En el libro Escritos sobre Ortega, sostuvo la filósofa española María Zambrano: “Ortega y Gasset ha señalado la situación de naufragio como la más propicia para que surja el pensar […] ya que todo da a entender que sólo in extremis el hombre piense […] En el naufragio va la vida. La muerte sería, por lo tanto, la insustituible presencia que hace nacer el pensar”.
Pues bien, la declaración de pandemia que hizo la Organización Mundial de la Salud (OMS) por la propagación del Covid-19, nos pone justamente frente a esa posibilidad de naufragio de la especie humana, donde “va la vida” y donde la muerte pasa a ser una presencia inquietante, real; o más bien, donde la posible extinción del ser humano estremece la normalidad de los días y “hace nacer el pensar”. Nos obliga a pensar, pues, en alternativas.
Ortega tenía razón: sólo en situaciones extremas piensa el hombre. Lo hemos visto en los últimos días: el cierre de las fronteras nacionales, el aislamiento de ese antiguo sueño llamado Unión Europea, la cancelación de miles de vuelos internacionales y nacionales, el confinamiento de millones de ciudadanos en sus casas, el cierre de cientos de negocios, grandes y pequeños, el colapso de los sistemas de salud, la cancelación de las clases presenciales; los retenes, los protocolos, las medidas de higiene, la escasez de productos como tapabocas, geles anti-bacteriales, desinfectantes, alcohol, jabones; el pánico latente y a punto de desbordarse de los transeúntes en la calle o de quienes acaparan con y sin disimulo en los supermercados…en fin, el estado de excepción global impuesto por los gobiernos en el mundo, que no desechan acudir a la coerción si no se obedece…todos estos hechos hacen pensar en un real y posible apocalipsis civilizatorio.
Éste ya no es producto de las asociaciones libres que suele hacer esa maravillosa facultad llamada imaginación- materializada en la literatura y en el séptimo arte- sino que se ve como algo que está en camino, en tiempo real…o como algo que puede ser “un destino común”.
Quienes venían haciendo énfasis en la crisis sistémica civilizatoria (me incluyo), entre ellas, la económica, la ambiental, la energética, la alimentaria, la axiológica, entre otras, no habían imaginado con suficiente hondura que la naturaleza misma ofrecería otra causa que no sólo profundizaría muchas de esas crisis, como la económica, sino que, incluso, podría ayudar a paliar otras, como la ecológica y la ambiental.
Quienes hacían énfasis en la crisis epocal del capitalismo o de este modelo de civilización, no imaginaban que otra crisis planetaria llegaría más pronto para estremecer desde sus cimientos esta disneylandia global en que se ha convertido el mundo.
Y no lo imaginaban sencillamente porque no eran lo suficientemente conspiracionistas y paranoicos como para pensar en la irresponsabilidad demencial de una guerra biológica; o porque tenían las esperanzas puestas en la ciencia médica y en sus bondades, y pensaban que habría una respuesta rápida para una amenaza semejante. Pues bien, es posible que estuvieran equivocados.
El coronavirus ha tomado al planeta por asalto. Y como en toda crisis, aparecen los desajustes sociales; se patentizan las contradicciones y se evidencian las tensiones del orden social. Y de estas tensiones surgen- como en la filosofía de Nietzsche- distintas posibilidades y distintos vectores. Es justo aquí cuando se revelan ciertas verdades emergidas de lo hondo de la crisis…verdades que se nos enrostran:
La primera de ellas, la conciencia de que la vida es una sola, un río vital, un circuito, una interdependencia. Y en ese circuito navega la especie humana, como otra especie más; como un biotipo de la naturaleza, sometido, a pesar de la libertad humana, a las leyes de este cosmos, a las dinámicas vitales.
En este sentido, el coronavirus pone de presente la fragilidad y la codependencia de la vida humana. La segunda, se evidencia el destino común de la especie humana, su destino compartido. Este aspecto es importantísimo porque el modelo social neoliberal se funda en el egoísmo y la competencia, donde sobreviven los más aptos.
Pues bien, el Covid-19 no respeta raza, sexo, género, riqueza o religión; no discrimina y es democrático. Pone de presente, por demás, que la salvación, el alivio o la superación del peligro, no es una cuestión individual, sino que debe sustentarse en el trabajo colectivo, en la ayuda mutua, la colaboración, la solidaridad, la conciencia plena de la sociabilidad y en la autorresponsabilidad.
Por eso, el coronavirus obliga a materializar en la práctica social valores opuestos (contravalores diríamos con Fals Borda) a los valores neoliberales, a la vez que genera contra-normas que derivan en una orientación pragmática muy opuesta al modo de vida hegemónico actual.
En tercer lugar, el virus trae de vuelta una vieja verdad: el miedo como uno de los mejores “instrumentos” de supervivencia. Así como el ser humano ha vivido en el umbral de la violencia y la no-violencia, así mismo se encuentra en el umbral existente entre el miedo y la tranquilidad. No hay que olvidar que en el caso de Hobbes el miedo aparece como el fundamento del gobierno, la autoridad y el Estado.
Es el miedo el que lleva al hombre a la renuncia en el estado de naturaleza a favor de la vida, la cual sólo es posible si se evita la guerra y la violencia por mano propia. Como ha dicho G. Agamben en su libro Stasis: “el carácter político de la vida humana deriva de la posibilidad de la guerra”; -y de la huida al miedo, podríamos agregar. De ahí que el hombre renuncia a la violencia salvaje para someterse a la “violencia legítima” administrada por el Estado.
En la situación actual, el miedo reaparece con su poder destructor y socializador. Destructor porque puede llevar a comportamientos irracionales, como el acaparamiento de productos de necesidad básica para combatir la propagación del virus; socializador o salvador porque el temor a perder la vida lleva a los ciudadanos a someterse a los poderes públicos y a las organizaciones internacionales como la OMS.
El miedo nos pone, de nuevo, en un umbral donde nos podemos salvar o donde nos podemos acabar de hundir como especie. Esta dialéctica lleva a lo siguiente: en el primer caso, creyendo luchar a favor del principio de conservación, los individuos se portan de manera egoísta y propagan más el virus; en el segundo, toman conciencia del atentado contra sí mismos que comporta el egoísmo y prefieren, sensatamente, someterse a los poderes públicos.
En cuarto lugar, la atención de los gobiernos a la pandemia, el conjunto de medidas que han adoptado, sirve de termómetro social. Esas medidas visibilizan las patologías sociales del sistema político de cada uno de los Estados. Por ejemplo, el acceso a la educación, a la salud, a los servicios sanitarios, bancarios, vivienda.
Podemos preguntarnos: ¿qué sucede con los habitantes de la calle (homeless people) que no tienen acceso a la salud, a la higiene, a nada? Es claro que ellos son sacados a la luz como obstáculos que se le presentan al Estado para el procedimiento de control del virus. Obstáculos que son productos del mismo Estado, incapaz de garantizar los mínimos vitales para su población.
Ese termómetro social visibiliza la desigualdad, la inequidad y la injusticia estructurales de los regímenes políticos. Sirven, además, para medir la eficiencia y la eficacia de los gobiernos y de sus políticas públicas…o de su fracaso. Ese termómetro opera como auto-inculpación y veredicto de responsabilidad.
En quinto lugar, el coronavirus ha mostrado el carácter instrumental del Estado (lo cual puso de presente el mismo Marx en el siglo XIX). Es curioso ver, después de los debates en torno a la soberanía del Estado frente al mercado, en torno a su desaparición o no la fiesta de la globalización, cómo en estos momentos de crisis los gobiernos toman las riendas y emiten medidas para paliar la crisis.
Esas medidas, entre ellas, no pagar los servicios públicos u obligaciones crediticias por un determinado lapso, eran impensables en momentos de normalidad. La excepcionalidad- ¡oh milagro!- le ha devuelto el control del Estado a los gobiernos. ¡Vaya sorpresa! Uno se pregunta: ¿por qué algunas de esas medidas no operan en estado de normalidad para paliar la precaria existencia de tantos ciudadanos que viven en la miseria, para luchar contra la pobreza o la desigualdad?
Ahora, en medio de esas tensiones, la inteligencia social, colectiva, también entra en acción. Emergen propuestas, alternativas, soluciones y contramedidas que evalúan la capacidad de reacción del Estado.
Me gustaría enumerar algunas que ha difundido el equipo de trabajo de la Editorial Desde abajo bajo el #Covid_19OportunidadPopular donde se propone: servicios públicos gratuitos por los próximos seis meses, congelamiento de deudas por compra-hipoteca- de vivienda, anulación de medidas de desahucio, garantía de mercado mensual a cargo del gobierno nacional para familias de estratos 1,2 y 3; ampliación de la oferta de comedores comunitarios, wi-fi público y gratuito en todas las ciudades, reconstrucción de la televisión nacional como un proyecto cultural, internet para todos los colegios de educación primaria y secundaria, congelación de la deuda contraídas con la banca por parte de pequeños medianos agricultores, red nacional de mercadeo de todos los productos evitando el monopolio, líneas de crédito con bajos intereses para pequeños empresarios y comerciantes, entre otras medidas que buscan proteger a los más vulnerables.
Finalmente, más allá del éxito de los gobiernos en la contención de la pandemia, y de la disciplina social que impone el aislamiento, lo que esperamos sea positivo, es claro que esta emergencia social y de salubridad dejará grandes aprendizajes: no sólo para la ciudadanía, sino para los gobiernos.
El coronavirus le ofrece una doble oportunidad al sistema: la primera, para que de esta crisis surja la necesidad de una transformación, con un nuevo modelo social y un nuevo pacto de convivencia, más humano y solidario; la segunda, para que fortalezca sus mecanismos de “administración total de la vida” (biocracia), sus formas de represión y control de las dinámicas sociales y su inmunización frente a los eventuales peligros. Y como la experiencia es fuente del saber, ya veremos en un futuro próximo (si lo hay) cómo “habérnoslas con las circunstancias”.
El coronavirus le ofrece una doble oportunidad al sistema: la primera, para que de esta crisis surja la necesidad de una transformación, con un nuevo modelo social y un nuevo pacto de convivencia, más humano y solidario; la segunda, para que fortalezca sus mecanismos de “administración total de la vida” (biocracia), sus formas de represión y control de las dinámicas sociales y su inmunización frente a los eventuales peligros. Y como la experiencia es fuente del saber, ya veremos en un futuro próximo (si lo hay) cómo “habérnoslas con las circunstancias”.
Desde luego, la imaginación y esa capacidad que tiene de crear las más insólitas asociaciones de ideas y bosquejo de escenarios apocalípticos, habían mostrado esos escenarios en la literatura y el cine, pero como buenos tecnolátras.
Con información de El Espectador