Aviso a todos los lectores: es complicado, casi imposible, salir indemne tras pasar la última página de La mujer rota. La suerte es que esta vez, la ilustradora Sara Herranz va de tu mano durante el viaje. Sus trazos, aun sobrios y sutiles, parecen querer hablar y prácticamente lo consiguen.
Los dibujos que van sucediéndose durante la lectura no solo acompañan. Realmente, son tan necesarios en el proceso como las palabras escritas, en una historia en la que mente y corazón demandan un respiro en medio de ese caos sentimental y emocional que vive el afortunado que se aventura entre sus páginas.
“Quería que, a pesar de lo desgarradora que es la historia, las ilustraciones sirvieran para tomar un poco de aire. De ahí que sean muy sobrias y minimalistas”, dice Sara Herranz. Esa era la intención y, efectivamente, así ha sido el resultado. Los dibujos en blanco y negro consiguen mantenerte dentro, a la vez que relajan esa inevitable aflicción.
Poco a poco, te vas dando cuenta de que esos retratos son una traducción de la voz que escribe Simone de Beauvoir. Al fin y al cabo, es cierto que las palabras no siempre son suficientes. Como relata Monique, la protagonista de la historia: “Durante dos semanas no he escrito nada en este cuaderno porque me he releído. Y he visto que las palabras no dicen nada”.
En realidad, expresan mucho más de lo que cree, aunque ella no se percate en ese momento, pero en ocasiones también mienten. Es por eso que, mientras acompañas a Monique en sus confesiones, Sara Herranz va dejando pinceladas de lo que realmente sucede en el interior de una mujer que se encuentra, precisamente, rota.
UN REFLEJO PERSONAL
Es ineludible no encontrarse en alguna de las fases que experimenta Monique, aunque su historia no aparezca explícitamente en tu currículum afectivo. Quizás por eso Sara se lanzó al proyecto: “por el momento emocional en el que personalmente me encontraba. Yo estaba un poco rota entonces, pero creo que ese sentimiento nos atraviesa un poco a todas en algún momento de nuestra vida”.
Después de todo, el camino de Monique junto a Maurice es doloroso, pero hace crecer en ti una arrolladora empatía que, en ciertos momentos, tienen que ver con la propia identificación. La desesperación, la dependencia emocional, la pérdida de identidad o la culpabilidad no son nuevas y, ni mucho menos, desconocidas para la mayoría de nosotras.
Así, la artista completa la obra con metáforas que bailan, no solo con la protagonista, sino con los símbolos que se suceden a lo largo de la historia. Pequeños detalles que parecen pasar desapercibidos y que realmente tienen una fuerte carga sentimental en el relato.
En la obra de Sara Herranz, el papel principal lo tienen las mujeres, pero esta vez, recorre nuevas perspectivas. “He intentado divertirme y trabajar en cosas diferentes. En este libro, la protagonista sigue siendo ella, la mujer, pero esta vez es mucho más madura”, cuenta.
Y es que La mujer rota despieza una situación tan habitual como el proceso de un matrimonio que se marchita. Y quizás por eso, a pesar de ser un clásico, se extrapola de manera tan impecable a la realidad. Y es por eso que es tan fácil hallarse en esas palabras en primera persona, en ese diario con el que Monique nos engancha a la vez que nos deja también un poco rotas.
La guinda del pastel llega al final. Sara Herranz esboza un perfecto epílogo adherido al desenlace del relato. Los últimos dibujos son los que cargan el peso afectivo que provoca un estado de reflexión durante su contemplación. Más que pensar, lo que intentas es encontrarte, y lo consigues gracias a ese concluyente broche que logra esclarecer y tranquilizar.
La alianza de Simone de Beauvoir y Sara Herranz a través de una obra que respira feminismo es justicia poética, un regalo cultural y artístico. Escritora y artista se unen para encontrarse en las palabras de Beauvoir que cierran el libro: “Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que sea la libertad nuestra propia sustancia”.
Con información de Traveler