José Elías Romero Apis
La desaparición de poderes y la desaparición de personas son muy consecuentes la una con la otra. En la genética serían madre e hija. En la oncología serian tumor y metástasis. En la física serían comburente y explosión. En la lógica serían causa y efecto. En la política son motivo y consecuencia.
La desaparición de poderes se puede dar como un golpe de Estado fáctico con un verdadero uso de la fuerza o como un golpe de Estado técnico, con una apariencia de “todas-las-de-la-ley”. Ejemplo del primero fue el cuartelazo de Victoriano Huerta y ejemplo del segundo fueron las reformas de AMLO. Con el primero se usurpó el Ejecutivo y se anularon a los otros poderes. Con el segundo se subordinaron al Legislativo y al Judicial, además de suprimir a los autónomos de control.
Una tercera patología de desaparición de poderes suele darse por disolución crática. En términos llanos, por la pérdida de poderes. El propio gobierno se corroe, se carcome y se pudre por su ineficiencia, por su indolencia, por su inconsciencia y, sobre todo, por su impotencia. Es lo que hemos llamado anarquía, desde hace 20 siglos; ingobernabilidad, desde hace 50 años; y acratía, desde hace dos décadas.
Cualquiera de las tres patologías llega a ser incurable, progresiva y mortal. Esto es la modalidad espantosa de la desaparición del Estado. Aquí es cuando se da el Estado sometido, el Estado desaparecido y la cancelación del Estado, por la vía de la ocupación, de la anexión o del protectorado.
Junto a ellas, invariablemente se suceden muchas fatalidades. La desaparición de las potestades públicas y de las garantías individuales. La desaparición de las obligaciones del gobernante y de los derechos del gobernado. La desaparición de la justicia, la desaparición de la libertad y la desaparición de la soberanía. Además de ello, la desaparición de las instituciones, la desaparición de los bienes y, para el mal mayor, la desaparición de las personas.
Cada quien piense en su monstruo histórico preferido que haya provocado desde el sometimiento de poderes públicos hasta la disposición de vidas humanas. Hitler o Stalin, en Europa. Videla o Pinochet, en América. No se quedan atrás algunos asiáticos y africanos. Pero más recientemente lo hemos vivido en México. 60 mil desaparecidos en tan sólo un sexenio. 10 mil cada año. Más de uno cada hora, sin interrupción alguna. Esto es inefable, es imperdonable y es indefendible.
Pero, además, es vergonzoso, porque durante años no se dispuso de la voluntad oficial para buscar, para encontrar, para investigar, para procesar y para castigar. Ya no se diga para prevenir y para proteger, que ya sería todo un lujo. Es más, tuvimos autoridades que no atendieron, sino que ofendieron; que no orientaron, sino que acusaron; que no consolaron, sino que injuriaron.
Con Información de Excelsior.