Está quedando bastante claro que Facebook no piensa volver a los hábitos del pasado y que las innovaciones que produjo durante el proceso electoral estadounidense para combatir la desinformación llegaron para quedarse.
Se suponía que los cambios eran temporales. Pero la insurrección del 6 de enero, la desinformación en torno a las vacunas contra el COVID-19 y la proliferación de teorías conspirativas —combinadas con la llegada de un nuevo presidente en Estados Unidos y el creciente celo de los reguladores en todo el mundo—han forzado a la empresa a hacer frente a una nueva realidad.
“No quieren ser los árbitros de la libertad de expresión”, declaró Cliff Lampe, profesor de la Universidad de Michigan que estudia las plataformas de las redes sociales y la desinformación. “Pero tienen que serlo”.
El año pasado planteó al CEO de Facebook Mark Zuckerberg una serie de retos que pusieron en duda su afirmación de que la red social es una fuerza que promueve el bien. En comentarios en Facebook, presentaciones públicas y discusiones con sus empleados, Zuckerberg parece estar afrontando el lado oscuro del emporio que creó.
Considere por ejemplo su actitud hacia el expresidente Donald Trump, quien hasta enero gozó de un trato especial en las redes sociales a pesar de propagar desinformación, alentar el odio y la violencia, lo que hizo que finalmente lo proscribiesen.
“En los últimos años permitimos que el presidente Trump usase nuestra plataforma de acuerdo con nuestras propias normas, a veces retirando contenido o etiquetando sus posts cuando violaban nuestras políticas”, escribió Zuckerberg en su página de Facebook el 7 de enero, al explicar la decisión de la empresa de vetar a Trump. “Lo hicimos porque estimamos que el público tiene derecho al acceso más amplio posible al discurso político, incluso cuando es controversial”.