El tiempo se nos escapa como se nos van las arenas de la playa entre los dedos en la mano. Este planteamiento lo ha hecho, quizás con otras palabras, desde el ser más pensante de la antigua Grecia, hasta un mortal “de a pie”. “Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”, decía el filósofo Heráclito. Esta reflexión viene de la realidad del tiempo: su unidireccionalidad. Es decir, que siempre va del pasado al futuro, jamás al revés. Esta característica hace al tiempo continuo.
En esa línea, ha sido el hombre quien se ha encargado de intentar darle discontinuidad, pues como diría el filólogo español Virgilio Ortega: nos hemos empeñado en cortarlo en años, estaciones, meses, días, horas, minutos, segundos. Y sin embargo, ¡se nos sigue yendo! Como este 2020.
Se podría empezar definiendo la palabra “calendario”. Viene del latín calendae, que significa “eran el primer día de cada mes”. La terminación -ario indica “conjunto de” (como abecedario, es el “conjunto de letras”). Según Virgilio Ortega, los griegos no contaban con calendas. Incluso tenían la frase “dejar algo ad calendas graecas”, que equivale a dejarlo “para nunca”. Esa expresión se atribuye al emperador Augusto, quien la imputaba a los malos pagadores, quienes dejaban sus deudas para las ‘calendas’ griegas, y como éstas no existían, no pagaban nunca, en efecto.
Para Ortega, el calendario que actualmente conocemos, se lo debemos a los egipcios. Julio, un emperador romano, lo adoptó (calendario ‘juliano’). Gregorio, un papa renacentista, lo modificó; por eso conocemos el concepto “calendario ‘gregoriano’”.
Virgilio Ortega asegura que hace más de 5,000 años, los egipcios tenían ya un calendario de 12 meses con 30 días cada uno. Eso les daba un total de 360 días al año. Ese dato no les terminaba de cuadrar. Por tanto, la crecida anual del Nilo, de la que dependían sus cosechas, se les adelantaba unos días cada año. Ese “error”, que se acumuló durante siglos, hacía que al cabo de 1,460 años, “perdiesen” un año.
La solución viene de un mito: el Tierra (para los egipcios, el dios de la tierra, Gueb, era masculino) quería copular con la Cielo (para los egipcios, el dios del cielo, Nut, era femenino). Pero entre ambos se interponía el Aire (el dios Shu), y no les dejaba copular ninguno de los 360 días del año. Entonces, llegó el dios de la sabiduría Thot e inventó los 5 días llamados heru renpet (los 5 días que están ‘por encima del año’), en los que el Tierra y la Cielo podían engendrar a los otros dioses. Así fue como pasó el año de 360 días, al de 365.
Independientemente del mito, los egipcios descubrieron ese año solar de 365 días antes incluso de la construcción de las pirámides. Por eso dice Heródoto que los egipcios fueron los primeros hombres del mundo que descubrieron el ciclo del año, y que afirman haberlo hecho gracias a su observación de los astros.
El problema surgió cuando los astrónomos egipcios advirtieron que el año no dura 365 ni 366 días, sino 365 más unas 6 horas, exactamente. La Tierra da una vuelta alrededor de nuestra estrella cada 365 días, 6 horas, 9 minutos y 9,76 segundos. En el Decreto de Canopo (año 238), propusieron intercalar un día más cada cuatro años, creando así lo que los romanos llamarían después años bisiestos. Finalmente, según Virgilio Ortega, nuestro actual calendario aún no es perfecto. Cada 10,000 años hay un desajuste de unos tres días. Además, a la fecha sigue la duda sobre qué año estamos viviendo exactamente, ya que los judíos tienen su propio calendario, los musulmanes otro, y los chinos el suyo, por ejemplo. Esto deja, a la relatividad de la vida, el uso, la percepción y hasta la aplicación, de la palabra “año”, así como su cuantificación.
Con información de Once