Hay de intelectuales a intelectualoides
O lo que es lo mismo, aquellos que se sienten intelectuales, pero no lo son, y otros que, afortunadamente, al serlo, escapan de los epítetos ponzoñosos y de la aritmética palatina destinada para ellos.
Según el autócrata de Palacio Nacional, “solo 10 intelectuales nos apoyan”, los cuales en realidad suman —sin contar los muertos— 12: Elena Poniatowska, Lorenzo Meyer, Enrique Galván, Fabrizio Mejía, Pedro Miguel, Damián Alcázar, los hermanos Bichir, Epigmenio Ibarra y los moneros Hernández, Helguera y El Fisgón. Los fallecidos: Carlos Monsiváis, José María Pérez Gay, Fernando del Paso, Sergio Pitol y Hugo Gutiérrez Vega.
Deben estar muy tristes quienes dejó fuera de su ecuación; no llegan ni al 854% diría Elena Álvarez Buylla. Tal vez John Ackerman, Hernán Gómez Bruera, Paco Ignacio Taibo, Gibrán Ramírez y Antonio Atolini se sientan verdaderos intelectuales orgánicos. Llevarían razón: tan orgánicos como el excremento.
López Obrador olvidó mencionar también a los intelectuales de “deliberada”, los cuales se reúnen/reunían en el salón Covadonga, y fueron olvidados por la razón que esgrimen en Twitter: ‘Corriente política en búsqueda de la izquierda perdida’. Pues así de perdidos andan a los ojos del mandatario federal. ¡Lástima!, porque esos sí piensan.
López Obrador se quejó de que los otros intelectuales, los de verdad, los que él ataca (si bien dice que es al revés: que ellos lo atacan a él), se dejaron comprar por becas. Cierto, esos tenían becas producto del mérito. Los de ahora, los de la dictadura cuatroteísta, tienen sueldos, apoyos, préstamos sin retorno, un hijo como secretario de Estado, el apoyo económico gubernamental más grande al periódico donde publican sus monitos y una embajada para la viuda de Pérez Gay. Seguro se me escapan varias cosas.
Son tan solo algunos de los nuevos incentivos para quienes secundan sin chistar a la 4T.
Así, Meyer trocó su pluma libertaria por amor al régimen donde labora su hijo secretario. Damián Alcázar se le puede considerar intelectual para este régimen despótico, pues su idea de destrozar la Constitución en la película “La ley de Herodes” le dio a aquel un terrible ejemplo; digo, ya sabemos lo vapuleada que se encuentra hoy nuestra Carta Magna.
Al que le gusta la historia, olvidó mencionar que tanto Elenita Poniatowska como Carlos Monsiváis departían en el grupo cooptado por Carlos Salinas…
Y podemos seguirle y seguirle y seguirle, enumerando las gestas nada heroicas que han hecho que estos 10-12 personajes sean recordados por AMLO y los compare contra 2,200 intelectuales que se les ocurrió firmar una carta.
Cancha dispareja y visiones opuestas
Debemos centrarnos en comparar los efectos o posibles efectos de las limitaciones que estos 2,200 intelectuales supuestamente propician versus las limitaciones y el poder del presidente. La balanza está inclinada; no hay punto de comparación.
El presidente que más poder ha concentrado en la época moderna de México es autoritario y desde su palestra exhibe el miedo, la tirria que le tiene a un puñado de intelectuales. Así, pavor. Lo cual demuestra la diatriba de aquel por una simple epístola y lo ridículo que a partir de ello se retrata.
El autoritario hablando del poder de los intelectuales, de ser agredido por una cartita (juega al “pobrecito de mí, estos me pegan”), cuando él es el que detenta, exhibe y ejercita el poder; muchas —veces de una manera abiertamente autoritaria e ilegal— en contra de los otros.
Pero esto, no nos equivoquemos, va más allá del ya conocido discurso de la victimización. El presidente hace evidente su desprecio por la intelectualidad. ¿Por qué? Debido a que esta debate con argumentos (a veces estando en lo correcto, otras veces resultan errados). Y el autoritario que tenemos de líder de la nación, en cambio, no sabe ni desea dialogar; únicamente quiere imponer su particular punto de vista.
Dicho de otra forma, no busca sustentar ni explicar racionalmente su lectura de la vida ni las propuestas que desea implementar. Las críticas de los intelectuales —correctas o incorrectas, repito— se basan en razonamientos (siempre se explica el porqué).
En ello radica la diferencia entre el proceder de AMLO y el de los intelectuales. Y esto le quita el sueño al tirano que llamamos presidente de la República.
Él no discute ni debate, tan solo procura ningunearlos, y para ello no solo se sirve de llamarles vendidos, chayoteros o conservadores. Su aversión va mucho más allá: es hacer creer a la sociedad (y a él mismo) que la intelectualidad es vacua, que en el fondo no existe, que no tiene utilidad, lo cual también se refleja en su patética y cotidiana queja contra la comentocracia ilustrada. Su desprecio por los expertos, pensantes y los intelectuales es brutal.
El mayor problema es que AMLO cree que el uso de la razón es un defecto de los intelectuales conservadores y con base en ello denosta el razonamiento, más allá de las personas en sí. Para él, ningún tipo de intelectual (a menos que sea corifeo del régimen) tiene utilidad.
Obviamente está equivocado. Y si cree que con su patética queja y su odio a la razón podrá aplicar a los intelectuales la frase dicha ayer por Julio Scherer: “hay que taparle la boca a los reporteros”; está muy errado también. La palabra y el conocimiento de unos y otros seguirá floreciendo.
La intelectualidad merecería celebrarse. Pero AMLO sabe que, para continuar con su régimen autocrático, la razón debe desaparecer.