Inmersos en la espesura de lo real, lleva su tiempo reconocer los contornos de las formas pródigas del mundo, no sólo las dadas por la naturaleza, siempre excesivas y mal iluminadas, sino las transformadas y recreadas por la especie, que instauran de paso la pregunta por el sentido. A esa tesitura creadora perteneció el artista Vicente Rojo (1932-2021), protagonista de una de las trayectorias plásticas más fecundas del siglo XX, vigente y activo hasta nuestros días. Rojo murió el miércoles 17 en Ciudad de México a los 89 años de edad.
Nacido en Barcelona en 1932, llegó a México a los 17 años como parte del exilio español, que le dio cara a una época señera del siglo XX mexicano. Rojo formó parte de la llamada Generación de la Ruptura, grupo de artistas mexicanos y extranjeros entre los que se contaron Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Manuel Felguérez, Alberto Gironella, Mathias Goeritz o Gunther Gerzso, perpetradores de un statement fulminante en contra de la Escuela Mexicana de Pintura, encabezada por los muralistas.
Transterrado y sensible, vale la pena transcribir de su Diario abierto sus primeras fascinaciones: “De José Clemente Orozco, un hombre en llamas, a la delicada iglesia de Mariana de Tonantzintla; del portentoso arte prehispánico (visto por Paul Westheim) a los dulces de Celaya; del ciudadano presidente Lázaro Cárdenas a doña Consuelo Velázquez… los conciertos de Carlos Chávez, las magnas exposiciones de Fernando Gamboa, el teatro de Salvador Novo (Emilio Carballido, Jean Paul-Sartre)”. Rojo fue testigo de una época de esplendor cultural nutrida por la migración y la política de puertas abiertas, época de la cual la totalidad de su obra, con la humildad que se expresa en la tapa de un libro, es protagonista luminosa.
Fue gracias al contacto con el también español Miguel Prieto, a la postre director de la oficina editorial el Instituto Nacional de Bellas Artes, que Rojo descollaría primero como tipógrafo y luego como diseñador editorial, sumando a su prolífica actividad como pintor, ilustrador, escultor y editor la preocupación central por el libro, nutrido todo ello por un imaginario geométrico donde destaca de distintas maneras la presencia del alfabeto y también tonalidades del color entre secas y ocres, reconociblemente suyas.
Siendo un artista tan complejo y presente en tantos aspectos de la vida mexicana — suyo es el diseño del diario La Jornada pero también una famosa fuente de pirámides geométricas color palo de rosa en la Plaza Juárez de la Ciudad de México— es en su labor como diseñador editorial en donde a algunos nos resulta más entrañable, no sólo por sus colaboraciones con la UNAM, el Fondo de Cultura Económica y con la mítica Serie del Volador de Joaquín Mortiz, cumbre de la edición mexicana en donde diseñó las portadas de libros Juan José Arreola, Augusto Monterroso o Samuel Beckett, sino también por su trabajo en la editorial ERA, que le dio forma y color a una época editorial de fantasía (conocida es su mítica portada de Cien años de soledad, publicada en Buenos Aires por Sudamericana en 1967).
Reconocido por ser un hombre de izquierda —hecha de “lucidez, inteligencia y serenidad” en opinión de Cuauhtémoc Medina — alguna vez dijo pertenecer “a la última generaciónde zurdos a los que les amarraron la mano izquierda”.
Colaborador incansable de proyectos editoriales, diseñó los inconseguibles Discos visuales de Octavio Paz, así como el fascinante libro-maleta con los textos del nobel mexicano sobre Marcel Duchamp, auténtico artefacto dadaísta.
Autor de obras colaborativas, que incluyen el collage y el libro objeto, Rojo colaboró con escritores como José Emilio Pacheco, Álvaro Mutis o Fernando del Paso.
Por ello, para despedirlo, acaso convenga hacerlo en sus palabras: “trabajar por la cultura es trabajar por la vida. Pero siempre y cuando la cultura no sea la visión superficial de quienes se creen posedores de la verdad y hacen de ello un privilegio, sino que signifique la práctica permanente de la civilidad, donde lo personal y lo colectivo encuentren su equilibrio”.