Michelle Sol –ministra de Vivienda, 47 años– no sabe si podrá cantar el cumpleaños feliz a su hija Nini, que cumplirá siete años en dos semanas. Sol es una de las más de 4.000 personas en cuarentena obligatoria confinadas en los llamados ‘centros de contención’, que el Gobierno de El Salvador habilitó para tratar de contener la expansión del covid-19.
“El 13 de abril es una fecha muy importante para mí, y ella ya me preguntó si voy a estar para su cumpleaños”, dice Sol.
El Salvador es uno de los países del continente con menos casos confirmados de coronavirus. Mientras países como Brasil, Ecuador o Panamá suman docenas de fallecidos y necesitan ya cuatro dígitos para contar a sus contagiados, mientras países como Costa Rica, Honduras o Cuba van por los tres dígitos, El Salvador amaneció el 30 de marzo con 30 casos confirmados y cero fallecidos.
Tiene su mérito. Es un país de menos de 7 millones de habitantes, pero alberga el hub para Centroamérica de Avianca, una de las aerolíneas más importantes del hemisferio. Además, el país tiene una histórica estrecha relación con Estados Unidos, que ya se ha convertido en el epicentro mundial de la pandemia, y donde se estima que residen 3 millones de salvadoreños.
Medidas drásticas tempranas
El Gobierno de El Salvador fue de los primeros en tomar medidas para evitar el ingreso de ciudadanos desde los territorios más afectados. El 31 de enero se prohibió el ingreso de personas procedentes de China; el 25 de febrero, a surcoreanos e italianos; y para el 9 de marzo ya no podían viajar al país españoles, franceses ni alemanes.
El 10 de marzo, Bukele anunció en Twitter la cuarentena obligatoria para toda persona que ingrese por aire, tierra o mar: “Todos los salvadoreños, sin excepción, deberán entrar en cuarentena por los siguientes 30 días”.
De un día para otro, cientos de salvadoreños con boleto de regreso adquirido tuvieron que elegir si se quedaban fuera o retornaban, para entrar sí o sí en cuarentena.
Claudia Dinorah Ramírez –periodista, 42 años– aterrizó en El Salvador el 13 de marzo, en un vuelo procedente de Alemania con escala en México. Las dos primeras noches las pasó en un albergue improvisado, compartiendo habitación con 13 mujeres más. Luego la movieron a un modesto centro recreativo en Zaragoza, a unos 20 kilómetros de la capital.
“Aquí estoy sola en un cuarto. No puedo salir y la limpieza la hago yo con el desinfectante y la lejía que trajo mi familia. Nos dan tres tiempos de comida, galletas o jugos, pero no dejan que nos traigan comida”, dice Ramírez.
Las atenciones médicas se limitan a dos tomas de temperatura al día, y en más de dos semanas no le han realizado la prueba para saber si tiene el virus.
El aislamiento está siendo muy duro. “Tengo computadora y celular –dice–, pero es difícil estar encerrada todo el día, con un calor insoportable; no recibir ni una hora de sol es desesperante, y la mente te juega malas jugadas y genera desesperación, rabia, tristeza, incertidumbre…”
Ramírez cree que los 30 días anunciados por el presidente Bukele son un exceso. Sugiere 14 –en sintonía con las disposiciones de la Organización Mundial para la Salud (OMS)– y, tras una prueba que descarte el contagio, enviar a las personas a sus domicilios. “Eso quitaría presión a los centros y también al Gobierno, que tiene que proveerlos”, dice.
A pesar de la dureza del aislamiento, cree que la medida de contención fue correcta porque ella no quería “arriesgar a nadie” de su familia ni de su trabajo.
Ramírez es una de las 4.087 personas que este 30 de marzo amanecieron en alguno de los 90 centros de contención habilitados por el Gobierno, cifras que aumentan cada día.
La ministra Michelle Sol es parte del mismo colectivo creciente de ‘encuarentenados’. También regresó el 13 de marzo. “Conozco al presidente y sé que, para él, sus funcionarios tienen que dar el ejemplo –dice Sol–; mi familia me decía que me quedara en México, pero yo quería estar lo más cerca posible de mi país”.
Sol pasó las primeras noches en un pequeño hotel de Ilopango, y luego la movieron a otro más confortable, donde comparte habitación. El confinamiento es mucho menos estricto que el descrito por Ramírez. “Somos como 39 y salimos por grupos a la terraza a comer; he hecho varios amigos aquí y eso me alegra”, dice Sol.
A la ministra le han permitido el ingreso de algunos enseres: “La comida es normal, es casera, y a mí me gusta comer de todo. Lo que sí es que a mí me encanta el café con leche, y sí pedí que me trajeran la cafetera de mi casa”.
Sol dice que el aislamiento no le ha impedido continuar con sus labores al frente del Ministerio de Vivienda, gracias a internet, y ya le han realizado la prueba del covid-19. “Confío en que el resultado será negativo”, dice.
Otra ‘encuarentenada’ es Bery Zamora –mercadóloga, 34 años–, pero su caso es más complejo. Zamora voló desde México el 8 de marzo, antes del decreto que volvía obligatoria la cuarentena. Sin embargo, fue puesta en cuarentena el 16 de marzo y enviada al Hospital Saldaña, el designado para los casos sospechosos. “No me puedo quejar del trato que he recibido”, dice.
Ya le han realizado dos test y ambos han resultado negativos. Tras el primero, la movieron del hospital a un modesto hotel de San Salvador habilitado como centro de contención, el Bella Luz Centro Histórico, donde tiene su propio cuarto. “El personal que nos atiende es diligente y amable, y tenemos la posibilidad de recibir artículos, comida e insumos de nuestros familiares”, dice.
Hoy por hoy, su mayor preocupación es el “rechazo y el acoso a familiares y amigos cercanos” que ha sentido en las redes sociales al hacer público que está en cuarentena. “Existe una cacería de brujas que inicia desde la información personal de los albergados; es como ser un leproso en época moderna”, advierte, consciente de que este rechazo, mal manejado, podría derivar en situaciones de violencia.
“Yo estoy en la disposición de cumplir los 30 días, para tranquilidad de mi familia y de la población en general, siempre y cuando nos mantengan informados”, dice Zamora.
Liberar espacios para contagiados
Reconsiderar los 30 días que Bukele anunció el 10 de marzo, no obstante, aliviaría la presión en los centros de contención y ahorraría recursos al Estado. “Los viajeros que han estado en zonas afectadas deben vigilar si presentan síntomas en los 14 días posteriores a su viaje de vuelta”, recomienda la OMS en un comunicado.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador
Es importante liberar espacios (…) Según nuestras proyecciones, tenemos una semana más de relativa tranquilidad; luego empezará la cuesta y no sé dónde terminará, pero de seguro no será nada bueno
En términos similares se expresa Milton Brizuela, presidente del Colegio Médico de El Salvador. “Los expertos concuerdan en que el período de incubación es de 2 a 14 días, por eso se recomienda una cuarentena de 15; si en el país quisiéramos cubrirnos más, como Colegio Médico recomendaríamos 21 días”, dice Brizuela, y agrega: “Debería certificarse que las personas van sanas”.
De los 30 casos confirmados en El Salvador, 26 son personas confinadas en los centros de contención y apenas aterrizaron en el país. Esas personas habrían esparcido el virus sin el encierro. Pero, paradójicamente, la medida está generando otro tipo de problemas para un Estado de recursos limitados como es el salvadoreño. Y críticas feroces.
Consultado por RT, el presidente Bukele admitió que están reconsiderando los 30 días que él anunció en Twitter. “Se ha comprobado que el virus puede tardar hasta 27 días en incubar; sin embargo, sí estamos considerando bajar el número de días. Con 20 días, sin síntomas y con prueba, podríamos tener la certeza de que no es una persona contagiada”, respondió.
“Es importante liberar espacios”, agregó Bukele, porque, “según nuestras proyecciones, tenemos una semana más de relativa tranquilidad; luego empezará la cuesta y no sé dónde terminará, pero de seguro no será nada bueno”.
Después de todo, parece que la ministra Michelle Sol sí podrá el 13 de abril cantar el cumpleaños feliz a su hija Nini.
Con información de RT / Roberto Valencia