Para navegar en el confuso mundo cambiante en el que vivimos, nada más cómodo que aferrarse a las ideas y valores con las que crecimos o que fueron clave para normar nuestro proyecto de vida… aunque una y otra vez tengamos evidencia de que son insuficientes o de plano contrarias a lo que indica la razón o enseña la realidad. Abandonarlas, así como así, cuando las opciones para sustituirlas no nos convencen, casi equivale a tirarse al vacío, prescindir de asideros que nos den seguridad. Preferible quedarnos con las pantuflas viejas, que ya se acomodaron a nuestros pies, aunque tengan hoyos y ya no cumplan la función de sostener nuestra arquitectura ósea.
Eso pensé cuando escuché al Presidente quejarse y amenazar al juez que dictó una suspensión provisional a la ley eléctrica recién publicada en el Diario Oficial de la Federación. “Nosotros vamos a acudir a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y queremos que la Judicatura (sic) del Poder Judicial haga una revisión del proceder de estos jueces porque sería el colmo que el Poder Judicial del país estuviera al servicio de particulares”. “Estos jueces se crearon, surgen, cuando se lleva a cabo la reforma energética para proteger a las empresas particulares, extranjeras, no para proteger y defender el interés nacional”.
No me referiré al reflejo presidencial de ignorar la división de poderes al querer darle órdenes al Consejo de la Judicatura, sino a la idea, cándidamente expresada, de que el interés particular es per se inferior al del Estado y segundo, que él es quien define cuál es el interés nacional, independientemente de lo que diga la Constitución. ¿El interés nacional se concreta en una empresa productiva del Estado, Comisión Federal de Electricidad (CFE), o el interés nacional se concreta en la obligación del Estado de asegurar que todos los mexicanos y mexicanas tengan acceso a energía eléctrica barata y abundante, producida en condiciones amigables al medio ambiente? ¿El Presidente decide cuál es el interés nacional y este añejo apego debe prevalecer por sobre lo establecido en la Constitución, a saber la importancia de la competencia y la libre concurrencia del Estado y los particulares para dar a los mexicanos y mexicanas mejores servicios y productos?
Al igual que en el caso de su rechazo al derecho de las mujeres a una vida libre de violencia al defender la candidatura de un presunto violador, lo que trasluce en el reclamo al juez que dictó la suspensión provisional (ya se acumulan 12 suspensiones) es un desconocimiento de las reformas constitucionales al artículo 1ro que reconocen derechos inherentes a la persona.
No garantías individuales que concede el Estado todopoderoso a sus habitantes, como decía el artículo 1ro antes de la reforma, sino derechos que emanan de su condición de persona humana. Esta reforma ha sido la base para el fomento a una cultura de los derechos humanos y obliga a los juzgadores a pensar, en primer lugar, en el bienestar de las personas. La obligación del Poder Judicial es defender estos derechos del individuo y los particulares, sobre todo en contra de los posibles atropellos del Estado. De la misma manera cuando individuos o particulares intenten abusar del Estado —típicamente evadiendo impuestos—, el deber de los juzgadores será castigar esta conducta, pues afectaría la capacidad del Estado para ofrecer condiciones de vida digna a las personas. No son CFE ni Pemex empresas sacrosantas sólo por su origen o por su larga vida entre nosotros. Lo único sacrosanto es lo mandatado en la Constitución: el derecho de las personas que habitan nuestro país a una vida digna, incluyendo servicios de calidad y accesibles y un medio ambiente sano.
Todos guardamos algunas pantuflas consentidas en el clóset: impresentables por gastadas, inservibles porque han perdido soporte y forro, pero se adaptan tan bien a lo conocido. Yo he tenido que tirar muchas: cuando pensaba que no servían las cuotas de género; cuando creía que la meta de un Estado igualitarista justificaba una democracia limitada; cuando creía que había algo esencialmente femenino; cuando miraba con sospechas la competencia económica y no le aburro con una larga lista.
Aunque regularmente hago limpia de esas telarañas, seguramente habrá algunas más por ahí. Porque, aunque conceptualmente uno esté convencido de nuevas perspectivas y valores, el hábito de pensar y actuar bajo los viejos patrones muchas veces se impone. Peor aun cuando se desprecian esos nuevos valores, como las aportaciones de las mujeres a la lucha por la igualdad y la no discriminación y se pretende ignorar esa especificidad y anularla en un humanismo inane. O cuando se actúa bajo el supuesto que los votos ganados en la elección de 2018 también aprobaron todo lo que se piensa en Palacio Nacional, incluyendo las pantuflas vencidas. No, gracias.