La ola de protestas va a aumentar, y no sólo por el coronavirus, sino porque los ricos han roto el contrato social. Forjando planes de rescate que favorecen a las empresas y a los millonarios, la élite política estadounidense está jugando con fuego durante una pandemia en la que los obreros se ven obligados a trabajar en condiciones que ponen en peligro sus vidas.
Los desastres generan nacionalismo. Es una constante que todos nos reunamos contra un enemigo común, ya sea una potencia extranjera o un desastre natural. En la actual crisis del coronavirus, los líderes políticos de todo el mundo están aumentando su popularidad. Incluso Donald Trump, tan patético e impopular.
El deseo de un líder fuerte en tiempos de crisis provoca extraños efectos secundarios, que van desde el entusiasmo de los medios de comunicación por Andrew Cuomo (gobernador del Estado de Nueva York) hasta los periodistas que elogian a Trump por su «nuevo mensaje y el nuevo tono» después de que reconociera en una conferencia de prensa que la pandemia causaría entre 100.000 y 240.000 muertes.
Sin embargo, la unidad nacional que la crisis genera podría ser un espejismo. Ni siquiera el fervor patriótico de la Segunda Guerra Mundial puso fin a las tensiones sociales de los tiempos normales. Durante la guerra, Detroit vivió huelgas salvajes (dirigidas por trabajadores del sector automovilístico que se rebelaron contra los grandes sacrificios que les pedían, sin recibir a cambio una compensación justa) y conflictos raciales (de blancos que se oponían a la migración de negros del Sur).
La crisis del coronavirus desvela una intensificación similar de los conflictos sociales. Han aumentado los ataques racistas contra los estadounidenses de origen asiático, sobre todo porque Donald Trump ha difundido el término «virus chino».
La lucha de clases también se intensifica. De hecho, se está librando una guerra de clases en dos frentes. La crisis es la ocasión para que los ricos y sus aliados, de ambos partidos políticos, saqueen el tesoro. Todos los planes de inversión pasados y futuros tienen como objetivo el de proteger sus privilegios, los esfuerzos para amortiguar el choque de la recesión sobre la mayoría de la clase trabajadora son muy modestos. En cuanto a los obreros, que sigan trabajando en condiciones peligrosas con la mínima compensación posible. Muchos trabajadores incluso se ven obligados a tomar licencia, ven reducidos sus salarios o son sencillamente despedidos.
El salvataje de los plutócratas combinado con la precariedad de una clase obrera en peligro físico es explosivo. Es difícil ver cómo esto podría seguir así sin alterar el orden social.
Helaine Olen definió en el Washington Post el primer paquete de estímulos «no sólo (como) una oportunidad perdida de asegurar a los trabajadores estadounidenses los beneficios de los que disfrutan los trabajadores de otros países ricos, sino también como una nueva apropiación de fondos que favorece los intereses de las empresas y de los más ricos de entre nosotros». Al proponer a los trabajadores sólo cuatro meses de aumento del seguro de desempleo y una ayuda única de 1.200 dólares (más 500 dólares por niño), el plan abrió los circuitos financieros de Wall Street con un fondo de rescate para las empresas que podría alcanzar los 6 billones de dólares.
Los futuros planes de estímulo van a ser aparentemente similares. Según el New York Times, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi (demócrata), habla de un acuerdo para «levantar retroactivamente el límite de las deducciones fiscales nacionales y locales». El economista de la Universidad de Michigan, Justin Wolfers, señala que «más de la mitad de esos dólares irían a parar a millonarios». La propuesta tendría sentido político, recompensando a los votantes de los suburbios de los “blue states” (estados azules, los que votan en general por el Partido Demócrata). Pero económicamente, plantea el mismo problema que el primer plan: la voluntad de distribuir millones de dólares a los que menos lo necesitan.
Los republicanos y los demócratas se preocupan por los millonarios y no por la clase obrera. Como lo indicó el informe de ProPublica del 24 de marzo: «Los médicos de las emergencias y las enfermeras -que en muchos casos están haciendo frente a la oleada de pacientes con coronavirus y a la escasez de equipos de protección- están descubriendo que se les está reduciendo las primas». Muchos trabajadores de la salud son contratados por empresas del tipo de las de trabajo temporal. Y estas compañías están reduciédoles el salario, haciendo recaer sobre ellos la «pérdidaé por las operaciones no urgentes que no se están realizando. La empresa Alteon Health, una de las principales contratistas de médicos y enfermeras, publicó un memorando el lunes 30 de marzo en el que informaba que «la empresa reduciría la cantidad de horas de trabajo de los médicos, los salarios del personal administrativo en un 20%» y que suspendería los planes 401k (ahorro jubilatorio previo), las bonificaciones y el salario vacacional».
Los trabajadores de la salud no son los únicos que se ven confrontados a condiciones de trabajo más precarias y peligrosas. En el New York Times, el veterano periodista laboral Steven Greenhouse observó el peso de las diferencias de clase en la expresión de la crisis del coronavirus. «Millones de trabajadores de cuello blanco están trabajando desde sus casas a través de internet para mantenerse a salvo mientras el coronavirus extiende sus garras a través de América», dijo Greenhouse. «Pero millones de otros trabajadores -cajeras de supermercado, empleados de farmacias, trabajadores de los depósitos, conductores de autobuses, trabajadores de la carne, etc.- tienen que ir al trabajo todos los días, y muchos ya no soportan más que sus patrones no hagan lo suficiente para protegerlos de la pandemia».
La letalidad creciente en los lugares de trabajo en los EE.UU. alimentando una ola de protestas de los trabajadores, huelgas organizadas por los sindicatos o huelgas salvajes espontáneas. Greenhouse enumeró algunas de esas acciones:
– «El martes 24 de marzo, después de que un mecánico diera positivo por el coronavirus, más de la mitad de los trabajadores de «Bath Iron Works», un astillero de Maine, no fueron a trabajar, exigiendo a la empresa que limpiara antes el astillero a fondo.
– En Warren, Michigan, los trabajadores se retiraron de una planta de camiones de Fiat Chrysler porque no había agua caliente para lavar los platos.
– En Alberta, los conductores de autobuses de Birmingham, Alberta, se declararon en huelga por la falta de protección contra el coronavirus en caso de pasajeros infectados.
– Los conductores de autobuses de Detroit, Michigan, hicieron un paro por la misma razón [1].
– Los trabajadores de la sanidad en Pittsburgh, Pensilvania, pararon el trabajo, preocupados por el coronavirus.
Esta ola de protestas va a aumentar, y no sólo por el coronavirus, sino porque los ricos han roto el contrato social. Forjando planes de rescate que favorecen a las empresas y a los millonarios, la élite política estadounidense está jugando con fuego durante una pandemia en la que los obreros se ven obligados a trabajar en condiciones que ponen en peligro sus vidas. Los conflictos van a seguir. Y es probable que sean mucho más intensos que lo que fueron las acciones de Occupy Wall Street y el movimiento del Tea Party, nacidos ambos a raíz del derrumbe económico de 2008.
El debilitamiento de los sindicatos estadounidenses en las últimas décadas también significa el debilitamiento del poder que ejercían sobre los trabajadores organizados. Teniendo en cuenta esto, el espacio abierto para las huelgas salvajes puede hacer que sean éstas el arma de la nueva lucha de clases. Los Estados Unidos podrían entrar en un período de militancia obrera muy diferente de todo lo conocido desde los años 1930 y 1940.
Con información de The Nation – A l’encontre/Rebelión