Previo a la llegada de los españoles a Mesoamérica, Tlaxcala, conformada por los señoríos de Tepeticpac, Tizatlán, Ocotelulco y Quiahuiztlán, logró mantenerse como una nación independiente del gran dominio que habían establecido los mexicas.
Esta enemistad entre el pueblo tlaxcalteca y el mexica fue utilizada a su favor por Hernán Cortés a su llegada al territorio, pues encontró en dicho conflicto la posibilidad de tener de su lado a un aliado bélico que le permitiera ocupar Tenochtitlan y otros territorios. Los tlaxcaltecas accedieron a convertirse en aliados de los españoles, no sin antes enfrentarlos arduamente.
Tras la caída de Tenochtitlan, y como forma de gratitud a su colaboración militar, España dio algunas prerrogativas a Tlaxcala, tales como la preservación de su gobierno indígena, el otorgamiento de un escudo de armas y el nombramiento de Leal Ciudad de Tlaxcala, la cual fue fundada hacia 1535 y se convirtió en la sede del primer obispado de la Nueva España.
El trabajo realizado en favor de los conquistadores también se vio reflejado en la exención de pagos de tributos y otros privilegios. Sin embargo, con el avance del virreinato dichos indultos se fueron desvaneciendo.
Este pasaje sintetizado de la larga y compleja historia del pueblo tlaxcalteca se encuentra plasmado en las paredes del Palacio de Gobierno de Tlaxcala, construcción erigida hacia mediados del siglo XVI que albergó las Casas Reales. Estos murales realizados por el artista Desiderio Hernández Xochitiotzin se han convertido, a decir de la antropóloga Laura Collin Harguindeguy, en la versión tlaxcalteca de la historia de la conquista.
Se trata de una versión pictórica del largo pasado tlaxcalteca que presenta a Tlaxcala como la cuna de la nación mexicana y que plasma de manera magistral la cosmovisión, organización, rituales, leyendas y hechos constitutivos de la nación tlaxcalteca; así como como el mestizaje y el sincretismo cultural. La obra mural se despliega a lo largo de 450 metros cuadrados y está dividida en 24 segmentos que inicia con la llegada de los primeros pobladores a América, pasa por la Independencia, el porfiriato y culmina hasta avanzado el siglo XIX.
“No hay reconocimiento de los tlaxcaltecas. Eso lo inventaron el loco de Fray Servando y de Bustamante. Ellos dijeron que la Independencia era el sacudimiento de la conquista de los españoles y la expulsión de los tiranos. Entonces, los tlaxcaltecas, aliados de los españoles, quedaron como traidores”, mencionó el propio Desiderio Hernández Xochitiotzin al explicar su obra mural en entrevista con Armando Ponce en 1990, cuando aún no era culminada la obra mural en su totalidad.
Además, agrega: “Pero antes de la llegada de los españoles no había México. Lo que los tlaxcaltecas querían no era conquistar México, sino volver a ser libres. Durante 62 años de cerco azteca los tlaxcaltecas no comieron sal, aunque la sal es muy importante para el cuerpo. Esos años, sin embargo, les sirvieron para conformarse como nación. Los tlaxcaltecas tuvieron coordinación entre los poderosos y el pueblo, democráticamente, entre el macehual y el señor. De otra manera no hubieran sobrevivido”.
Desiderio Hernández Xochitiotzin es considerado integrante de la segunda generación de muralistas al fresco y su obra, influenciada artísticamente por pintores como Francisco Goitia, Guadalupe Posada, Diego Rivera y Agustín Arrieta, retrató las fiestas, costumbres y tradiciones de su tierra.
Además de ser pintor, Xochitiotzin se desempeñó como dibujante, grabador, escritor, catedrático, restaurador, investigador y cronista.
De manera elaborada los murales de la planta baja relatan la llegada de los nahuas al Valle de México y su encuentro con el águila mítica; asimismo narran la fundación de los cuatro señoríos de Tlaxcala y refieren algunos hechos bélicos importantes, como la conquista de Texcoco por Nezahualcóyotl, las guerras floridas, la enemistad con los mexicas, la batalla de Atlixco y el sacrificio de Tlahuicole.
La vida cotidiana y la cosmovisión de este pueblo se abordan en los murales sobre el culto a Camaxtli, dios de la guerra tlaxcalteca, y las fiestas dedicadas a Xochiquetzal, diosa de la danza, la música y los oficios; después encontramos la narración del mito que explica el descubrimiento del maíz, la explicación del uso del maguey y diversas escenas que dan cuenta de las prácticas comerciales en el mercado de Ocotelulco. Posteriormente, es abordada la alianza establecida entre españoles y tlaxcaltecas rumbo a la conquista de Tenochtitlan.
Finalmente, en la escalera monumental del recinto se pueden apreciar la profecía del regreso de Quetzalcóatl, el arribo de Cortés a Veracruz, la evangelización y los hechos posteriores a la conquista. Estos grandes segmentos son conocidos como El siglo de oro tlaxcalteca y Del siglo de las luces al porfirismo en Tlaxcala y México.
En la parte inferior de cada una de las escenas se encuentran textos basados en las fuentes de los cronistas coloniales que detallan el momento histórico que plasman los murales. Esta conjunción pictórica con el texto hace que la obra de Desiderio Hernández Xochitiotzin sea considerada una especie de códice moderno que presenta una visión distinta a la de la historia mexica sobre la conquista.
La historia impresa en los murales del Palacio de Tlaxcala reconoce a los españoles como parte fundamental de la identidad nacional y pone en el centro al mestizaje, presentando a Tlaxcala como su cuna. Precisamente, algunas escenas en los muros retratan figuras que hace alusión al mestizaje y a su importancia para la nación mexicana. Una de ellas es la Malinche, quien aparece representada en cinta acompañando a Hernán Cortés.
“La versión tlaxcalteca de la conquista también representa un mito fundacional, un mito histórico con sus etapas o ciclos, el de la era indígena y el de la era mestiza, de la cual los tlaxcaltecas aparecen como progenitores, en tanto aliados de los españoles. En consecuencia, la versión tlaxcalteca no reniega de la herencia española ni de la evangelización, por el contrario, la reivindica e incorpora como parte de su historia”, señala Laura Collin Harguindeguy.
Además, apunta: “Constituye una versión alternativa, una historia regional, que corresponde a un pueblo opuesto desde la época prehispánica a los mexicas-tenochcas, que logró adquirir privilegios de autonomía y para quienes la conquista no representa un trauma, sino en todo caso una liberación, y por tanto un buen negocio. Como todo mito es ambiguo, y sus episodios contradictorios, glorifican a Xicoténcatl el joven, por haberse opuesto a la alianza, y al mismo tiempo la alianza en sí”.
El proyecto para la realización de estos murales, ejecutados al fresco, comenzó a fraguarse en 1953, pero no fueron iniciados hasta 1957. La primera etapa de esta empresa tuvo una duración de 10 años, tiempo en el que Hernández Xochitiotzin investigó, diseñó y realizó los bocetos que se convertirían en las hermosas imágenes que recubren las paredes de este recinto, convertido en una obra de invaluable valor artístico y cultural.
La labor se extendió durante 35 años hasta que en el 2000 Hernández Xochitiotzin realizó el boceto de una obra titulada Cristóbal Colón a tierras mexicanas, el cual tenía por objetivo convertirse en el último mural de este conjunto, sin embargo, en 2001 el pintor decidió retirarse de forma permanente por cuestiones de salud y seis años después falleció a la edad de 85 años.