El precio del petróleo tuvo una jornada con una caída histórica, que abre diversos cuestionamientos y que obliga a replantear estrategias en el corto y mediano plazos, tanto para productores como para consumidores. La repentina suspensión de las actividades económicas en varios países, redujo la demanda de energía fósil de manera sustancial, no únicamente en las fábricas y servicios, sino también en la vida cotidiana de las personas. Eso generó una sobreoferta que, en conjunto con una guerra de precios entre la OPEP y otros países productores como los Estados Unidos y Rusia, llevó a un excedente que rápidamente tuvo que encontrar espacios de almacenamiento.
A pesar de los acuerdos para reducir la producción y, por lo tanto, la oferta de petróleo, la falta de espacios para almacenarlo generó la necesidad de bajar a tal grado el costo, que presentó cifras negativas. En México, el Congreso de la Unión y el Ejecutivo federal, esperaban para 2020 un precio de 49 dólares por barril, un tanto por debajo de los 56 dólares que alcanzó en 2019, lo que ya había obligado a buscar otras fuentes de financiamiento alternas, ante las necesidades planteadas por los programas presidenciales, que requieren de grandes cantidades de recursos para ser financiadas.
Entre otras cosas, los recursos necesarios para construir y operar la refinería de Dos Bocas, así como para financiar la deuda de Petróleos Mexicanos, han quedado en entredicho. La apuesta presidencial por reconfigurar y relanzar la industria petrolera en México, que implicaba una de las primeras fuentes de financiamiento en el mediano y largo plazos, parece naufragar en un contexto donde se hace inviable, no únicamente por las implicaciones de concluir con el proyecto, sino donde el mercado petrolero generará cambios sustanciales después de esta crisis.
El petróleo es uno de los productos con menor elasticidad en el mercado, pero en el contexto actual, su variabilidad es tal que, pocas personas preveían una caída con la magnitud de la que se ha dado esta semana. Es posible que crisis adicionales a la del petróleo estén por verse en esta coyuntura, pero lo que es cierto, es que los gobiernos y los actores económicos, deben replantear sus estrategias en torno a la venta y consumo de energía fósil.
Con los precios actuales del petróleo, las energías renovables parecen destinadas a un segundo momento de auge, algo que tampoco se preveía hace unos meses, pero que obligará también a cambiar los modelos de negocio que se habían construido en torno a ellas, para ajustarse y sacar provecho de los precios del petróleo, cuya recuperación se dará en la medida en que se reactive la economía, pero también en la forma en que se recuperen las plataformas de producción.
México recibirá muchos menos ingresos de los programados para 2020, lo que pone en aprietos a la administración, para cumplir con objetivos mencionados, pero también a la economía en su conjunto. Sin dinero, la inversión pública se reducirá sustancialmente y, en consecuencia, el financiamiento a diversos sectores productivos. Seguir con la idea de la autosuficiencia energética es inviable, no únicamente por las características actuales del mercado, sino también por el tipo de infraestructura que hemos construido y se sigue construyendo, las prebendas a los sindicatos y la corrupción en torno al negocio.
Una de las ventajas de la reforma energética, es que el riesgo se mantenía en los privados en la parte de exploración y producción, costos que ahora tendrá que absorber esta administración. El problema es que salvar al petróleo mexicano, así como a PEMEX, requiere mucho más que buenos deseos. Cambiar el modelo en un contexto adverso, no es un signo de debilidad presidencial, sino al contrario, sería la muestra de que hay un gobierno con objetivos claros que sabe reponerse ante la adversidad de manera inteligente.