Pascal Beltrán del Río
Bajo el pretexto de que “la mejor política exterior es la interior”, el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador alejó a México de los foros internacionales y se convirtió en el mandatario que menos viajó al extranjero desde Gustavo Díaz Ordaz.
Esa política aislacionista tuvo sus costos, pues cuando quiso cosechar apoyos en otros países para sus iniciativas, como la propuesta para acabar con la pobreza global, enfrentar la alta inflación, o lograr la paz en Ucrania, casi ninguno le hizo eco.
Con el cambio de gobierno, parecía que México saldría de ese marasmo. A diferencia de su antecesor, la presidenta Claudia Sheinbaum estudió fuera del país y habla inglés, lo que le da una visión más amplia del mundo que la de López Obrador.
También creó esperanza el hecho de que nombrara como canciller a Juan Ramón de la Fuente, un hombre que desempeñó un papel muy notable como embajador en Naciones Unidas.
Fue asimismo un respiro que, a pocas semanas de tomar posesión, Sheinbaum viajara a la reunión del G20 en Río de Janeiro, cosa que jamás hizo López Obrador, quien delegó ese tipo de tareas en su canciller Marcelo Ebrard.
Sin embargo, en estos seis meses ha quedado nuevamente claro que México no está interesado en recuperar el lugar que alguna vez tuvo en el escenario mundial, como garante del derecho internacional, mediador de conflictos en otras naciones y hasta promotor de la liberalización comercial.
Durante aquel viaje a Brasil, en noviembre pasado, la Presidenta sólo permaneció unas horas en la cumbre. Según dijo ella misma, tenía prisa por volver para encabezar el desfile conmemorativo del inicio de la Revolución Mexicana.
Con Información de Excelsior.