¿A dónde van los mexicanos cuando mueren? Al inframundo al que las almas viajan con ayuda de un misterioso perro pardo.
Según la tradición mexicana, los muertos no se van al cielo o al limbo, se van al Mictlán, una especie de inframundo conocido como la Tierra de los Muertos, que implicaba un largo y peligroso viaje para las almas en busca de su último lugar de descanso.
Al Mictlán solo se puede llegar en compañía del animal más noble, un perro que, como Virgilio llevando a Dante a través de los círculos del infierno en La Divina Comedia, se convierte en guía de la vida después de la muerte, asegurándose de que los muertos no viajen solos y encuentren la entrada a ese otro mundo.
“Nuestros abuelos contaban que la muerte significa alegría, trascendencia y regresar al lugar de origen: el cuerpo se desintegra, pero el espíritu vive por toda la eternidad”, narró Ayaotekatl, nativo de Azcapotzalco, perteneciente a la tribu tepaneca, a la Gaceta UNAM.
En Mictlán, la muerte no es muerte, es una forma de vida distinta, un espacio en el que los difuntos se encuentran y, como nos gusta pensar, desde el que nos observan, atentos a lo que pasa con los familiares y amigos que dejaron atrás y que ahora tienen la misión de mantenerlos vivos a través de sus recuerdos y ofrendas.
¿Qué tiene que ver el Mictlán con el Día de Muertos?
Al Mictlán se llega, según cuenta la leyenda, después de un viaje de cuatro años en los que las almas van recorriendo los distintos niveles del inframundo, después del cual llegan a un estrecho río en el que un perro los ayuda a cruzar al otro lado. La historia dice que, siguiendo el proceso del viaje, la muerte no es instantánea o una desaparición, es algo que le va pasando a las almas lentamente, que finalmente se van por completo al dejar de existir en los recuerdos de los vivos.
Son las ofrendas que se colocan en los altares del Día de Muertos las que mantienen a las almas vivas, y de ahí viene la tradición de celebrar a los difuntos en un día especial en el que, supuestamente, la conexión entre los dos mundos es más fuerte.
Mictlán es también la razón por la que los antiguos habitantes de México tenían perros. “Dicen que el difunto que llega a la ribera del río arriba, luego mira al perro, si este conoce a su amo se echa nadando al río, hacia la otra parte donde está su amo y lo pasa a cuestas. Por esta causa los naturales solían tener y criar a los perritos, para este efecto; y más decían, que los perros de pelo blanco y negro no podían nadar y pasar el río, porque decía el perro de pelo blanco: yo ya me lavé, y el perro de pelo negro decía: yo me he manchado de color prieto, y por eso no puedo pasaros. Solamente el de pelo bermejo podía pasar bien a cuestas a los difuntos…”, escribió Bernardino de Sahagún.
La conexión con Coco
Lo que vemos en la película de Pixar, Coco, es una celebración tradicional del Día de Muertos, Miguel y su familia se preparan para recordar a sus familiares que ya no están, entre ellos un padre que está a punto de ser olvidado y, por lo tanto, su viaje a través del inframundo llegará a su fin.
Coco nos deja ver los colores, las tradiciones y la alegría con la que los mexicanos percibimos la muerte, con una tradición que en muchos lugares se sigue viviendo con fiestas, bailes y celebraciones.
En la película, Miguel viaja al Mictlán por accidente, en compañía de un perro como el de las leyendas, y ahí descubre que su abuela, tíos y familiares fallecidos siguen esperando por la llegada de los otros. Sus fotos y alimentos favoritos en los altares les dejan saber que no los han olvidado y le toca al niño encontrar el camino de regreso para evitar que su padre desaparezca por completo.
Claro que el Mictlán no es tan colorido como en la película de Pixar, pero es un lugar especial en el que los mexicanos tienen una nueva oportunidad de vivir, al menos hasta que llega el olvido.
Con información de GQ