Catalogado de bohemio, étnico y hasta rebelde; Vogue recorre la larga historia del huarache y su inesperada huella en el mundo de la moda rápida
El huarache es una sandalia de cuero plana que se caracteriza principalmente por un trabajo de trenzado único en el mundo, hecho a partir de una sola tira de cuero, larguísima, que sujeta el pie con complicados y hermosos tejidos sobre una suela, a veces de cuero, a veces de llanta de carro. Hay poca bibliografía sobre el origen del huarache, pero se cree que este es una evolución del calzado prehispánico que se le ponía a los muertos, para que pudieran trascender en los diferentes niveles del Mictlán.
Aún se consiguen huaracherías por todo el país, que con dificultad mantienen viva una tradición tan mexicana como venerar a María Félix. La palabra viene de un vocablo tarasco, esta es de las pocas lenguas, como el vasco, cuyo origen es desconocido, explica Walther Boelsterly, director del Museo de Arte Popular de México. ‘La palabra huarache es muy bonita, muy armónica y yo creo que por eso también ha trascendido fronteras, y está entre las piezas más populares de indumentaria mexicana.’
La imagen de los huaraches sencillos y modestos que se venden en los mercados de México y recorren a pie sus campos es la más popular, y probablemente por eso no ocupa un puesto en el olimpo de las obras del arte popular como el rebozo y el huipil. Quizás porque pocos conocen los huaraches que aún se hacen por pedido en Michoacán y Jalisco. Probablemente porque pocos conocen los negros para velorios con tejidos tan finos que no se ve la piel, que son tan complicados y tan caros que es imposible venderlos en las tiendas.
Según Markus Kittner, diseñador industrial de zapatos y un estudioso apasionado del huarache, la manera correcta de comprar un huarache es a la medida, porque las hormas de estos zapatos no son estándar, y varían según el artesano.
Los estilos de huarache también varían de estado a estado, los más ejemplares se realizan en los estados del oeste central de México, específicamente Jalisco y Michoacán, ‘por sus tradiciones de talabartería fina y su cercanía a Guadalajara y León, donde hacen zapatos. También hay bien hechos en Yalalag, Oaxaca’, explica Kittner a Vogue con conocimiento de causa.
Kittner es un diseñador de zapatos italiano residenciado en Rusia, con una pasión singular por el huarache. Su misión es preservar el legado de los maestros huaracheros y crear conciencia sobre el valor cultural, histórico y estético que tiene este arte, porque para él sí es un arte, a través de la difusión de información sobre la sandalia, primero a través de su nutrido blog, huaracheblog.wordpress.com, y ahora a través de su cuenta de Instagram, con la que espera llegarle a más personas.
Su historia parece la de un héroe griego, con los retos, las tentaciones, las revelaciones y los encuentros cercanos con la muerte. Cuando trabajaba en la sede de Nike, cerca de Portland, Oregon, en 2009 supo de la existencia del huarache por una vecina, que era mexicana. Cuando este se interesó en ellos, el padre de la vecina le dijo que podía visitar auténticas fábricas de huaraches en Guadalajara, entonces decidió dejar su trabajo en Nike e irse a Guadalajara en autobús -¡desde Portland!-, para llegar más lento a su destino e ir asimilando cómo cambiaba el panorama con el pasar de las horas, y así estudiar la producción de huaraches desde cerca.
Al llegar a Guadalajara no tardó mucho en aprender que los huaraches que encontraba en los mercados populares no eran necesariamente los ejemplares más especiales. Varias personas lo mandaron a Sahuayo, poblado donde pasaría años estudiando y trabajando el arte del huarache. El poblado con el monopolio de los huaraches para exportación.
‘Creo que [mi amor por el huarache viene de] la cultura de la artesanía’, explica Kittner, ‘Con los huaraches vi una forma de hacer zapatos que era más auténtica y natural. Esta tradición te permite compararlos con la cocina de tu abuela, eso es algo que pensé que faltaba en el diseño de zapatos. No solo faltaba la cocina de tu abuela en la industria del calzado, sino que estaba desapareciendo porque nadie los estaba comprando. De hecho hace como siete años diría que el 30% de las personas que conocí estaban a punto de cerrar su taller’.
Según Kittner, muchas de las pieles vienen ahora de Estados Unidos y son curtidas en México, porque las vacas allá son más grandes y permiten tiras de cuero más largas con las que se hace el trenzado de los zapatos, ‘pero hay de todo’, cuenta Kittner. Según él se siguen haciendo huaraches con piel de res mexicana.
Existen varios niveles de producción, está el taller grande con modelo capitalista, el taller artesanal y el taller del maestro artesano. La diferencia se puede ver desde cuán intrincado es el diseño hasta cómo tiñen el cuero, si un taller grande o artesanal deja la piel tiñéndose por 1-3 semanas, un maestro artesano que él conoció dejaba sus pieles tiñéndose por 4 meses, ‘cuando sostuve uno de sus huaraches en las manos parecía un animal vivo, el color y el tratamiento de la piel eran lo más brillante que he visto en un zapato’, y Markus ha sostenido zapatos. Pero el arquetipo del hombre usando huarache es uno humilde, del campo, y Kittner cree que por eso no se le da al huarache el reconocimiento que merece.
Cuando la estadía de Markus de cuatro años en México investigando sobre el arte de los huaraches estaba por terminar, contactó a Walther Boelsterly, director del Museo de Arte Popular, para dedicarle una exposición al zapato. Kittner le compró huaraches a algunos de los mejores maestros huaracheros que conoció y los puso al servicio del museo, junto a sus retratos e historias en la exposición titulada ‘El Huarache Fino – Un Oficio’.
Aguillar es contador de profesión, pero no le gustó el ambiente de la oficina, por lo que su abuela le dio tres pieles y le enseñó a hacer huaraches, y a eso se dedicó. Ser contador es una buena profesión para un huarachero, Kittner compara el oficio de hacer huaraches con el de alguien que escribe códigos, si te equivocas en una cuenta se pierde todo el trabajo. ‘El diseño del corte picado en forma de espiral de Ernesto me dejó alucinando cuando lo vi por primera vez hace seis años’, escribió Kittner en la leyenda del Museo de Arte Popular. ‘No tuvo miedo de mostrarme la plantilla de cartolina que usaba para cortar cada una de las mil ranuras pequeñas, porque me dijo con orgullo que, a pesar de tenerla, sería casi imposible que alguien copiara su diseño de tejido en espiral’.
En esta época Ernesto comenzó a mostrar síntomas de Parkinson, lo que comprometería su futuro como huarachero, recuerda Kittner. ‘A menudo hablamos extensamente acerca de escribir un libro juntos, tal vez un manual de huarache para sus estilos ya que pronto él no podría hacerlos, pero yo siempre estaba ocupado, o viviendo demasiado lejos para comprometerme, una parte de mí siente que le fallé’.
En ‘Ella se viste: La pachuca, la resistencia chicana y la política de la representación’, un artículo publicado en la revista académica Reviews in American History, Lisa Ramos describe cómo la pachuca, la joven mujer mexicano americana que usaba un traje zoot o tacuche y cultivó una imagen de mujer dura en la era de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos, usó su distintivo vestuario para diferenciarse de otros grupos de mujeres, y este podía consistir en: ‘un cárdigan o un suéter con cuello en V y un abrigo largo; una falda plisada hasta la rodilla; medias de red o calcetines; y tacones de plataforma, zapatos de sillín o sandalias huarache’.
‘Al usar un traje de zoot, la pachuca llamó la atención sobre su cuerpo como sitio de múltiples concursos. Ella no era una chica recatada y obediente, sino una joven audaz y rebelde que se negó a aceptar que era inferior debido a su origen étnico’, desarrolla Catherine S. Ramírez en el epílogo del artículo de Ramos. La pachuca ofrecía una imagen masculinizada y agresiva que contrastaba particularmente con la de la mujer estadounidense, delicada y maternal, inofensiva y sumisa, que esperaba la llegada de su esposo de la guerra.
Si los norteamericanos no prestaron atención al zapato de la pachuca a mediados del siglo veinte, esta no sería la última vez que tendrían un encuentro cercano con el huarache. En la década de los sesentas, cuando grupos de hippies pusieron sus ojos en los hongos mexicanos, se llevaron de sus viajes no solo experiencias psicodélicas, sino huaraches en los pies también, y así comenzaría la reputación del huarache como el zapato de los bohemios, y no de los hombres del campo ni de las pachucas trasgresoras.
Esto lo cuenta Eric Zolov en su libro ‘Elvis refrito: El auge de la contracultura mexicana’. La cultura hippy introdujo en México una nueva imagen de modernidad que era una mezcla de lo moderno y lo folclórico. Así cuando los jóvenes mexicanos copiaron los estilos modernos de música y moda de Estados Unidos y Europa, sin saberlo, también retomaron elementos de su propia cultura. Al copiar a los indígenas mexicanos, los hippies revalorizaron la cultura indígena a los ojos de la juventud mexicana, que también comenzó a usar huaraches.
La popularidad del zapato ya superó la connotación hippy y se ha convertido en un objeto del mundo. Corredores tarahumara, como María Lorena Ramírez, lo convirtieron en un zapato de correr, Meghan Markle lo hizo trendy en un viaje de estado como duquesa de Sussex, marcas masivas lo hicieron ‘mainstream’, primero con el diseño del zapato de Nike bautizado con su nombre en 1996 y luego con la infinidad de marcas de moda rápida y de lujo que han imitado su trenzado, a pesar de que muchas veces no es acreditado por su nombre u origen.
Aunque marcas como Target, Walmart y Urban Outfitters tienen sandalias planas de cuero llamadas huarache, y dicen ser ‘importadas’, pero no de dónde, otras como ASOS emulan el estilo de la clásica sandalia mexicana sin mención a sus orígenes o su nombre. Madewell, por el contrario, describe su modelo ‘Chamula Sayulita Ankle-Wrap Sandals’ como ‘elaboradas por el mago del diseño Yuki Matsuda del colectivo de la Meg Company, [la marca] Chamula se especializa en [la confección de] huaraches tejidos a mano hechos por artesanos mexicanos, como estas sandalias con tobillo en cuero orgánico blanco curtido de vegetales’.
‘Yo quería que los huaraches se hicieran populares en Estados Unidos para que se pusieran de moda en México’ cuenta Kittner sobre su intento de hacer una marca de huaraches de lujo con códigos de zapatos europeos, para dar a conocer el arte de la huarachería en el exterior. ‘Pensé que los estadounidenses y europeos valorarían el carácter sano, los orígenes elaborados y la complejidad sofisticada de los tejidos del huarache’.
Si esto sucederá, con huaraches auténticos y no de imitación, solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, si vives en México, hazte un huarache a la medida con un maestro huarachero, según Walther Boelsterly te pueden durar toda la vida, los suyos tienen 25 años y están intactos. Hazlo por Markus, hazlo por maestros huaracheros como Ernesto Aguillar o hazlo por Meghan Markle que se puso unos hace poco y se le veían estupendos. Hazlo por quién tú quieras, pero hazlo. El huarache es un zapato extraordinario del cual hay que estar orgullosos y uno que no se puede dejar morir.
Con información de Vogue