Cuenta el manchego Guillermo García-López que en 2005, cuando se midió por primera vez a Novak Djokovic, sobre la hierba de Wimbledon en la segunda ronda de aquella edición, cerró el día con lágrimas en los ojos.
“Sentí mucha frustración. Le había ganado a Ferrer en la primera y estaba jugando bien. Iba dos sets arriba y con 5-4 tuve una bola de partido. Entonces, hice un buen primer saque y después pegué un winner de derecha hacia el otro lado; la cal saltó y el línea la cantó buena. Él vino a la red para darme la mano, pero de repente, cuando ya estaba celebrándolo, el juez de silla corrigió la bola y la dio mala.
Al volver, tuve 6-5 y 40-0, pero él le dio la vuelta a ese juego y luego fue remontándome. Ha sido una de las pocas veces que he llorado al salir de una pista”, relata el veterano jugador, que a sus 37 años (236º de la ATP) apura la última recta de su carrera y pone de relieve el inquebrantable apetito del serbio. Este último, desde ayer, rey entre los reyes.
No se cansa Djokovic de ganar ni coleccionar récords. Mientras dirime con Rafael Nadal y Roger Federer quién será el jugador con más grandes de la historia —los dos primeros, 20 por cabeza y él, 18 tras el Open de Australia obtenido hace dos semanas—, se ha asegurado ser a partir de ahora el número uno más dominante de la historia. Con la última actualización del listado, Nole acumula 311 semanas y ha dejado definitivamente atrás al suizo, obligando a recordar ese viejo vídeo del 94 en el que siendo un niño de 7 años dijera convencido, con una gorrilla hacia atrás, que para él el tenis ya era entonces “una obligación” que le requería entrenarse por la noche y que su meta era ser el jefe del circuito. Del dicho al hecho, con mayúsculas.