Opinion de Carlos Bravo Regidor para Expansión Política
“Hay tres tipos de enemigos”, dice un viejo aforismo político. “Los enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido”. Algunas fuentes se lo atribuyen, en esos términos o con ciertas variantes, a Winston Churchill, otras a Konrad Adenauer o a Giulio Andreotti. Sea cual sea su origen, o si se trata de una cita apócrifa, da un poco igual. Bien decía Abraham Lincoln que “el tema con las citas encontradas en internet es que a menudo son falsas”. El punto es que se trata de un aforismo que hoy podrían suscribir muchas morenistas para referirse al compañero Andrés Manuel López Obrador y a su afán de sostener la candidatura de Félix Salgado Macedonio al gobierno de Guerrero.
La cuestión está clarísima, aunque nadie en la órbita del lopezobradorismo se atreva a plantearla con claridad en público: el presidente ya se montó en su macho. Es cierto que él no lo designó, pero vaya que lo ha defendido. Mucha gente en Morena entiende que las acusaciones de acoso y abuso sexual en contra de Salgado son gravísimas, que su candidatura es ofensiva e inaceptable. Y que, incluso si su popularidad entre los guerrerenses o el apoyo de López Obrador le alcanzan para ganar a pesar del escándalo
(la encuesta de BGC
así lo sugiere), el costo de mantenerlo en la boleta puede ser muy alto. Tanto moral como electoralmente, abre un amplio flanco de vulnerabilidad.
No es que el presidente no lo entienda, o que haga falta explicarle. Como escribió el politólogo
Juan Fernando Ibarra
hace unos días, “esa ignorancia fingida es un gesto grotesco, pero con claro olfato populista”: tal vez el presidente “está convencido de que la agenda de derechos es una exquisitez pequeñoburguesa y cree que la mayoría de los mexicanos piensan lo mismo. Es desolador pensar que quizá tenga razón”. Si la tiene, no es una buena noticia para la identidad de Morena como opción de izquierda ni para quienes desde sus filas buscan impulsar agendas de género. Si no la tiene, el problema es que el precio de ese gesto no lo pagará él solo, lo pagará también su partido.
Como sea, las protestas que ha provocado la candidatura de Salgado, al interior y por fuera de Morena, no son “politiquería” ni mero “golpeteo” de coyuntura. Son expresión de una problemática mucho más profunda, se inscriben en un contexto de exigencia más amplio y son parte de un impulso activista de más largo aliento. En principio, el movimiento de las mujeres no es un movimiento anti-AMLO. Sin embargo, a fuerza de responderles como si lo fueran –de rechazar sus diagnósticos, descalificar sus ideas o poner en entredicho sus motivaciones–, el presidente parece empeñado en colocarse una y otra vez del lado contrario al de su lucha.
Si es un error, lo ha cometido demasiadas veces. Tantas, de hecho, que lo más probable es que no sea un error sino un patrón.
Morena, por lo pronto, es un partido atrapado entre el conservadurismo de su líder y el progresismo de sus mujeres. El absurdo en el que incurre la resolución de su Comisión Nacional de Honestidad y Justicia, que declaró infundados los agravios contra Salgado pero de todos modos recomendó reponer el proceso para elegir candidato a gobernador de Guerrero, es un testimonio de su incapacidad para procesar institucionalmente el conflicto, cada vez más evidente, entre ser lopezobradorista o ser feminista. Lo único que logró la Comisión fue echarle la bolita a otra Comisión y así ganar un poco de tiempo.