El grabador mexicano, quien falleció el 20 de enero de 1913, se hizo famoso por sus litografías con escenas de muerte, estampas populares y caricaturas sociales
Pintor y caricaturista, José Guadalupe Posada es reconocido a nivel internacional por La Catrina, además de que se hizo famoso por sus litografías con escenas de muerte, estampas populares y caricaturas sociales, inspiradas en la sociedad mexicana del siglo antepasado.
El 20 de enero de 1913 falleció el grabador e impresor aguascalentense José Guadalupe Posada, de quien el poeta Octavio Paz consideraba “no un artista del siglo XIX: como Alfred Jarry, es nuestro contemporáneo. También será el contemporáneo de nuestros nietos”.
“Al final del siglo XIX surge un gran artista: José Guadalupe Posada”, aseguraría el autor de El laberinto de la soledad, quien a lo largo de su vida escribió grandes alabanzas a la obra del grabador mexicano nacido en Aguascalientes el 2 de febrero de 1852.
André Bretón en el prólogo de su Antología del humor negro dice que “el triunfo del humor al estado puro y pleno, en el dominio de la plástica, debe situarse en una fecha próxima a nosotros y reconocer como a su primer y genial artesano al artista mexicano José Guadalupe Posada”.
Paz observa que el poeta francés no vacila en comparar los grabados de Posada, en blanco y negro, con ciertas obras surrealistas, especialmente los collages de Marx Ernst. Con Posada no sólo comienza el humor en las artes plásticas modernas, sino también el movimiento pictórico mexicano.
A pesar de que murió en 1913, Diego Rivera y José Clemente Orozco lo consideraron además de un precursor, un contemporáneo suyo. Tenían razón. Me atreveré a decir que incluso Posada me parece más moderno que ellos”, comentaba Paz.
Paz pone como ejemplo de la universalidad de Posada a la famosa Catrina que no es únicamente una estampa satírica de las señoras elegantes de su tiempo; es una imagen poética, un emblema en el que el lujo se alía a la muerte: plumas, sedas y huesos. Es la moda, pero vista desde la perspectiva de un Leopardi: la moda hermana de la muerte.
Octavio Paz aseguraba que los temas de Posada son los de la vida diaria; su manera de tratarlos los rebasa, les da otra dimensión. Mejor dicho, los abre hacia otra dimensión. No son ilustraciones de éste o aquél hecho sucedido, sino de la condición humana.
Posada se inició en el grabado a los 16 años en el taller de Trinidad Pedroso, luego de superar las rencillas familiares sobre su futuro artístico. Con Pedroso aprendió los secretos de un oficio tan antiguo como complicado. Los resultados están a la vista de todos.
La caricatura fue una decisión personal y natural, por lo que su jefe lo introdujo al mundo del periodismo y la prensa gráfica. En El Jicote, que data de 1871, aparecieron sus primeras obras en este sentido.
En esa época, la familia lo era todo y al igual que muchas otras, la de Posada estaba preocupada por el destino elegido por José Guadalupe, quien para sosegar los ánimos consiguió una plaza de maestro de litografía en la escuela preparatoria de León, Guanajuato, donde dio clases durante un lustro. Ello no le impidió dedicarse a su gusto por los anuncios, comerciales y estampación de imágenes religiosas.
En 1888 por las inundaciones en León regresó a la Ciudad de México, donde recibió varias ofertas de trabajo. Aquí puede decirse que despegó su carrera, ya que creó cientos de grabados para los periódicos La Patria Ilustrada, Revista de México, El Ahuizote, Nuevo Siglo, Gil Blas, El hijo del Ahuizote y otras más.
Junto a su prestigio como artista, creció su poder adquisitivo y su deseo de experimentación, al utilizar planchas de zinc, plomo o acero en sus grabados.
Hablar de Posada es referirse a una parte importante de la historia del arte mexicano del siglo XIX y del XX, de ahí que su influencia sea innegable en las generaciones posteriores a él, incluso en este siglo XXI.
En 1933, dos décadas después de su muerte, quien lo redescubrió fue Jean Charlot, quien editó sus planchas y reveló la influencia de Posada sobre artistas de las posteriores generaciones.
Su muerte, hace poco más de cien años, pareció no importar a nadie. El cadáver de don Lupe, cuya acta de defunción señaló alcoholismo como causal, salió de una vecindad marginal de Tepito con rumbo a las tumbas de sexta clase, las únicas gratuitas del panteón de Dolores. Ahí permaneció sin que nadie reclamara sus restos, quedando en el olvido en una fosa común, junto a decenas de calaveras del montón que, como él, fueron olvidadas.
Extraña historia porque, a pesar del anonimato, sus grabados se reproducían por millares en hojas volantes baratas, con noticias de la vida diaria y de la revolución, impresas en el taller del editor Antonio Vanegas Arroyo. La amarga ironía es que su obra más conocida, después llamada Catrina pero cuyo nombre original es “La Garbancera”, comenzó a circular impresa en noviembre de 1913, 11 meses después de su funeral.
Con información de Relatos e Historias / Agustín Sánchez González