Llevaba 20 años intentando saltar a la dirección. Por fin, lo ha logrado en Falling, un drama que empezó a escribir tras la muerte de su madre.
Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) llega andando al lugar de la entrevista. Una terraza por la zona de Alonso Martínez, en Madrid. No vive muy lejos. Con su mascarilla, una bolsa de tela en un brazo y en el otro, una camisa blanca, perfectamente planchada, en percha y enfundada. Se sienta relajado al otro lado de la mesa, sin esos accesorios que a veces ocupan tanto protagonismo en otras entrevistas. Ni la bufanda del Club Atlético San Lorenzo de Almagro ni su mate, dos de sus grandes amores, recuerdos de su infancia en Argentina. Sólo destaca un medallón de placa que cuelga de su cuello y que dice “story”. Una declaración vital. Otro amor que viene de lejos. Contar historias es la razón por la que empezó a actuar a los veintipocos años después de estudiar español y política en la Universidad St. Lawrence, al norte del estado de Nueva York y cerca de donde creció, en Watertown, y después de pasar unos años en Dinamarca con trabajos temporales (conduciendo un camión, cargando barcos…).
Asegura siempre que quiso ser actor porque deseaba narrar historias, porque quería descubrir cómo las películas y las interpretaciones conseguían hacerle llorar, reír y hasta cuestionarse su lugar en el mundo. Sus más de tres décadas en el cine han sido guiadas sólo en pro de la historia. Nunca ha elegido proyectos ni por el dinero ni por la repercusión. Aceptó el papel en El señor de los anillos qué tendrá su propia serie), su mayor éxito —el que lo catapultó a estrella (o antiestrella, porque nunca siguió los esquemas y caminos marcados por Hollywood)—, porque su hijo Henry, entonces de 10 años y fan de los libros de Tolkien, se lo pidió.
Viggo siempre ha llevado una cámara y un cuaderno para recordar su vida, lo que va viendo, y hace ya mucho que decidió también contar sus propias historias, dirigir. Y, sin embargo, cosas de esta industria y sus inescrutables entresijos, más de 20 años ha tardado en poder estrenar su primera película como director y guionista, Falling, en la que también es productor, compone la banda sonora y actúa, por petición de sus productores e inversores, aunque no fuera su intención inicial.
Viggo Mortensen hace su debut en la dirección
El plan siempre fue dirigir una película, no fue una casualidad…
Hace ya 20 años que escribí un guion e intenté ponerlo en marcha, pero no pude juntar el dinero suficiente. Después, empecé a trabajar como actor. Y hace unos seis años, traté con otro guion que tampoco salió. Posteriormente, escribí Falling, lo intenté, tenía el dinero, pero se cayó. Volví a intentarlo con el anterior guion, casi, casi, y nada… Al final, pude con éste. Incluso para los directores que han hecho muchas producciones independientes es difícil conseguir el dinero. Y cuando los proyectos no son, digamos, de fórmula y no tienen actores de renombre, es más complicado. Y después, si sale bien, a lo mejor la siguiente puede ser más fácil, aunque no necesariamente. David Cronenberg, por ejemplo, lleva trabajando casi cinco décadas y tarda tres o cuatro años para conseguir el financiamiento de cada filme. Es injusto, porque él es muy eficaz, no despilfarra, hace buenas cintas… No sé por qué cuesta tanto, incluso a él… Si a él le cuesta, imagina a otros.
¿Eso crea cierto sentimiento de frustración, de querer abandonar?
Como sabemos, hay muchas cosas más difíciles en la vida, pero si lo miras como trabajo, al igual que el trabajo de cualquier otra persona, sí es frustrante cuando no puedes hacer lo que quieres o no puedes ganarte la vida. La gente piensa: “Bueno, estuvo en esa película hace 20 años y ganó mucho dinero, estará bien”. Pero 20 años son 20 años (ríe) y si uno no gana dinero… Pero de vez en cuando, trabajo y estoy bien.
No eres uno de esos actores con varias películas por año, al menos no últimamente…
No es sólo porque sea muy selectivo. Mis padres estuvieron enfermos y me tomé unas pausas, y después estuve intentando encontrar el dinero para Falling y preparándola… No he podido hacer nada desde Green Book, que la rodamos hace ya cuatro años o más. No me quejo, aunque sí, a veces, como cualquiera, te frustras si piensas que tienes algo bueno que contar, o hay un buen proyecto mío o de otro en el que voy a participar y se cae, se demora… Y ahora, con la pandemia, es más difícil para todo el mundo. Como en los demás oficios, hay que esperar, hay que tener paciencia, debes ingeniártelas para ganarte la vida de alguna manera. Durante el confinamiento, he seguido buscando salidas para esta cinta y, poco a poco, he ido encontrando distribuidores en varios países. Al final, será una película pequeña, pero muy laureada en festivales importantes; que nos seleccionaran para Cannes con una primera cinta, fue un hito. Es una lástima que no hubiera festival, pero tenemos el sello y esa aprobación importa. Es un año complicado. Si paras y te rindes, no va a pasar nada; hay que seguir como si algo fuera a ocurrir.
Mortensen, como tantos otros directores, espera que su ópera prima se disfrute en pantalla grande. Su habitual, conocida y meticulosa preparación como actor la ha aplicado en la silla de director. “La mezcla de sonido, las imágenes…” de naturaleza que filmó durante meses antes del rodaje principal… Ha puesto mucho esfuerzo en detalles que se disfrutarán mejor en el cine. Ha volcado todo eso que ha ido aprendiendo en tres décadas largas de trabajo con grandes directores, desde su amigo Cronenberg (A History of Violence, Eastern Promises, Un método peligroso), a Peter Weir, quien le dio su primera oportunidad, Único testigo… o, al menos, la primera que vimos, porque el papel que Woody Allen le dio en La rosa púrpura del Cairo se quedó en la sala de montaje. De John Hillcoat (The Road) a Lisandro Alonso (Jauja). De Ridley Scott (G.I. Jane) a Peter Farrelly (Green Book) o Matt Ross (Captain Fantastic). Cada experiencia fue una clase maestra que se tomó muy en serio. Observa y apunta y aprende. “Yo soy así como actor, antes de ser productor; siempre me interesa cómo se arma la película, cómo se prepara, lo que hacen todos. Soy entrometido”, dice y se ríe.
Viggo Mortensen por fin, lo ha logrado en Falling, un drama que empezó a escribir tras la muerte de su madre.
Falling es la historia de un padre y un hijo, Willis (interpretado por Lance Henriksen) y John (al que da vida el propio Viggo Mortensen). El primero está perdiendo la cabeza y ya no puede hacerse cargo de su granja. John quiere ayudarle, pero la obstinación del padre y los recuerdos de los dos se cruzan en el camino. Un gran drama familiar, montado a recuerdos, casi como un poema que empezó a escribir en un avión, cruzando el Atlántico, después del funeral de su madre. “Quería apuntar cosas que estaban muy presentes para mí porque acababa de morir mi madre y había hablado mucho con mis hermanos, mirando fotos. Y, además, en el funeral, me encontré con gente que la conocía de su infancia, de su juventud, viejos amigos suyos que me contaban cosas que ella me había dicho, pero que me relataban una versión un poco diferente”, asegura. “Eso me hizo pensar que todos recordamos a nuestra manera, como nos conviene psicológicamente. Los recuerdos no son tan fiables, es más lo que uno siente, de eso te puedes fiar. Pero tenemos esta necesidad de controlar cómo nos vemos y cómo vemos lo que nos ha pasado”.
“Lo cierto es que, con o sin poema para intentar recordar lo vivido, la memoria siempre me traiciona”, escribe Mortensen en su último libro de poemas, Lo que no se puede escribir, publicado en 2019 por Perceval Press, la editorial que montó con el dinero que ganó con El señor de los anillos. Es un compendio de poemas y recuerdos que son un bonito complemento al visionado de Falling. Lleno de palabras que intentan captar eso que sintió cuando se tuvo que despedir primero de su madre y, poco después, de su padre. Falling está dedicada a sus dos hermanos pequeños. “Es una ficción con una base de realidad… Yo sabía que ellos iban a reconocer ciertos momentos, algunos rasgos”, reconoce. “En el proceso, me di cuenta de que mi impulso para hacer la película tenía que ver con explorar lo que yo siento por mis padres y lo que me han enseñado para bien y para mal. Es mi versión de algo, no es la historia de nuestra familia, pero hay guiños”. Están los paisajes rurales al norte del estado de Nueva York donde pasó su adolescencia, su obsesión con la muerte, la demencia senil que acompañó a sus padres en sus últimos años y que afecta a eso sobre lo que Mortensen reflexiona tanto en la cinta y sus escritos: la memoria.
Llevas siempre cámara de fotos, cuaderno… ¿Te obsesiona la memoria, captar el momento?
Sí, aunque al sacar una foto, uno diría que no se puede falsear, pero no es así: cómo se encuentra, desde qué punto de vista la sacas y cómo usas la luz, etc. Todo tiene su matiz, nadie va a sacar la misma foto, tampoco te puedes fiar completamente de ella.
Viggo Mortensen en entrevista con GQ México
La película también habla de la desconexión y la dificultad de comunicación entre las personas, como ya trataba Captain Fantastic, y que refleja este momento tan polarizado que vivimos…
No sólo en Estados Unidos; en España, están copiando idénticas las frases del equipo Trump. Es increíble, están usando los mismos modelos en Francia, en España, en Hungría, Polonia, Boris Johnson… Y se puede decir lo mismo de la izquierda un poco también. Al escribir, era consciente de que la familia es un microcosmos de la comunidad regional y nacional, pensé que podía tener una lectura para el espectador que reflejara un poco el momento actual. Por eso, la situé en 2009, el año después de la elección de Obama, no estaba Trump, porque no hace falta que esté, porque está aunque no lo menciones. En la película está eso, pero todo eso existía antes de él. Trump y los suyos aprovecharon sólo lo que había, la polarización, y encendieron fuego para animarla más.
Matt Ross, el director de Captain Fantastic —por la que ganó su segunda nominación al Oscar; la tercera vino por Green Book (una película inspirada en una historia real sobre racismo)—, decía de Viggo Mortensen que “había interpretado a tantos personajes muy masculinos, tipos duros, que se había formado una especie de mito alrededor de él”. El actor se ríe un poco de eso. “Creo que la gente mezcla y confunde, toma ideas de lo que digo o dicen que declaro en las entrevistas, o ven mis personajes en mis películas… Y ya me ha pasado en unas cuantas ocasiones: las personas creen que vivo en un árbol a mitad de una isla desierta en la que, además, siempre está nevando”, se ríe. Y más serio, reflexiona ahora sobre la idea del mito. “No sé, he hecho tantas cosas diferentes que ya no sé… El arte es mi manera de comunicar. Hice la cinta y escribo para acercarme a la gente; el peligro más importante de ser conocido o famoso es que te aparta de los demás y de ti mismo”, asegura. “A mí no me ha molestado eso, he podido continuar con mi vida y haciendo mis cosas, soy consciente de que gracias al éxito de ciertas películas, he podido realizar otras; he podido hacer cosas en teatro, que más gente ha venido a mis exposiciones de fotografía, de pintura, a mis lecturas de poesía; a lo mejor, más personas compran mis libros… Son hechos que están vinculados y lo agradezco, sin embargo, mi razón para hacer las cosas no es para que me conozcan”, se detiene un momento. “Bueno, sí, para que me conozcan, pero no para que me separen de otras personas…”. ¿No para que le conviertan en un mito? “Bueno, la gente hace lo que hace y piensa como piensa; yo comunico a mi manera a través del arte”.
El confinamiento le ha servido para escribir mucho, afirma. Nuevos poemas, otro guion. Se siente claramente satisfecho con su primer largometraje y con la posición tranquila que ha alcanzado en una carrera en la que ha hecho lo que le ha dado la gana. Muy pocos pueden decir lo mismo. ¿Siente una satisfacción plena como artista? “Sí, me siento cómodo así. Pero yo no hago distinción entre artista y no artista. Como los niños, ellos no separan: todos dibujan, actúan… Ser artista ¿qué es?: es observar, interpretar, recordar y después ofrecer una respuesta a lo que uno observa y vive. Es una conversación. Para mí, todos son artistas. Observaciones muy sencillas pueden ser muy elegantes y muy creativas”. Y Viggo Mortensen puede conversar horas y le queda mucho por ver, incluso en estos tiempos complicados que él ve con optimismo. “Creo que la gente aprenderá de esto, aprenderá a apreciar su propia vida y la de los demás. Siempre pienso que los obstáculos son oportunidades para crecer como comunidad, como país, como personas. La pandemia no es positiva, pero algunas consecuencias de ella pueden serlo. Más vale buscar lo bueno en cada situación, ¿o no?”.
Con información de GQ