El pasado 7 de marzo, en el contexto de la polémica en torno a la colocación de las vallas de protección alrededor de Palacio Nacional, el presidente López Obrador envió un mensaje desde Palenque, Chiapas.
El mensaje inició con su acostumbrada – y bastante desgastada- referencia a Hernán Cortés, y de cómo éste ordenó el asesinato del emperador Cuauhtémoc. Nuevamente, el presidente hace un uso acomodaticio de la historia de México para denostar a personajes que no encajan en su narrativa política y que siembran discordia y tensión; ello mediante una hermenéutica del siglo XXI aplicada a sucesos de la España imperial del siglo XVI. Lo de Cortés, no obstante, no sorprendió a nadie.
Sin embargo, AMLO, fiel a su instinto divisor, llamó a sus adversarios fascistoides, a saber, que abrazan o que tienden a favorecer al fascismo. Enseguida, les comparó con los dictadores Adolfo Hitler, Francisco Franco y Augusto Pinochet. En este tenor, no dudo de los amplios conocimientos del presidente de México sobre la historia de nuestro país, y principalmente, del siglo XIX, pues AMLO parece idealizar el periodo decimonónico en su imaginaria lucha entre liberales y conservadores. Seguramente – así lo creo- AMLO conoce bien la obra “Juárez y su tiempo” de Justo Sierra, y debe ser un libro de referencia para nuestro jefe de Estado.
“Muro de la Paz; mis polainas”
A pesar de sus aparentemente amplios conocimientos sobre la historia nacional, el presidente parece desconocer la historia universal del siglo XX. Bien merecería leer sobre las verdaderas connotaciones del fascismo, lo que implican y lo que representaron para la historia de las ideas del siglo XX; como por ejemplo, la necesaria presencia de un caudillo omnímodo. Hoy México ni siquiera contempla aún la posibilidad de ver a un personaje carismático que le haga sombra al verdadero caudillo que reside en un palacio virreinal localizado en el centro de la capital mexicana.
No le vendría mal enterarse que Hitler alcanzó el poder en Alemania en las urnas a la luz de una constitución – la de Weimar- la cual era pensada como una de las más democráticas en la Europa de la época. Sin embargo, y esto ampliamente conocido, el dictador alemán, mediante medidas coercitivas, capturó el poder Legislativo y gobernó el país sin cortapisas por más de una década.
En el caso de España, AMLO debería conocer que Francisco Franco, una vez que hubo capturado el poder en Madrid, instauró un poder Legislativo, conocido como las Cortes franquistas, las cuales fungieron como una mera oficina de trámites de cualquier decreto o propuesta de ley enviada desde el Palacio Real del Pardo -otro palacio real pero en Madrid- residencia oficial del dictador español.
Yo voltearía hacia nuestro Congreso, cuyas mayorías morenistas, sobremanera blandengues ante la voluntad del residente del palacio virreinal, se amemejan más a las cortes españolas que por tantos años solaparon a la dictadura franquista.