Alma Mahler era una de las mujeres más hermosas, brillantes y admiradas de su época. Sin embargo, y pese a ser fundamental en las vidas y obras del compositor Gustav Mahler; su primer marido y también, Oskar Kokoschka; pintor expresionista y amante, Walter Gropius; su segundo marido y creador del Bauhaus, y Franz Werfel, novelista y tercer esposo, ella nunca logró consolidar su carrera.
Alma Mahler nació en Viena en 1879, una época dorada para la capital de Austria: en los salones literarios y en los cafés se discutía sobre arte, lo humano y hasta lo divino. Fue en ese momento que Robert Musil y Kafka revolucionaron la literatura y Freud descubría el inconsciente. Para entonces, las vienesas eran vistas como mujeres sensuales, secretas y peligrosas para el hombre.
Y Alma Mahler representaba todas las cualidades antes mencionadas. Era alta, opulenta, con ojos azules y coqueta. Además, tenía olfato para distinguir el talento, y eso era lo que enamoraba a los hombres, a los que inflaba sacándoles lo mejor de sí mismos. Sí, para ellos era madre y amante; “tú restituyes la vida a los inútiles”, le dijo una vez Kokoschka. Y ¿por qué?
A los 13 años perdió a su padre, el conocido pintor Schindler al que idolatraba, y cuando se enamoraba inventaba en el otro la perfección. Pero después se desenamoraba y necesitaba a otro. Y sin embargo, su música seguía siendo lo primero, se tomaba muy enserio como compositora hasta que a los 21 años conoció a Gustav Mahler; él tenía 42.
Cuando Alma Mahler conoce a Gustav este era el Director de la Ópera de Viena y representaba el hombre adecuado al que inventarle la historia de un Dios. Se casaron enseguida pero antes de la boda él le dejó claro que ella no podría seguir con su carrera. Una carta en donde expone su posición revela todo el machismo e injusticia de la época:
“¿Cómo te imaginas la vida matrimonial de un hombre y una mujer que son compositores? ¿Qué va a pasar si, cuando te llegue la inspiración, te ves obligada a atender la casa? Tú no debes tener más que una sola profesión: hacerme feliz. Debes entregarte a mí sin condiciones, someter tu vida futura, en todos sus detalles, a mis deseos y necesidades, y no debes desear nada más que mi amor”.
Y eso hizo Alma. Sacrificó su carrera en lo que explica Rosa Montero en su libro “Nosotras. Historias de mujeres y algo más”, el matrimonio visto por los hombres como una institución a su servicio, y por las mujeres como un cuento de hadas.
Tras haber renunciado a su yo, Alma Mahler vivió 10 años aburrida con un marido que sí podía estar sumergido en su obra. Se deprimió, enfermó, sufrió depresión, y en ese contexto conoce a Walter Gropius, con quien tiene un amorío que provoca que su esposo ahora la llene de atenciones y le proponga componer. Poco tiempo después, él muere y ella enviuda a los 31 años.
Pero Alma no vuelve a componer porque consideraba que a esas alturas ya es muy tarde. Le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial, el Tratado de Versalles y el nazismo. Finalmente, se casó con Franz Werfel, a quien cuidó con absoluta entrega y amor durante su agonía. Murió a los 85 años en Nueva York, en los últimos años de su vida tomaba una botella diaria de licor.
Rosa Montero asegura que si Alma Mahler viviera en nuestra época, no habría dejado de componer. Y es que cada vez son más visibles los maltratadores que manipulan y chantajean nutriéndose de las necesidades afectivas creando una trampa que impide que veamos las señales. “Con harta frecuencia el matrimonio desplaza en la mujer su propio yo”, escribió Mahler en su diario.