En las Culturas Prehispánicas de Mesoamérica los sonidos de la naturaleza, la música instrumental y el canto estaban estrechamente relacionados con conceptos religiosos y mágicos.
Los instrumentos musicales tenían orígenes mitológicos y el sonido de éstos se consideraba sagrado, se entendían como la voz de los dioses, en consecuencia, al ser divinos fueron tratados con gran respeto.
Del México prehispánico provienen instrumentos de aliento como flautas y flautines de barro o carrizo, chirimías, jarros silbadores, ocarinas y caracolas marinas.
Instrumentos de percusión como el tambor vertical o huehuetl, hecho de un tronco hueco y en la parte superior cubierta con piel de venado u ocelote y que se percute con las manos. El teponaztli o tambor horizontal que se percute con dos baquetas; además de los raspadores de hueso, quijadas de buey, conchas de tortugas percutidas con una asta de venado, sonajas de barro, metal o calabaza seca, cántaros y capullos secos de mariposas o tenabaris.
Con la llegada de los españoles la música se enriqueció con los instrumentos de cuerda: violines, guitarras con concha de armadillo, rabeles, vihuelas, salterios y arpas.
Esta influencia europea a su vez africana y árabe, iniciada en el siglo XVI, permaneció y se arraigó en la cultura religiosa y festiva hasta el México actual. Es una tradición que se renueva cada año en las fiestas patronales, procesiones y ferias donde la música representa la memoria viva de las comunidades indígenas y mestizas; donde los dioses paganos, pertenecientes a antiguos ritos prehispánicos, se entremezclan con santos y vírgenes de la religión católica.