Les platico: en la comunidad indígena “José Joaquín de Herrera”, de Ayahualtenpa, viven a lo mucho 600 personas.
Dos amigos periodistas -que son buenísimos para la toma de fotos- se internaron en esa zona de la llamada “montaña baja” de Guerrero, sí, el mismo Estado que Félix Salgado Macedonio está emperrado en gobernar, topen chivas o chillen llantas.
Mis amigos fueron invitados por los líderes de esa comunidad a la que usualmente es difícil entrar, porque quieren que a través de todos los medios posibles, México y el mundo sepamos la cruda realidad que atraviesan en estos momentos.
Es difícil meterse en dicho poblado porque está bajo el dominio de la banda de “Los Ardillos”, narcos que controlan el trasiego de la amapola.
Estos bandidos quieren adueñarse de la tierra y de la mano de obra a la que tratan como si fueran esclavos, en el proceso de conversión de la flor en goma de opio.
Ahí no hay policías; no hay elementos de la “Guarida” Nacional, ni militares. Es tierra de nadie o más bien, de alguien que se llama Perfecto Inzunza, el líder de “Los Ardillos”.
Ese tipo controla a verdaderas tropas armadas de sicarios que aplican la ley del metal: o plata o plomo para los habitantes de dicha zona.
Plata (dinero) -y muy poco, por cierto- para quienes se pliegan a sus designios y venden sus jornadas de trabajo en condiciones infrahumanas; o plomo (balas) -esas sí, muchas- a los que no le quieren entrar.
Por eso en “José Joaquín de Herrera” las viudas y los huérfanos son cada vez más.
“Los desplazados son un chingo. No hay calle donde no encuentras por lo menos a tres de éstos”
Dice Manuel García, uno de los habitantes que pidió se le cambiara el apellido por miedo a que lo vayan a matar, si los bandidos leen esta reseña o la de otros medios que también fueron invitados a atestiguar lo que con fotos presento en este artículo.
Los más pequeños usan armas de madera, pero de 12 años en adelante traen rifles, escopetas y pistolas viejísimas, pero de a de veras.
Los periodistas que estuvieron ahí atestiguaron los disparos que hicieron al aire, y no fueron salvas, sino de municiones verdaderas, en un acto simbólico para pedir la ayuda del gobierno y hacer una leve demostración de fuerza ante la banda de criminales que los acechan.
En este pueblo no hay escuelas en pie. Las aulas donde antes tomaban clases de vez en cuando, están en ruinas y más después de que el méndigo bicho sentó sus reales en Guerrero, en México y en el mundo.
De todos modos los maestros rurales casi ni iban y ahora, con la pandemia, pues menos.
¿Clases virtuales? Si no luz hay, cuantimenos computadoras. ¿Internet? ¿Qué jodidos es eso? ¿Televisión? Nada, ni el radio se oye.
Aquí la gente vive de milagro. No hay gobierno que se apiade de ellos.
Los “sardos” -como les llaman lo comuneros a los soldados- ni se paran porque además tienen órdenes de no usar sus armas de cargo.
“Así ni para qué vengan, capaz de que también los matan”, dice Manuel.
Entonces, los niños forman parte de la auto-defensa armada de esta comunidad.
La formaron con el propósito de darse seguridad ellos mismos y ante la pasividad del gobierno por darles protección, ese grupo se ha convertido en un escuadrón cuasi militar, que es entrenado por Bernardino Sánchez Luna, de 48 años, guerrillero veterano que organiza estas milicias en la zona.
¿Por qué involucrar en esto a los niños? ¿Por qué criarlos con una escopeta en las manos en vez de los libros o el arado o la yunta?
“El Gobierno no nos ha cumplido. Le pedimos ayuda contra los narcos y NO la ha prestado. Le pedimos maestros de secundaria, porque no podemos salir del pueblo, y no han llegado. Nuestra tarea es cultivar el campo, si no quiere que nos armemos, que nos dé seguridad”, dice Bernardino.
Confiesa que los disparos al aire son más que nada una bravuconada para que “Los Ardillos” sepan con quién se la juegan. Pero ni el mismo Bernardino se la cree.
En esta demostración de “fuerza”, los niños se mezclaron con los adultos para hacer un desfile donde lanzaron arengas de “Viva Zapata” y los nombres de los miembros de su comunidad que han sido asesinados.
Ahora que recibí el reporte de mis camaradas en esa tierra, les pregunté quienes se atreven a meterse ahí para apoyar a esa gente que parece no formar parte de un país donde supuestamente existe un presidente y un gabinete cuya máxima prioridad son los pobres de México.
Los habitantes de este poblado son de los más pobres de todo el País y entonces, ¿quiénes se meten al pueblo para interactuar con ellos?
Primero reitero, ahí viven nueve viudas, 14 huérfanos y 34 desplazados de comunidades cercanas asediadas por los narcos.
Y están casi totalmente aislados pues los caminos no llegan ni a terracería.
¿Quiénes van ahí?
Un médico joven, pasante de la carrera, de nombre Angel (y sí que lo es) Vallarta, que se acerca nomás en emergencias.
Nadie le echa aventón en la carretera ni en las brechas, y a lomo de burro y, cuando bien le va, de mula o caballo, cura a los afligidos en este y en otros poblados.
Llegan también algunos comerciantes a surtirles lo básico a precios citadinos, no rurales.
Cabrones, digo yo, de alma negra, pero bien comerciante, eso sí, su alma.
Y, por supuesto, el camión de la Coca-Cola, el de la Pepsi, el de Sabritas, el de la Bimbo y a veces los del agua”, se ríe Bernardino, al responder a las preguntas de mis amigos.
¿Tapabocas?
Aquí los niños se pusieron paliacates, pero más que para protegerse del bicho, fue para “destantear” al enemigo.
Hasta eso, dice Miguel el del apellido inventado:
“Los malos no les tiran a los niños; es que, chingado, hasta entre los criminales hay respetos”.
Autor https://twitter.com/PlacidoGarza