El sombrero charro es la respuesta a un proceso de apropiación e incorporación simbólica, una prenda que ha acompañado al mítico personaje del charro mexicano.
El sombrero charro fue parte del estereotipo del nacionalismo mexicano del siglo XX. El charro fue un pintoresco representante del folclor de México que se convirtió –y con ello, su característico atuendo– en un personaje mítico y que más tarde daría un salto a la industria cinematográfica para conocer la fama. Quizá su origen no tenga tanta relevancia como su trascendencia cultural, pero no es casualidad que ahí, como parte de ese universo simbólico, su sombrero se consolidara también como un señuelo de la identidad mexicana.
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Una aproximación hacia el origen del sombrero charro nos exige adentrarnos en el mundo de significaciones que vieron nacer al mítico personaje del charro mexicano. Porque si algo nos debe quedar claro es que la construcción simbólica de este encuentra su apogeo en la Época de Oro del cine mexicano –aunque desde muchos años atrás ya se concebía– y en donde su original vestimenta es el sello indiscutible de lo mexicano. Sí, el charro se constituyó a través de los valores ideológicos de la época apelando a los sentimientos más que la razón. Por esos tiempos, el cine volvió algo idiosincrásico: aquella chaqueta bordada, corta y entallada, a ese pantalón ajustado y ese enorme sombrero jarano de ala ancha.
El discurso nacionalista que se esparcía después de la Revolución Mexicana propició diversas transformaciones en nuestro país. La aproximación más cercana al nacimiento del charro no se da en este periodo sino mucho antes; con el ranchero y el jinete –aunque algunos historiadores sugieren a los chinacos como una figura predecesora–. Pero, el jinete se refería más que nada al hombre de campo, aquel que peleó junto con Emiliano Zapata en la Revolución Mexicana.
Hay indicios del origen del charro desde el periodo colonizador, cuando con la necesidad de domar al caballo nace la figura del arrendador, quien adiestraba al caballo con una cuerda. Respecto a la indumentaria, el reconocido charro mexicano, Carlos Rincón Gallardo, sugiere que esta tiene su origen en Salamanca, España, pero con una influencia árabe. En México, quizá fueron los primeros hacendados ganaderos y administradores de las grandes haciendas los primeros indicios de esta figura. Es desde el siglo XVIII que se le pueden distinguir características propias mexicanas y aunque el debate es amplio, se puede decir que el traje del charro fue un proceso de apropiación e incorporación del vestuario español.
Por aquellos años y como una justa yuxtaposición entre la masculinidad y la feminidad, la escaramuza charra reivindicó el derecho de la mujer a competir en la charrería. La mujer montó a caballo y, desde entonces, construyó este deporte en todo un espectáculo cultural a través de una interpretación de lo que algunos llaman una clase de ballet a caballo –pero a una gran velocidad y con un elegante equilibrio–. La escaramuza charra es fuerza, belleza y mexicanidad en toda su expresión. Así, su tradicional traje se convirtió en un protagonista más de su historia; aquellas faldas amplias, bordados, colores vibrantes, flores, sombrero y encaje demostraron el equilibrio perfecto entre rudeza y feminidad.
Ya para la importante Época de Oro del cine mexicano, la comedia ranchera fue un referente mundial. El charro –que llegó a ser interpretado por Tito Guízar, Jorge Negrete, Pedro Infante, Luis Aguilar y Demetrio Gonzáles– se convirtió en el personaje favorito mexicano y que ha llevado a muchos estudiosos del tema a preguntarse si ahí fue cuando verdaderamente vimos nacer la figura representativa del charro. Y aunque no hay un acuerdo contundente, hemos de reconocer que, en efecto, el charro mexicano es resultado de una existencia real y tangible de los hacendados pero, también, es la astuta respuesta del imaginario fílmico del cine de oro mexicano.
Dentro de la industria cinematográfica, el charro adquirió una personalidad llamativa y la particularidad de ser macho sería que lo caracterizaría de ahora en adelante. En películas como ‘Ay, Jalisco no te rajes’, ‘Cuando quiere un mexicano’, ‘Como México no hay dos’, ‘Las tres García’, ‘Dos tipos de cuidado’, en donde el machismo del personaje de Jorge Negrete se concibe como una aspiración. ‘En la comedia ranchera, el machismo es el estragamiento del nacionalismo cultural: los símbolos auténticos de México acaban llorando en la cantina, sollozando en el hombro de su enemigo o soportando los malos tratos de la endina. Los hombres no lloran pero los machos sí’, dice el escritor mexicano Carlos Monsiváis. Además, la figura del charro se hizo más popular con su habilidad para la canción ranchera, lo cual estuvo justificado por su identidad y patriotismo.
En 1936, México sorprende al mercado latinoamericano con el filme ‘Allá en el Rancho Grande’ de Fernando Fuentes. En estos años, el charro hace suya –y de todo México– la comedia ranchera, porque a diferencia del charro real, el de la cinematografía se concibió como cantante, alegre, valiente y mujeriego.
Hablar del sombrero charro es referirnos a solo una parte de algo más grande: la charrería. Una disciplina ecuestre que perdura como parte de la identidad mexicana. ‘La charrería nos sobrecoge, nos subyuga, se adueña de nuestro espíritu, pero también se nos entrega porque en lo más hondo de nuestro ser de ser mexicanos, saboreamos la gloria de poder sentirla plena y realmente nuestra’, escribía Carlos Rincón Gallardo en ‘Una biblia de la charrería’. Quizá, de esta manera comprendamos por qué – más allá del sombrero – el charro mexicano permanece como una figura de singularidad mexicana.
Con información de GQ