Félix Salgado Macedonio se manifiesta sintiéndose todopoderoso. Se sabe impune. Se siente consentido. Se mantiene cínicamente protegido.
A veces, ignoramos las palabras hasta que las amenazas se comienzan a convertir en realidad. En 2019, cuando se discutía la disminución salarial de los ministros que integran la SCJN, dentro del acalorado debate sobre la autonomía judicial, Félix Salgado Macedonio declaró que la Suprema Corte de Justicia debía desaparecer. Lo dijo amagando a sus integrantes bajo la amenaza de que si no disminuían su consumo presupuestal, el Senado, debía desaparecer ese poder, “de plano”.
Aquella polémica se fue apagando con portadas, notas y columnas de opinión que llegaron a la condena publica pero que no lograron trastocar, siquiera alcanzar, una condena clara desde la presidencia o el poder por ese tipo de declaraciones.
Lo dejamos pasar. Los que realizan lecturas anticipadas, ya sabían que Salgado Macedonio no se detendría en los intentos por cumplir su sueño frustrado de ser Gobernador. Otros, los incautos, llegaron a pensar en que ese nivel de desfachatez no se atrevería a tanto… pero ambos se equivocaron.
Los intentos de Félix Salgado Macedonio hace tiempo que dejaron de ser movimientos del tablero inspirados en las reglas del juego. El hambre de su imposición se compartió hasta los niveles altísimos de nuevos poderosos, en la política y la ingenuidad de las generaciones que crecimos intentando confiar en las instituciones permitió los juegos simuladores de Morena, cuando la Comisión de Honor y Justicia resolvió sobre la viabilidad de postularlo como candidato, pisoteando el 3 de 3 en sus propios estatutos y jugando a victimizar al victimario de un ataque coordinado de la supuesta derecha.
Guerrero está secuestrado
Al tiempo en qué Félix Salgado Macedonio amaga con impedir que se realicen las elecciones, que sirva este texto como epígrafe de aquel que podría convertirse en uno de los tiempos más oscuros para el país: Guerrero está secuestrado. Sin un freno capaz de colocarlo en su lugar, sin honestos que cuiden las finas hebras de la voluntad popular y las reglas electorales, sin sensatez ni autoridad para frenar los delirios de un violador… Salgado Macedonio será el principio del fin.
Lo será porque la nueva pedagogía del poder coloca las simpatías por encima de los límites constitucionales y legales para el ejercicio de gobierno. Lo que fuera el voto masivo por hartazgo y la necesidad de elevación ética y moral de la vida pública fue interpretado como un cheque en blanco para la sustitución de la clase abusiva y la consolidación de una nueva elite con licencia de fe para realizar atropellos. Tan es así, que no ha sido únicamente Salgado Macedonio el dispuesto a modificar las leyes abusando de la mayoría. Lo mismo intentó Jaime Bonilla en Baja California. Al menos, el cinismo se fue topando con el descontento ciudadano y la fuerza de la Constitución pudo hacerse presente. A Bonilla lo obedecen pero no lo quieren.
Hay un perfil de políticos que aspiran a ser gobernadores por Morena producto de los peores años y las peores maneras: vinculados con grupos delictivos en el pasado, empoderados con el apoyo ciudadano para extralimitar sus funciones, arrogantes y retadores de las instituciones legales, decididos a imponerse a como de lugar, amenazantes, carismáticos pero con un poder artificial emanado única y exclusivamente de quien les deja la puerta abierta de las gubernaturas.
No todos son así. Las generaciones recientes se recargan de una esperanza anhelada, reafirmada por la bajeza de los otros de siempre. Limpian las caras de los impresentables mientras hunden la posibilidad de una nueva esperanza.