El afamado cineasta siempre fue señalado por tener un carácter fuerte, explosivo y, a todas luces, violento. Esto estallaría durante el ocaso de su vida
“El charro mexicano signfica para mí y para todos los mexicanos el símbolo de la hombría y la mexicanidad”, expresó Emilio Fernández en una entrevista del lejano año de 1978. El director, que era mucho más conocido como el “Indio” Fernández, ya llevaba varias décadas dentro de la industria, además de que había sumado anécdotas de todo tipo.
Es reconocido por su labor como director de varias películas. En todas ellas tuvo la oportunidad de tener bajo su cuidado a estrellas de gran renombre como María Félix, Pedro Armendáriz y Dolores del Río. Aun así, también habría que destacar que tuvo una extensa participación como actor, donde muchas veces lo señalaban por tener un rostro amenazante que producía un poco de miedo.
De hecho, esta cara poco gentil que tenía Fernández no sólo sería parte de sus rasgos físicos. En muchas ocasiones, gente que trabajó cerca suyo llegó a mencionar detalles sobre la personalidad del Indio Fernández, pero todos coincidían con algunas descripciones: temperamental, explosivo y violento.
Hay quienes han atribuido estas características del cineasta por el tipo de crianza que tuvo. Nació el 26 de marzo de 1904, hijo de Sara Romo Bustamante, una mujer del pueblo Kikapú, y de Emilio Fernández Garza, quien fuera Coronel revolucionario. Fue su padre quien influyó fuertemente en el director de cine para hacerlo una persona disciplinada y dispuesta a sacrificarse por una causa.
Lo cierto es que estos valores inculcados, el repentino asesinato de su padre y su incursión en las filas de la Revolución Mexicana dejaron una huella imborrable en Emilio. Si bien usó todos estos elementos para enriquecer aún más lo proyectado en sus películas, lo cierto es que también era un hombre de temer al ser alguien con la suficiente habilidad para empuñar un arma de fuego.
Por muchos años, sin embargo, la expresión de este carácter agresivo permaneció únicamente dentro de la ficción, incluso si por ahí corría el rumor de que el también escritor había matado a un tío suyo cuando era un niño de diez años. Quizá todos sabían de la posibilidad de que Emilio pudiera meterse en problemas, pero nunca se imaginaron que la amenaza se haría realidad.
Era 30 de mayo de 1976, hace mucho había muerto la memorable Época de Oro del cine mexicano. Los tiempos cambiaron, el público pedía ver otro tipo de cine, mismo que el Indio Fernández no dudaba en ofrecer. Todavía era muy activo y en ese año decidió hacer una nueva versión de Pueblerina, una de sus películas más entrañables.
En esta ocasión se llamaría México norte. Para ello era necesario buscar locaciones para grabar y fue así que dio con un terreno en Torreón, Coahuila. Estaba cerca del pueblo Viesca y en esa ocasión se encontraba acompañado por un par de gitanos a los que convirtió a sus amigos de momento.
Fue entonces que llegaron tres campesinos. Uno de ellos estaba ebrio y tenía una pistola en mano; se hacía llamar Javier Aldecoa Galván. Fue esta persona quien comenzó a tirar disparos al aire y, al poco tiempo, increpó a los gitanos que acompañaban al director de cine, al parecer los insultó y esto desató la furia de Fernández.
Comenzó una riña entre todos. En algún momento los campesinos que acompañaban a Aldecoa lo desarmaron, pero Emilio sacó otra pistola (nunca se supo si la llevaba ya consigo o si alguien se la dio). Apuntó a Javier, disparó varias veces y dos de las balas dieron en el pecho de su contrincante.
Javier Aldecoa se desplomó en el suelo y Emilio, a sabiendas de lo que hizo, emprendió la huida. Se dice que lograron llevar al herido a que recibiera atención médica, pero murió al poco tiempo. De acuerdo con el periodista e historiador Edmundo Pérez Medina, el Indio Fernández viajó a la Ciudad de México, de ahí siguió su ruta hacia Quintana Roo, desde donde cruzó la frontera para llegar a Guatemala.
Las autoridades ya tenían la orden de detenerlo y cerrarle el paso como fuera, pero el cineasta pudo ingeniárselas para burlarlas. Sin embargo, una vez que estuvo en el país vecino, algo hizo cambiar de opinión a Fernández, puesto que el 4 de junio se entregó. Lo trajeron de regreso a México, donde lo trasladaron directamente a Torreón donde fue enjuiciado y luego encarcelado.
El Indio Fernández debió afrontar una pena de entre cuatro o cinco años por el delito de homicidio. No obstante, apenas pasaron cinco meses cuando el abogado de Emilio y el juez del caso llegaran a un acuerdo en el que el director obtuvo la libertad bajo fianza el 13 de diciembre de 1976. De acuerdo a un medio de publicación nacional, Fernández pagó 150 mil pesos.