En el otoño de 1978, un grupo de homosexuales en México salió a reclamar un espacio que la represión les arrebató por décadas. En el mes del orgullo gay, Juan Jacobo Hernández y Xabier Lizárrag, quienes orquestaron las primeras marchas LGBT+ del país, nos cuentan cómo comenzó esta historia.
“En los 70, ser homosexual era ser masacrado, no tener derechos humanos; consistía, según la definición internacional, en ser un enfermo”.
Habla el periodista Braulio Peralta, quien en aquellos años comenzaba a seguir y a participar en los primeros indicios de un movimiento homosexual. No había un orgullo gay ni las siglas LGBT+. Eran jotos, maricones, lilos, invertidos, mujercitos y la encarnación de la depravación. Enfrentaban redadas, detenciones arbitrarias, exhibición en la prensa. En 1978, en México, los homosexuales no vivían, sobrevivían. “O éramos enfermos, o delincuentes, o pervertidores de menores, pecadores, pero siempre éramos algo negativo”, dice a GQ Juan Jacobo Hernández, fundador del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), el grupo que pasaría a la historia como el primero en salir públicamente como un diminuto contingente homosexual en una marcha.
Aquel 26 de julio del 78, una treintena de homosexuales se sumó a la multitud que apoyaba la Revolución Cubana y que sentaría las bases para un mayor movimiento en octubre del mismo año. “Dijimos que habían escogido una pésima fecha porque salir a apoyar la revolución cubana cuando en Cuba estaban los campos de concentración para homosexuales nos parecía contradictorio. La política homófoba de Fidel y el Che Guevara era impresionante”, recuerda Xabier Lizárraga, fundador de LAMBDA, otro de los grupos que forjaría la historia de la liberación homosexual. El incipiente movimiento fue en realidad un microchispazo que despertó a un colectivo en el que solo había lugar para homosexuales, lesbianas y travestis. “No se había habido ese tipo de manifestación de un grupo tan oprimido, ninguneado, vituperado. Se vivía una atmósfera de temeridad”, rememora Juan Jacobo.
El activista adelanta que un amigo “está haciendo gestiones con el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México” para que esa fecha sea considere una efeméride. “Eso fue y se tiene que reconocer que el despunte del movimiento es ese”, dice.
El Frente Homosexual de Acción Revolucionaria se sumó a la marcha que conmemoraba 10 años de la matanza de Tlatelolco. Fue la primera vez que los homosexuales cobraron visibilidad.
Y es que en aquel entonces no había un arcoíris que los cobijara. En esa era la homosexualidad se sobrevivía en la clandestinidad de vapores, cines y unas cuantas reuniones siempre sujetas a servir de imán para los cuerpos policiacos. “El ligue ocurría en fiestas y la policía podía irrumpir sin orden de cateo. Generalmente era por un vecino homófobo”, rememora Lizárraga.
Acababan los 70 y México, como el resto del mundo, se cimbraba con la revolución sexopolítica: 10 años de la masacre estudiantil de Tlatelolco; despuntaba el movimiento feminista y la ola hippy comenzaba a desafiar la heteronorma. “Era el caldo de cultivo perfecto para que se diera la liberación homosexual”, resume Salvador Irys, director del Festival Internacional por la Diversidad Sexual.
LA PRENSA ERA OTRO ENEMIGO. O IGNORABA O EXHIBÍA. A LOS HOMOSEXUALES LES DENOMINABA “MUJERCITOS”, “DESVIADOS”, “DEPRAVADOS” O “LILOS”.
El orgullo homosexual, en tanto, se libraba a base de intelecto. Figuras como Nancy Cárdenas, la feminista lesbiana que se atrevió a espetar la palabra homosexual por vez primera en el prime time mexicano en el noticiario de Jacobo Zabludosvky; Carlos Prieto, Luis González, Antonio Cué y Carlos Monsiváis comenzaban a generar reflexiones sobre los derechos de los homosexuales. Surgieron grupos como Sex-Pol, Oikabeth y eventualmente FHAR y LAMBDA. Llegaron los manifiestos y reuniones secretas donde se compartían documentos que Monsiváis enviaba del extranjero. “Los veíamos como reliquias milagrosas, cosas luminosas que venían a abrirnos más la cabeza”, recuerda Juan Jacobo.
El activista Antonio Cué, uno de los pioneros del movimiento LGBT en México.
Solo de esa forma podía sortearse al Estado y su aparato (legal e ilegal) para reprimir y perseguir homosexuales como delincuentes. Terry Holiday, la mujer trans y activista que llegó a actuar bajo la dirección de Alejandro Jodorowsky era recurrente de arrestos solo “por vernos raritos”. “¡Pinches putos, por eso nadie los quiere!”, cuenta que les decían al detenerlas. “Tenías que estar viendo sobre el hombro a ver si no venían los agentes. Si el chichifo te robaba era lo de menos, la bronca era con la policía”.
La prensa era el otro enemigo. O ignoraba o exponía de forma sensacionalista. “Se suicidó el mujercito”, “Los invertidos”, titulaban revistas como Alarma. Los artículos de medios como ese eran en realidad “un quemadero” de gente. Evidenciar era una especie de deporte. Holiday engalanó una de sus infames tapas luego de una redada en una fiesta en Guadalajara. “Nos llevaron a una carcelita pioja por allá. Nos tuvieron incomunicadas y en la mañana nos ponen contra la pared, que nos iban a fotografiar. Dijeron que era una bacanal de homosexuales”.
Un joven Braulio intentaba documentar los mítines, los crímenes de odio ocurridos en los bares, las atrocidades. “Nunca publicaban, incluso diarios que se decían de izquierda. Los argumentos eran: ‘las joterías no’, ’eso es de marginales’, pero en el fondo era una cuestión homofóbica”. El autor de Los otros nombres del arcoíris, incluso relata la ocasión en que “un intelectual” reclamó a Carlos Monsiváis sobre algunos textos firmados por Peralta. “Era Héctor Aguilar Camín, decía que Braulio Peralta estaba joteando en la sección cultural de La Jornada”. Monsiváis arremetió: “Los derechos humanos son de todos los humanos, y Braulio lo que está haciendo es un asunto de activismo de lo que cree que debe defender, y a los homosexuales se les tiene que defender”.
NADIE QUERÍA IMPRIMIR VOLANTES CON LA PALABRA HOMOSEXUAL. “NO QUEREMOS COSAS DE PUTOS”, LE DECÍAN A JUAN JACOBO HERNÁNDEZ.
En octubre del 78 las cosas cambiaron: los homosexuales decidieron dejar el miedo. Después de todo, Stonewall había demostrado que era posible. En México, el FHAR había decidido que sería en la marcha que conmemoraba una década de la represión estudiantil de 1968. Esa mañana Juan Jacobo recuerda haber corrido a Santo Domingo, el polígono que históricamente ha concentrado las imprentas y el sistema de falsificación de documentos, para conseguir a alguien que se atreviera a reproducir un documento con la palabra homosexual. “Impresa y repartida era una invitación a la perversión. Cuando llegábamos con el volante nos lo aventaban, nos decían: aquí no queremos estas cosas de putos”, rememora. Un locatario accedió por el doble del costo. “400 pesos incluido el papel. Era revolución porque éramos muy pobres; imprimimos 3000”, celebra al teléfono. A contrarreloj, se trasladó hasta las afueras del Museo de Antropología donde la multitud ya se contaba por miles. Sindicatos, grupos estudiantiles, partidos políticos. Solo unos universitarios sabían que aquel contingente saldría para dar la cara por los homosexuales. Se colocaron en medio del contingente del Partido Revolucionario de los Trabajadores y del Partido Comunista. “Eramos unos 30. Todos cagados de miedo”.
Cartel de la Primera Marcha del Orgullo Homosexual de México, 1979.
Desplegaron una manta con el nombre del grupo. En cuanto los manifestantes la leyeron, la columna retrocedió como gusano. Era la época en que nadie quería vincularse a jotos y maricones. “Cuando el Partido Comunista ve que todas las locas y vestidas nos ponemos detrás del PRT echaron marcha atrás para dejar al menos 200 metros de distancia para que no nos fueran a confundir”, describe Xabier. El pequeño grupo, al que más adelante se adhirieron feministas, se convirtió en imán de fotógrafos a medida que avanzaban hacia el Hemiciclo a Juárez. “Se hizo una conmoción, la gente venía de la Diana”, ilustra Juan Jacobo. Otros homosexuales observaban su andar a lo lejos. “Ahí surgió el lema de banquetera, únete”.
— ¿Qué se gritaba cuando aún no había derechos y garantías que celebrar?
— No hay libertad política sin libertad sexual. El lema de lucha se concentraba fundamentalmente en alto a la represión— responde Lizárraga.
— Soy joto y ¿qué?— recuerda con picardía Juan Jacobo. Teníamos la convicción de que si usábamos el lenguaje hacia nosotros ya no nos iba a herir.
Xabier, alejado del activismo, evoca la llegada a la Plaza de las Tres Culturas. “Recibimos un gran aplauso, nos felicitaron por el valor. Cuando llegó el partido comunista lo empezaron a abuchear porque se dieron cuenta que se había quedado atrás por homofobia”. “Fue glorioso, a lo largo del trayecto fuimos desechando la tensión, sintiéndonos vigorosos, tenía significado: entendimos que lo que hacíamos era bueno y que habría manera distintas de ver la homosexulalidad”, se dijo Jacobo.
LOS HOMOSEXUALES DISCRIMINABAN A OTROS GRUPOS. “EN LAS PRIMERAS MARCHAS NUNCA FUIMOS MUY TOMADAS EN CUENTA PORQUE ÉRAMOS OBVIAS, ESTRIDENTES, CONTRACULTURALES”, DICE TERRY HOLIDAY, UNA ACTIVISTA Y ARTISTA TRANSEXUAL.
Pero eran los tiempos del radicalismo y al interior de los grupos chocaban las visiones conservadores y las liberales. Como aún sucede, el machismo había tenido sus efectos y los homosexuales se menospreciaban entre ellos, especialmente a los afeminados y travestis. “Las intelectaualas (sic) que empezaban de activistas nos discriminaban, pensaban que demeritábamos la imagen del homosexual”, dice Terry. “En las primeras marchas nunca fuimos muy tomadas en cuenta porque como éramos obvias, estridentes, contraculturales, siempre éramos muy relegados por la misma comunidad gay de hombres. Eso sin tomar en cuenta que las que habían empezado el desmadre en Stonewall fueron las vestidas, las jotas obvias”.
— ¿Qué se dijo en los medios?
— Esperaban que la prensa nos hiciera pedacitos y lo hicieron ignorándonos— cuenta Xabier. Ni siquiera mencionaron que hubiera ocurrido; fue la cachetada del desprecio.
— ¿Qué cambió esa marcha de octubre del 78?
— Logra visibilidad, que la gente dijera: hay homosexuales y además los están madreando. Demuestra que estábamos y que formábamos parte de sus familias y de la sociedad— explica Salvador Irys.
LA POLICÍA DESVIÓ LA RUTA DE LA PRIMERA MARCHA DEL ORGULLO HOMOSEXUAL HACIA UNA CALLE PARALELA A REFORMA. “NOS METIERON AL CLÓSET PARA QUE NO NOS VIERAN”, RECUERDA XABIER LIZÁRRAGA.
La manifestación supuso un dique ante la autoridad y dotó de orgullo al colectivo homosexual y lo distintos grupos que instauraron una coordinación para unificar las actividades entre las que se incluyó que que para el último sábado de junio de 1979, se realizará oficialmente la primera marcha del orgullo homosexual, que coincidía con una década de las revueltas de Stonewall.
Esa, la primera, sería conocida como la Marcha del Clóset, pues el contingente de unas 200 personas fue desviado por las autoridades a la calle de Río Lerma, paralela a Reforma. “En la ingenua ahí vamos, nos metieron al clóset para que no nos vieran”, recupera entre risas Lizárraga. “Ese fue un claro ejemplo de la postura del gobierno, te voy a dejar protestar, pero no con los demás”, opina Irys.
El feminismo y los grupos lésbicos fueron cruciales para el movimento de liberación homosexual de México.
La visibilidad adquirida implicó que, junto con la nueva década, al menos la capital mexicana comenzara a abrirse un poco. Los bares gay se popularizaban, pero en contraste, la represión y la discriminación contra los homosexuales y lesbianas parecía ser lo único demócratico. Incluso en la élite del poder. Xabier Lizárraga recuerda que durante una reunión activista en su casa irrumpió uno de los hijos del PRI, el hijo de Miguel de la Madrid. Formaba parte de Asociación Mexicana de Homosexuales Realistas (AMHOR), “un grupo de la high society e hijos del PRI que eran jotitas y lesbianitas muy monas y que querían tener reuniones con cierta conciencia”.
CUANDO MIGUEL DE LA MADRID SE CONVIRTIÓ EN EL CANDIDATO PRESIDENCIAL DEL PRI SACÓ A SU HIJO GAY DEL PAÍS. “LOS EXILIARON. LA REPRESIÓN TAMBIÉN LA VIVÍA LA CLASE ALTA”, CUENTA XABIER LIZÁRRAGA.
Entre la comunidad homosexual era conocido que Miguel de la Madrid y Jorge Díaz Serrano, ex director de Pemex, abrieron New York, New York, un bar “para sus hijos maricones”. “Cuando Miguel de la Madrid se convirtió en candidato a la presidencia por el PRI, lo cerraron y sacaron del país a sus hijos, los exiliaron. La represión también la vivía la clase alta”.
La marcha del orgullo gay siguió evolucionando y su asistencia tenía altibajos, pero ganaba terreno. La llegada de los 80 trajo consigo la devastación del SIDA, que en 1983 registró oficialmente su primer caso en México. “Nos dio en la madre a todos”, dice Xabier, pues, en muchos casos, la lucha política viró al combate de la enfermedad.
De aquel carácter político y de reclamo, coinciden los antiguos activistas, le queda poco a la marcha evolucionada a un ambiente célebre que se reproduce en todo el mundo y que en 40 años solo se ha detenido por la pandemia del coronavirus. Aquellas exigencias de los 70 evolucionaron al logro de garantías en algunos lugares de México como el matrimonio entre parejas del mismo sexo, familias homoparentales y la posibilidad de la nueva identidad de las personas transgénero.
Sin embargo, la historia tiene una deuda con personajes como Xabier Lizárraga, Juan Jacobo Hernández y aquellos activistas que revolucionaron, pues han sido relegados de la versión oficial de la historia. Braulio Peralta, en sus libros ha recuperado parte de este movimiento, recientemente Manolo Caro retrató esa primera marcha en uno de los episodios de La casa de las flores y este año se estrena El baile de los 41, cinta que retratará a Ignacio de la Torre y Mier, yerno de Porfirio Díaz que se presume sostuvo un idilio con Emiliano Zapata y quien se habría encontrado en la famosa redada en la que la policía irrumpió en una reunión donde había solo hombres, algunos vestidos de mujer.
“El Estado nos la debe. La historia del movimiento de liberación homosexual mexicano es la historia de este país”, defiende Irys. Para ellos, en tanto, parte de la deuda radica en el colectivo, pues dice Xabier, la revolución aún no se termina “Todavía hoy no se vive la homosexualidad, se sobrevive… En la heterosexualidad, en el heterocentrismo. La salida del clóset no es una vez, es todo los días”.
Con información de GQ