El miedo a Trump le está metiendo cierto “orden” al gobierno de México, lo está obligando a hacerse cargo de realidades muy incómodas pero, tarde o temprano, ineludibles.
A Donald Trump le falta mes y medio para tomar posesión por segunda vez como presidente de Estados Unidos, pero su poder ya se está haciendo sentir en la política interna de México. Los intercambios que ha tenido con la presidenta Sheinbaum a propósito de aranceles, fentanilo, seguridad y migrantes dan la impresión de que ya sembró en la mente del gobierno mexicano el temor de que habrá que rendirle cuentas.
Ante la posibilidad de acciones unilaterales en contra de organizaciones del crimen organizado en territorio mexicano –un escenario de “invasión suave”, ataques con drones u operaciones encubiertas que suena descabellado pero que, según la prensa estadounidense, está siendo amplia y seriamente discutido en el equipo de Trump– la presidenta se ha limitado a decir que no lo tiene contemplado, pero, “de todas maneras, tenemos nuestro himno nacional”. Es una declaración incongruente, sobre todo tomando en cuenta que Sheinbaum sigue pidiéndole a Estados Unidos información de los arrestos del “Chapito” y el “Mayo” pues, en sus palabras, “desataron la ola de violencia en Sinaloa”. Entonces no es que ese tipo de acciones sean improbables, es que, si ya comenzaron bajo una administración tan moderada y conciliadora como la de Biden, ¿qué cabe esperar bajo la siguiente de Trump? Si a la presidenta no le preocupan, ¿por qué sigue pidiendo explicaciones públicas al respecto? Exponiéndose a ser ignorada tan olímpicamente, sólo hace más obvia una asimetría de poder que en nada le favorece.
Tras la advertencia de Trump sobre los aranceles, Sheinbaum replicó asegurando que las caravanas de migrantes no llegarán a la frontera norte pues en México ya se están “atendiendo”. No cuestionó a título de qué un presidente electo amenaza así a un país soberano, no aprovechó para defender los derechos de los migrantes o apelar a las reglas del T-MEC, ni tampoco le demandó nada a cambio: ni recursos para construir infraestructura con el fin de brindar dicha “atención” con más eficiencia o en mejores condiciones; ni un compromiso de que Estados Unidos tomará medidas para disminuir el tráfico ilegal de armas; tampoco tecnología para fortalecer la frontera sur o enfrentar al crimen organizado. Su reacción no fue nacionalista ni “humanista” ni legalista ni transaccional sino obsecuente, propia de alguien que no disputa los términos que le impone su contraparte sino que los asume con una suerte de resignación pragmática. Trump gritó “¡Más control migratorio o aranceles!” y Sheinbaum contestó “sí, míster president, estamos en ello”.
En contraste con el negacionismo que menudeó durante la presidencia de López Obrador, quien llegó a sostener que en México no se producía fentanilo y que todo venía de China, el gobierno de Sheinbaum se ha dedicado a llevar puntual registro de operativos, detenciones y decomisos, además de que hace unos días anunció la incautación más grande de la que se tenga noticia: 1.5 millones de pastillas en un solo día. Dichas acciones son importantes porque, según ha explicado la propia presidenta, ella usará esos datos para “convencer” a Trump de que México ha cumplido… O al menos de que puede salvar cara de aquel lado (aunque los fiscales que llevan el caso contra el “Mayo” Zambada seguramente tienen “otros datos”), porque de este lado insiste en que no hay de qué preocuparse, que acá la situación de las adicciones no es grave o que –a propósito de la investigación que publicó The New York Times– ella no tiene información de que los cárteles estén reclutando estudiantes de química para sus laboratorios. Para Trump, evidencia y resultados; para los mexicanos, “a lo mejor lo sacaron de Netflix”.
Con Información de Expansión Política.