Tlaltenango está agarrado del chongo a causa de un basurero construido por el presidente municipal panista. La gritadera se alcanza a escuchar en el acto en el que el presidente Andrés Manuel López Obrador brinda un mensaje en un salón y detrás de la reja, pues pandemia obliga.
Los gritos se alcanzan a escuchar en el salón, pues los dos bandos llevaron equipos de sonido. El Presidente dice, en el cierre de su gira zacatecana, que durmió en Tlaltenango, lugar al que llegó en carretera porque de otro modo no podría conocer los problemas reales (la carretera, por cierto, necesita más que una manita).
López Obrador hace un recuento de su visita de tres días, enlista algunas cifras del lugar visitado (beneficiarios de programas, escuelas atendidas) y va a lo suyo: vacunando a los adultos mayores reduciremos 80 por ciento la mortalidad, dice, y vuelve sobre el argumento de que ni él ni los miembros de su gabinete se vacunaron antes (agrega a la lista de contagiados al titular del Insabi, Juan Antonio Ferrer): “No es el dinero ni la influencia política lo que vale”.
Lo dice en el estado donde la delegada federal, Verónica Díaz Robles, facilitó la vacunación de tres decenas de personas adineradas de la capital, quienes tuvieron que desplazarse a un municipio marginado para recibir las dosis.
El Presidente acusa recibo del pleito que causa la gritadera y anuncia que en unos días estará aquí, para atender directamente el asunto del relleno sanitario, la secretaria del Medio Ambiente, María Luisa Albores.
Conforme avanza su discurso, muestra las prioridades.
Vuelve a elogiar a Ricardo Monreal por las reformas ya aprobadas. Pero recuerda que en la aduana senatorial se encuentra la iniciativa a la Ley de la Industria Eléctrica, prioridad entre las prioridades presidenciales.
La referencia a las reformas permite a López Obrador presumir, nuevamente, que su gobierno promovió que las prácticas electorales fraudulentas sean delitos graves y entreteje el tema con la reforma eléctrica para decir que nunca más padeceremos la corrupción que caracterizó al “periodo neoliberal”. Cierra con una de sus frases clásicas: “Me canso ganso”.
¿Cuál será la petición más extraña que ha recibido un Presidente de la República? ¿Es López Obrador un político que centraliza para controlar todo o el país lo pone frente a problemas que ningún otro puede o quiere resolver?
En este municipio del sur de Zacatecas –sus fronteras serpentean con Jalisco y Aguascalientes– lo reciben con una demanda inusual: la liberación de un basurero.
“Liberen el relleno sanitario”, se lee en una gran manta colgada en un camión de carga.
La historia, contada muy sintéticamente, es la siguiente: el alcalde panista decidió construir el basurero municipal en una comunidad indígena, prometió una obra moderna que no contaminaría y la inauguró a mediados de 2019. Al mes y cachito aquello empezó a fallar de lo lindo, dicen los detractores, a pesar de 25 millones de pesos invertidos.
El caso es que en el último día de la gira zacatecana del Presidente se reúne el mayor número de manifestantes. Unos, los pobladores de Cicacalco, han sostenido un plantón en el tiradero a lo largo de seis meses. Del otro lado, están los que echan porras al alcalde Miguel Varela (“son puro empleado del ayuntamiento”, aseguran los detractores). En medio, entre ambos bandos, muchachas que portan chalecos de servidores de la nación cumplen una más de sus funciones: meter el cuerpo para evitar un choque.
Los empleados del ayuntamiento se dedican a defender al presidente municipal y su basurero, y a tratar, con sus megáfonos, de callar a los opositores que, en su mayoría, dirigen consignas contra el panista.
Un tercer grupo repite una y otra vez la consigna “¡Es un honor estar con Obrador!”
El cuadro lo completan trabajadores del hospital comunitario de Colotlán (en el vecino Jalisco): son 120 que desde hace 10 años o más laboran con contratos de tres o cinco meses. “No queremos que nos llamen héroes, sino tener un empleo estable”, dice el enfermero Salvador Flores, a nombre de sus compañeros.
En el coctel destaca, por la potencia de su voz y por retadora, Mercedes Ramos. En 2019 mataron a su hijo Iván Molina, quien padecía una discapacidad mental. Ella asegura que lo metieron a un motel, propiedad de un riquillo del pueblo, que ahí lo torturaron, “le pegaron un tiro en la cabeza y lo tiraron en los llanos como un perro”.
–¿Por qué lo mataron?
–Tal vez porque traía un carrito chiquito. Y tal vez lo querían de mula para transportar fentanilo, cocaína o cualquier otro enervante –responde Mercedes, como si hablara de un asalto por un teléfono.
Entre los opositores al relleno sanitario hay un grupo que dirige baterías por igual a los tres niveles de gobierno. Un hombre porta un cartel grande que reza: “Comprando conciencias con el uso de programas sociales”.
Y a la llegada de López Obrador una mujer hace sonar su potente voz con una mentada al Presidente. La ofensa será repetida en el vuelo comercial que el mandatario aborda para retornar a la Ciudad de México, que se disemina rápidamente en las redes sociales.
Así el clima a un año de la pandemia y cuando faltan apenas poco más de tres meses para las elecciones intermedias.
OPINION DE: Arturo Cano periódico La Jornada