Durante el confinamiento 27.3% de los individuos de 18 años o más presentaron síntomas depresivos y el 32.4% síntomas de ansiedad, creció 10% la venta de medicamentos para insomnio, pánico y depresión. Y aumentarán los problemas psicológicos y psiquiátricos.
La pandemia nos deja un conflicto de salud mental en México y a nivel mundial. El miedo y la angustia, así como los síntomas ligados a la depresión, se dispararon en medio de la incertidumbre global, y en México, los especialistas advierten de la gravedad del problema en un país donde se destina sólo el 2% del presupuesto total del sector salud. La gran pregunta es: ¿hacia dónde vamos?
Entre febrero y marzo, cuando la pandemia se notaba como un riesgo lejano en México —y cuando las noticias de Seúl, Milán y Madrid se vislumbraban como un universo paralelo, difícil de imaginar— Mariaisabel Mota (43 años, escritora mexicana) se sentía inquieta. En su mente ya veía negocios cerrados y calles vacías porque, cuenta, los inicios de COVID-19 la transportaron al pasado: a aquellos meses entre 2009 y 2010 cuando el temor se nombraba A(H1N1). “Me invadió la tristeza: acordarme del miedo que se sentía en todos lados, de la ignorancia de mucha gente; de cómo dividen el temor y el desconocimiento. Y, claro, me preocupé por las consecuencias económicas”, confiesa a través de Skype. Es agosto y el confinamiento en México lleva ya casi cinco meses. “En mi cabeza estaba trazando planes y pensando ¿cuántos años vamos a estar así?, ¿qué efectos va a tener para mí, para todos? Planear le ayuda mucho a mi depresión… A mí esto me mandó al pasado: a la angustia”.
No es la única atrapada en sentimientos de miedo, en una incertidumbre profunda sobre el futuro que inquieta a nivel global. “La angustia psicológica en la sociedad está extendida”, advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su informe COVID-19 and the Need for Action on Mental Health. En México, algunos sienten preocupación por el virus y tienen temor a infectarse, a ver su salud deteriorada o perder a un ser querido. Otros están intranquilos por el aislamiento: han visto alteradas sus rutinas, duermen menos y mal, se sienten solas. Su estado de ánimo es inestable. Unos más experimentan angustia por el desempleo, por tener menos ingresos. Encima, la información —y la desinformación— no paran. Abundan noticias sobre el incremento de infectados y muertos en el país y cada día surgen nuevas medidas de protección que, a veces, se contradicen e impactan.
Para la salud mental, esta epidemia tiene particularidades, es decir, se diferencia de otras catástrofes que han azotado a la humanidad. “Todas las pandemias tienen un impacto en la salud mental, pero lo que hace especial a ésta es su magnitud y que es un virus nuevo”, explica María Elena Medina-Mora, quien fue directora general del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (2008-2018). “Cuando empezó el primer brote, no se conocía casi nada y aún no hay vacuna. Hoy, a diario, hay información cambiante: esto genera mucho miedo y convierte el evento en algo de largo alcance. No es como un sismo: un fenómeno que pasa y la mayor parte de la población tras el primer mes ya se siente bien”.
Radiografía de la salud mental en México
En México, algunos sienten preocupación por el virus y tienen temor a infectarse, a ver su salud deteriorada o perder a un ser querido. Otros están intranquilos por el aislamiento: han visto alteradas sus rutinas, duermen menos y mal, se sienten solas. Su estado de ánimo es inestable. Unos más experimentan angustia por el desempleo, por tener menos ingresos
La angustia está extendida en México y datos preliminares lo prueban. Según la encuesta “Efectos del Covid en el bienestar de los hogares mexicanos” de la Universidad Iberoamericana, durante el confinamiento 27.3% de los individuos de 18 años o más presentaron síntomas depresivos y el 32.4% tuvo síntomas severos de ansiedad. Además, la Asociación Nacional de Farmacias (Anafarmex) informó que a lo largo de la cuarentena, creció 10% la venta de medicamentos para tratar insomnio, trastorno de pánico y depresión. Y, mientras, seguirán las repercusiones a mediado y largo plazos. La OMS advierte que aumentará el número y/o la gravedad de problemas psicológicos y psiquiátricos. En Estados Unidos incluso hay predicciones de fallecimientos por desesperación ligadas a COVID-19. El concepto ‘muertes por desesperación’ fue acuñado por los economistas Angus Deaton y Anne Case, y, a grandes rasgos, se refiere al aumento de decesos por suicidio, uso de bebidas alcohólicas y/o sustancias; estas muertes se relacionan con la pérdida de esperanza generada por situaciones estructurales adversas. La organización Well Being Trust estima que, de no tomar acciones inmediatas, la pandemia podría ocasionar que entre 27 y 154 mil estadounidenses fallezcan por desesperación.
En México, no hay predicciones de este tipo: escasean los datos sobre salud mental durante el confinamiento, tan sólo hay encuestas preliminares, no oficiales, que indican tendencias, pero no son representativas de la población. Los especialistas, por su parte, indican que el escenario para enfrentar el incremento de problemas de salud mental no es propicio. Los servicios de este sector en el país no son robustos, están lejos de serlo: faltan recursos económicos, humanos y profesionalización; además, el estigma cultural frente a problemas psicológicos y psiquiátricos es histórico y se ha colado a la cultura médica. El virus es relativamente nuevo, el problema de salud mental no: el tema en el país ha sido ignorado. Para dimensionarlo mejor: México invierte 2% de su presupuesto de salud a la mental; en promedio, la OMS considera que el 5% sería una inversión suficiente. Esto quiere decir que aquí se invierte menos de la mitad de lo que recomienda el estándar internacional y, aparte, esta inversión se ha reducido en los recientes cinco años. Según el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP), de 2015 a 2020, la partida destinada a este rubro bajó de 3,257 millones de pesos a 2,932. “Una vez que la crisis por la pandemia pase, vendrá una repercusión muy importante de enfermedades mentales”, afirma la Dra. Medina-Mora. “La demanda de atención será muy grande, pero también parece que, por vez primera, el tema está en el interés del público. Hay que aprovechar esta preocupación para proponer una manera diferente de atender los padecimientos emocionales”.
Los efectos de Covid-19 en la salud mental
El virus es relativamente nuevo, el problema de salud mental no: el tema en el país ha sido ignorado. Para dimensionarlo mejor: México invierte 2% de su presupuesto de salud a la mental
Regresemos a Mariaisabel. Tiene un podcast —El Deprebook— en el que cuenta cómo es vivir con depresión y otros trastornos. Sus diagnósticos son: distimia (trastorno depresivo persistente), borderline (trastorno limítrofe de la personalidad), agorafobia (temor obsesivo a los espacios abiertos) y ansiedad. Los enumera con fluidez y en términos médicos, no hay vergüenza al nombrarlos, aunque en México persiste el estigma sobre los padecimientos emocionales. Y también está familiarizada con las limitaciones del sistema de salud. Lo que viene, dice, será un problema enorme. “Hay muchas cosas que la pandemia cambió: la vida es diferente. Este confinamiento obligatorio duele, pesa”, hace una pausa. Dice que le abruma ver desde su ventana conglomeraciones de personas con cubrebocas mal puestos o sin ellos; le pesa no poder recibir visitas; le pesa la presión económica y lo que vendrá. “La gente perdió sus hábitos. Todos. No hay un ser humano al que no le haya cambiado la rutina y la vida, esto afecta profundamente. Además, las cosas no iban bien, el Estado no estaba creando las condiciones mínimas viables […]. En los últimos años, han muerto más personas por el narco y por la violencia contra las mujeres que por el virus, y hoy tenemos los tres conflictos corriendo al mismo tiempo más el aumento de desempleo y pobreza. ¿Cómo no vamos a tener ansiedad? Es un problema de salud pública gigante”, sentencia.
Jesús Ramírez-Bermúdez trabaja en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, es médico y académico, tiene un PhD en neuropsiquiatría y es autor de cinco libros. Él identifica en México tres factores ligados a la salud mental que están surgiendo en la pandemia. Y todo comienza al entender qué significa el Coronavirus para nuestro cerebro. La COVID-19, según la OMS, repercute en la salud del cerebro. El virus puede causar manifestaciones neurológicas que incluyen dolores de cabeza, afectaciones en los sentidos del gusto y olfato, agitación, delirio, accidente cerebrovascular y meningoencefalitis. Esto importa porque si una persona sana o con características preexistentes de salud mental se enferma, puede enfrentar un impacto directo del virus en su sistema nervioso. Esto es grave y en México ya está sucediendo. “Sabemos que hay gente que desarrolla cuadros neurológicos psiquiátricos como consecuencia directa del virus”, cuenta Jesús. “Es una primera complicación, no muy frecuente, pero que debe atenderse, ya que puede generar lesiones irreversibles o estados de psicosis. Es relevante porque los hospitales psiquiátricos del país tienen mal equipamiento tecnológico y poca cultura médica. Lo que ocurre es que no quieren ver a esos pacientes en el Instituto de Psiquiatría (ni otras instituciones de salud mental), pues, aunque tienen cuadros, se rehúsan a atender el problema de COVID-19. Es decir, en los hospitales COVID no los quieren atender porque son pacientes psiquiátricos y en los hospitales psiquiátricos no los quieren atender porque son pacientes del virus”, lamenta Ramírez-Bermúdez.
Quienes enfrentan un choque directo de COVID-19 en su sistema nervioso son un punto de inicio para entender los retos de salud mental que se avecinan. El conflicto ni de cerca termina ahí. Dos factores más complican el panorama nacional: el primero es un aumento generalizado de síntomas ligados a la depresión y ansiedad; el segundo son procesos complicados de duelo en la población. “Un impacto indirecto tiene que ver con nuestra psicología y la vivencia social masiva. Creo que es la primera vez que millones de individuos tienen una vivencia semejante a la que sufren personas con problemas de salud mental, por ejemplo: pérdidas de libertad, disminución de agencia para transformar nuestro entorno, temor permanente”, explica. “Pareciera hoy que la sociedad puede apreciar estos problemas en primera persona porque siempre se ha vivido como una otredad, algo que le sucede al de allá, a los que tienen trastornos. Era una cosa marginal, pero ahora, muchos están viviendo estados depresivos, fenómenos de ansiedad, crisis de pánico o trastornos del sueño”, comparte, dejando ver que el último impacto tiene que ver con una población que hoy está en silencio: los sobrevivientes.
Tanto las personas que se infectaron de COVID-19 y subsistieron, como las que lo hicieron frente a la muerte de un ser querido infectado por el virus, en la opinión del Dr. Ramírez-Bermúdez, van a enfrentar fenómenos de duelo complicado y, en algunos casos, habrá estrés postraumático y otras patologías.
¿Y el futuro de la salud mental en México?
“En los últimos años, han muerto más personas por el narco y por la violencia contra las mujeres que por el virus, y hoy tenemos los tres conflictos corriendo al mismo tiempo más el aumento de desempleo y pobreza. ¿Cómo no vamos a tener ansiedad? Es un problema de salud pública gigante”.
El escenario a futuro acerca de la salud mental del país no es fácil de estimar cuando la pandemia sigue viva. Faltan datos e información para hacer predicciones precisas. El aumento de problemas emocionales, eso sí, es innegable y ya comienza a sentirse. A la par, también han surgido iniciativas para encararlos. “Se está trabajando para atender las necesidades emergentes. Hay una iniciativa liderada por el equipo de salud mental de la Secretaría de Salud Federal, en la que participan los estados: se reunieron alrededor de 70 organizaciones para realizar consultas de manera gratuita”, menciona Medina-Mora. “Ahora, es importante considerar un problema: en la salud mental, la comorbilidad (presencia de una o más enfermedades, además del padecimiento primario) es la norma, no la excepción, sin embargo en la República Mexicana la salud mental no está integrada en el sistema de salud. Entonces, las personas van a atenderse una enfermedad y tienen que ir a otro lado por una depresión. El problema es que no siempre llegan debido al gran estigma que hay y por el modo en cómo se ofrecen estos servicios”, continúa.
En un escenario positivo, la pandemia podría servir para impulsar una reforma en el rubro que considere y atienda, de forma integral, el tema de salud mental que ha sido ignorado históricamente (mucho antes de este sexenio). El bienestar emocional nacional, después de todo, ha cobrado relevancia. Jesús Ramírez-Bermúdez también observa méritos y mayor atención al tema, aunque, a la vez, vislumbra un riesgo. “Creo que las autoridades de salud tienen la sensibilidad, principios éticos y científicos; lo que no tienen son partidas presupuestales. Mi preocupación, y sin descalificar nada, es que si no se acompaña todo esto de una estrategia robusta, cargada de presupuesto, sólo se convertirá en retórica. Es decir, vamos a hablar mucho de salud mental, pero no habrá atención efectiva al problema. Espero equivocarme y que, al contrario, sucedan cosas positivas; sin embargo, el riesgo existe”.
Mariaisabel, por su parte, dice que si de algo está enferma es de esperanza. El panorama es duro, incierto, pero en medio del caos, ella ve silver linings, un concepto sin traducción directa que se refiere a la capacidad de encontrar eso que tiene gran valor aun en medio de los escenarios más desalentadores. “Sufrir depresión es esta cosa que todos los días te dice: ‘Mátate porque no vale la pena’, y tener ansiedad es esto que te susurra: ‘Siéntete culpable por tener esta voz’. Es como si en una habitación hubiera muchas personas”, explica con franqueza. Pausa y continúa. “Mi carácter está ahí metido. ¿Quién soy yo? Una persona muy esperanzada porque no renuncio a la posibilidad de que todo puede salir bien; aunque parezca horrible, creo que siempre hay algo que sí vale la pena”.
Con información de GQ