Una de las ideas más esclarecedoras que he escuchado sobre cómo ven la tierra las comunidades indígenas me la dijo Lottie Cunningham, cuando recordó su participación en la primera causa judicial sobre derechos colectivos de los pueblos indígenas de Nicaragua ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH).
“El presidente del Consejo de Ancianos me dijo: ‘Por ser mujer, vamos a confiar en usted porque la tierra es la Madre Tierra, pero no estamos de acuerdo con el lenguaje de demarcación y titulación.
Nosotros queremos un título como un todo porque si vos hablás de demarcación es como si vos tuvieras tu cuerpo y empezás a desmembrar tus brazos, tus piernas, tu cabeza… Y no, la Madre es un todo, es un cuerpo, por eso no creemos en la demarcación porque queremos tener siempre unida a la familia indígena'”.
Cunningham, del grupo indígena miskito, combinó las enseñanzas de sus antepasados con sus conocimientos de historia y derecho para presentarle su perspectiva a la autoridad indígena.
“Le dije: ‘En esta ocasión necesitamos tratar de tener un control sobre nuestras tierras y para eso tenemos que utilizar algunos términos del lenguaje occidental, sin quebrantar los principios y los derechos humanos de los pueblos indígenas'”.
La justicia
Y es que en 2001, la Corte IDH había emitido una sentencia a favor de la comunidad Awas Tingni, en la que declaró que el Estado, tras otorgar una concesión maderera sin su consentimiento, había violado sus derechos.
Se le ordenó a Nicaragua demarcar y titular los territorios indígenas y Cunningham inició el trabajo para implementar dicho dictamen.
No sólo fue clave en la presentación del caso, sino en negociaciones posteriores entre los indígenas y el Estado.
Ese proceso y la sentencia “han sido citados a menudo por otros grupos indígenas en procesos judiciales por derechos humanos o derechos de propiedad de la tierra y han contribuido al avance de los derechos territoriales de las comunidades indígenas en todo el mundo”, señala la Fundación Right Livelihood Award, que le concedió en 2020 el llamado Nobel Alternativo.
Y es que, como le dijo Cunningham a la DW, “por primera vez en la historia, una corte dictó una resolución con una interpretación evolutiva, donde reconoce el derecho de la propiedad colectiva, con una perspectiva en la que prevalecen el uso y tenencia de la tierra desde la cosmovisión indígena”.
La enfermera
Antes de ser abogada, Cunningham fue enfermera por 10 años, hasta que se dio cuenta de que no tenía “espacio para incidir en políticas públicas a favor de los pueblos indígenas”.
Al consultarle a los líderes indígenas sobre la situación en sus comunidades, apareció como prioridad la defensa de sus territorios.
Y en 1997, se dio cuenta de algo:
“La primera vez que me reuní con unas comunidades, me sorprendió estar en un aula de escuela sólo con hombres”.
Las mujeres, afuera, procuraban escuchar.
“Pregunté por qué no había mujeres adentro y me dijeron que las mujeres no eran las que atendían lo relacionado con la defensa de la tierra”.
“¿Y qué soy yo?”, cuestionó. “¿Por qué hay confianza en mí y no en ellas que son sus madres, esposas, hijas?”.
“Me dijeron que mi situación era diferente y les dije que no, que era indígena y que en la próxima reunión quería ver a 10 mujeres junto a los hombres”.
Así empezó un proceso difícil, pero que ha dado frutos.
“Lo más bonito es acompañar a las comunidades, escuchar a las mujeres y empoderarlas”, no sólo para que participen en la toma de decisiones sino en actividades productivas.
Los riesgos
En 2003, Cunningham creó el Centro por la Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (Cejudhcan).
En su discurso de aceptación del Nobel Alternativo, dijo que los pueblos indígenas y afrodescendientes de su país viven en 304 aldeas.
“El 90% de nuestros territorios enfrenta la invasión masiva de colonos, la mayoría de ellos acaparadores de tierras armados. Estos colonos talan nuestros bosques, extraen nuestros minerales y crían ganado en nuestras tierras.
Están expulsando a mi gente de sus tierras de cultivo y de sus aldeas, donde solían realizar actividades tradicionales como la caza, la pesca y la recolección de plantas medicinales”.
Cunningham le cuenta a BBC Mundo que ha temido por su vida.
En 2017, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le solicitó al gobierno de Nicaragua que adoptara “las medidas necesarias” para garantizar su vida e integridad personal y para que “pueda desarrollar sus actividades como defensora de derechos humanos sin ser objeto de actos de violencia, amenazas y hostigamiento”.
Esa instancia, decía en 2018, “observa que los graves hechos de violencia que han tenido lugar en la región de la Costa Caribe Norte han incluido presuntos secuestros, asesinatos, agresiones sexuales, amenazas, incendios de viviendas, robos, emboscadas y ataques a pobladores”.
En 2020, volvió a expresar su preocupación.
Más allá de Nicaragua
El Nobel Alternativo le fue otorgado “por su incansable dedicación a la protección de los territorios y las comunidades indígenas frente a la explotación y el saqueo”.
“La lucha de Lottie no es solo por su gente y su tierra, es una lucha por todos nosotros, y aun así ellos son los más afectados por el acoso y la violencia que impulsa la codicia”, le dice a BBC Mundo Kajsa Overgaard, subdirectora de la fundación sueca.
Y también por “los huracanes y las inundaciones, que son el resultado de nuestra forma de vivir y nuestros patrones de consumo”.
“Si el mundo occidental, cuando conoció por primera vez a las comunidades indígenas, hubiera escuchado realmente a mujeres como Lottie y hubiera aprendido a vivir en armonía con la Madre Tierra, habríamos evitado las crisis climáticas de hoy”.
“Pana pana en miskito significa solidaridad y quiere decir que tenemos que vivir de forma colectiva, actuando juntos, pensando en comunidad, no en el lucro”.
“¿Podemos empezar a escuchar atentamente y aprender de líderes indígenas sabias como Lottie?”, se pregunta Overgaard desde Suecia