En México se nos trata de convencer que la relación entre México y Estados Unidos, después de Trump, es buena. Que quienes esperaban una relación ríspida con el gobierno de Biden estaban equivocados o que el nuevo gobierno estadounidense se cobraría abrupta e inmediatamente el apoyo otorgado a Trump. En ese contexto, cualquier llamada telefónica, aunque no haya ningún avance y los temas sean abordados con generalidades y lugares comunes, es presentada en México como el gran acercamiento.
México y Estados Unidos están obligados a tener una relación que se comunique constantemente, sin embargo, en el mundo polarizado de AMLO y sus seguidores, cualquier crítica es llevada al extremo y se considera un ataque.
El ejemplo más reciente es la llamada que sostuvieron hace unos días AMLO y Kamala Harris en la que, según el informe oficial: “acordaron fortalecer los mecanismos binacionales para compartir inteligencia, con el propósito de combatir las redes transnacionales de traficantes de personas que ponen en riesgo la seguridad de las personas migrantes” y hablaron sobre los programas de desarrollo que han sido propuestos para la región. Aunque usted no lo crea ese mensaje, así de general e intrascendente, se nos presenta como el indicador más reciente y sólido de que la relación entre los dos gobiernos es muy buena.
Al día siguiente de la llamada, el mandatario mexicano mencionó que por parte de Estados Unidos y tomando como fuente la llamada telefónica de referencia, “hay una actitud de mucho respeto hacia el pueblo de México y diría que también hacia los migrantes”. ¿Sabrá el presidente que la mitad de los migrantes detenidos por la patrulla fronteriza, son mexicanos? ¿o que quería decir con la expresión “también hacia los migrantes”?
Por lo menos en el tema migratorio, que fue lo que detonó la llamada, el tono, momento y hasta lo risueño de la misma, contrasta de manera grave con la realidad que se está viviendo. La desproporción entre la llamada y el tamaño del problema es muy grande.
Miles de niños en albergues fronterizos viviendo en condiciones dramáticas, el mayor número de detenciones por parte de la patrulla fronteriza y el incremento de migrantes mexicanos que buscan entrar a Estados Unidos de manera subrepticia en los últimos 15 años, migrantes guatemaltecos calcinados en Tamaulipas hace apenas unas semanas, con la participación de autoridades locales y federales, pequeños deambulando solos en la frontera y muchos otros temas que sería largo enumerar, solo en el tema migratorio, hacen ver la llamada como una aspirina para combatir una enfermedad muy grave.
Hay también cuestiones de forma que llaman la atención. Estados Unidos no ha designado embajador para México y nosotros acabamos de cambiar de embajador sustituyendo a uno de carrera, miembro del servicio exterior, por quien fuera Secretario de Educación Pública y cuyo primer encargo internacional es hacerse cargo de la embajada mexicana en EE.UU, nuestro principal socio y vecino. No se entienden las razones que llevan a estas decisiones. Vaya, el embajador mexicano ni siquiera ha estado por zoom en las llamadas que se presentan como el más sólido indicador de la buena salud de la relación.
Uno de los aspectos en los que más se ha insistido como solución de lo que han llamado crisis migratoria (que en realidad es, más bien, la previsible normalidad de un proceso mal administrado), es en los recursos que Estados Unidos aportaría para el desarrollo de la región. Biden propuso inicialmente 4 mil millones de dólares y en su más reciente solicitud de presupuesto contempló poco más de 800 millones de dólares.
Incluso esa cifra, que no cambiaría de fondo el proceso migratorio, para algunos legisladores estadounidenses es alta y no por el monto sino por la serie de preguntas que surgen para la aplicación de los recursos. AMLO inmediatamente sugirió la expansión de programas como el de Jóvenes Construyendo el Futuro, que no ha demostrado tener ningún impacto en la contención de la migración y arraigo de los jóvenes. Más bien todo lo contrario.
Estados Unidos no va a aportar recursos para que, como hace AMLO, éstos se distribuyan directamente entre la población, con propósitos clientelares, sin impactar el desarrollo en el mediano y largo plazo y sin mecanismos de control o rendición de cuentas.
Da la impresión de que las llamadas se dan, porque tienen que darse, porque México es inevitable y no como un verdadero mecanismo de coordinación que permita avanzar en la construcción de soluciones.
- Jorge Santibáñez es presidente de Mexa Institute