referido en numerosas ocasiones al desastre que significó el derrumbe de la fábrica Rana Plaza en Bangladés hace más de seis años, que se cobró la vida de más de 1.100 personas y evidenció la ausencia de preocupación de muchas de las grandes marcas sobre cómo se ha producido la ropa que venden.
Y se ha destacado también el estruendoso contraste entre los dos platillos de esta balanza: la ropa es el icono de la moda, de la modernidad y del consumismo, al mismo tiempo que una trampa en la que millones de personas realizan su trabajo en condiciones miserables porque la alternativa es el hambre.
Sin embargo, en los últimos años se han unido dos corrientes que se rebelan y exigen cambios. Podríamos llamarlas de responsabilidad social y medioambiental. En el sector textil, resulta particularmente importante que se trate de rebeldías mayoritariamente protagonizadas por gente joven, por millennials, una generación que muchas veces es tildada de individualista y acomodada pero que, precisamente en un aspecto tan personal como el vestirse, ha encontrado un ámbito de reivindicación.
Y ya son bastantes las propuestas que la industria está articulando para responder a esa demanda responsable. Es una respuesta que quizás está teniendo de momento más ejemplos en la parte medioambiental que en la social, pero que está calando fuerte. Y cuando una marca empiece a proponer algunos productos con esos compromisos, será difícil que pueda parar porque quedaría en una evidencia sonrojante: “Tengo toda esta colección certificada ecológica y socialmente… Y luego, tengo toda esta otra que no se preocupa por estos temas”.
Desde el comercio justo no solo vamos a seguir ofreciendo alternativas que cada vez tienen más aceptación –como la colección Veraluna Ethical Fashion que acaba de recibir una gran aceptación en la Fashion Kultur de Bilbao–, sino que además vamos a continuar trabajando con otras redes y movimientos en la vigilancia del sector, denunciando los casos de abusos y reconociendo las buenas prácticas para que cada vez más industrias textiles inicien un proceso de cambio en sus prácticas que ya no tenga retorno. Un proceso en el que se equilibre una balanza que hasta ahora, con la condescendencia de los consumidores y consumidoras, ha mantenido a millones de personas en condiciones inhumanas a cambio de los dividendos de unos pocos.