Decían que la vida no volvería a florecer en Hiroshima en 75 años. Ninguna planta, ningún ser vivo crecería en esa ciudad, destruida por una bomba atómica en 1945. Sin embargo, apenas unos meses después del ataque, la vida misma se rebeló contra ese terrible presagio y se manifestó en forma de plantas que brotaron entre las ruinas del lugar.
Apenas unos cuantos brotes entre los miles de escombros, pero el mensaje era poderoso: esas pequeñas hojas y flores se aferraban con toda su fuerza a la vida en medio del caos y la destrucción de la ciudad. Era un mensaje de esperanza para la gente.
Era un milagro, como parece ser en la actualidad todo alrededor en Hiroshima, una ciudad de 1,2 millones de habitantes y ubicada en el lugar 11 en importancia en todo Japón. Al caminar por aquí resulta difícil imaginar que en este mismo lugar estuvieron los cuerpos de miles de personas, fallecidas a causa de la explosión.
El target (blanco) fue establecido en un puente del río Aioi, que tiene, precisamente, la forma de “T”. Por las condiciones del viento, la bomba se desvió y estalló sobre un hospital, a 300 metros de altura antes de tocar la tierra. En ese lugar, conocido como “la zona cero”, se encuentra una placa.
Un testigo de la tragedia que sigue de pie
Aunque son contados los vestigios de lo que fue Hiroshima tras el ataque, la idea es que no se olvide lo ocurrido y para ello se creó un Parque y un Museo Conmemorativo por la Paz.
Sin duda, la insignia del parque es el edificio conocido como “Genbaku domu” (en japónes) o “El domo de la bomba atómica”, un inmueble inaugurado en 1915 y que en los años 40 era un centro de comercio. Desde 1996 es Patrimonio de la Humanidad.
A sólo unos metros de la zona cero, fue el único inmueble que resistió el ataque. Aún es posible reconocer su cúpula de cobre y acero y parte de su estructura. Los turistas llegan hasta aquí para tomarse fotos frente a sus restos. La energía de la bomba no pudo vencer del todo a este edificio y ahora parece que es la energía de la gente la que lo sostiene en pie.
El señor Murakami, un guía voluntario en la zona, indica cuál es el mejor punto para fotografiar el domo y también ubica el sitio donde se resguardan las cenizas de 70 mil personas cuyos restos no fueron reconocidos. Más adelante muestra cómo una tumba que tenía siglos en el lugar quedó destruida por la bomba.
En el Parque Conmemorativo destaca la flama eterna, que sólo se extinguirá cuando dejen de existir sobre el planeta las armas atómicas.
El horror del ataque
No sólo fue la explosión y la devastación que causó la bomba, para quienes sobrevivieron al ataque siguió un peregrinar por obtener ayuda, con la piel cayéndoseles a pedazos y el fuego matándolos por dentro.
El objetivo de la bomba era generar un calor insoportable que algunos trataban de mitigar arrojándose al río que corre por la ciudad. Se dice que la temperatura causada por la explosión alcanzó los 12 000 °C, algo así como el doble de la temperatura en la superficie solar.
El señor Murakami nos muestra dibujos que ilustran a la gente caminando, consumida por el fuego. Muchos pedían agua, pero entonces se creía que si les daban de beber sería peor para ellos. Luego vino una “lluvia negra”. La gente alzaba la cabeza y abría la boca, pero era como si bebieran alquitrán. También hay una ilustración del río lleno de cadáveres.
El ataque dejó más de 140 mil muertos, en una ciudad que contaba entonces con 300 mil habitantes. Vinieron después más muertes provocadas por los efectos de la radiación. En algunas personas esa radiación se incubó durante décadas y se manifestó en forma de cáncer.
Algo así le ocurrió a Sadako Sasaki, una niña que se convirtió en símbolo de la paz y cuya estatua es uno de los puntos más visitados en Hiroshima.
Sadako era bebé cuando ocurrió la explosión. Aunque estaba a más de mil 500 metros del sitio del ataque, la pequeña salió disparada de su casa y, pese a temerse lo peor, su madre la encontró con vida y sin heridas evidentes. Parecía que todo marchaba de manera normal para ella hasta que a los 11 años enfermó de leucemia.
Sadako quería vivir y comenzó a hacer mil grullas de origami con la esperanza de salvarse, pues según una leyenda japonesa puedes pedir un deseo si logras completar ese número de grullas. Sasaki murió en 1955, pero su historia hoy es una de las más recordadas.
Las historias de la tragedia
El Museo Conmemorativo de la Paz abre con una foto panorámica de Hiroshima, devastada tras el ataque. Entre los escombros y la destrucción se alcanza a distinguir a algunas personas caminando por lo que fueran calles de la ciudad.
No faltan los testimonios de sobrevivientes o de víctimas que ahora hablan a través de sus objetos. Un triciclo, un uniforme desgarrado, ropa aún con sangre y algunas de las grullas que hizo Sadako se observan, no sin dificultad por la cantidad de visitantes que hay, en las vitrinas del museo.
Rostros desfigurados, terribles quemaduras en todo el cuerpo, miradas perdidas, piel cayéndose como si fuera un papel que se despega. Las fotografías que se exhiben en el museo son fuertes y directas. No dejan lugar a dudas del nivel de la tragedia. Son el documento de la devastación que sufrió Hiroshima.
Michiko Yamaoka, la hija de una sobreviviente, compartió la historia de su madre, su angustia por tratar de encontrar a su hermana con vida, el dolor por no poder ayudar a los heridos.
Yamaoka dice que su madre nunca olvidó a la gente que le pedía agua, tampoco a su hermana, a quien logró reconocer por la voz, pues su rostro estaba desfigurado.
“No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, muchas víctimas estaban todas deformadas, la gente lloraba. Estaba devastada. Sólo los sobrevivientes pueden entender”, dijo su madre a Yamaoka.
Parecería que el horror está por doquier en este lugar, pero es más bien el mensaje de esperanza y el deseo de paz lo que se vive en Hiroshima.
El señor Murakami, el guía, forma parte de un grupo de voluntarios que ofrece visitas al Parque y Museo para compartir esta parte de la historia. Lo hace, dice, para contribuir a la paz en el mundo.
Lo importante, nos dicen, es que esta tragedia no se olvide, como tampoco debe olvidarse lo ocurrido en Nagasaki, otra ciudad japonesa en donde fue arrojada una bomba atómica el 9 de agosto de 1945.
Hiroshima es hoy un milagro, una ciudad que se levantó de entre sus ruinas.
Con información de: Infonae