Pascal Beltrán del Río
Tres realidades impulsaron a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República en 2018:
1) La corrupción, que se desbordó durante el periodo de Enrique Peña Nieto. Asuntos como la “Casa Blanca” y los escándalos protagonizados por los gobernadores Javier Duarte, Roberto Borge y César Duarte causaron un enorme enojo en la población.
2) La inseguridad, que llegó a niveles nunca antes vistos, con más de seis millones de delitos del fuero común, y cuyo hecho emblemático fue la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa.
3) El raquítico crecimiento económico, que apenas promedió 2.4% en el sexenio, más de un punto por debajo de lo que se vaticinó en el Programa Nacional de Desarrollo, pese a las reformas constitucionales que se implementaron.
En su campaña presidencial, López Obrador machacó esos tres temas. Aseguró que, con su ejemplo de honestidad, ningún funcionario se atrevería a meter las manos en las arcas públicas; que el país se pacificaría al día siguiente de que él ganara las elecciones, pues ya no habría razones para delinquir, y que la economía de México crecería al doble que en lo que lo había hecho bajo los gobiernos neoliberales.
Hoy, con el tabasqueño ya fuera del poder, sin la protección verbal que se daba a sí mismo desde las conferencias mañaneras, los saldos de su sexenio comienzan a verse en toda su dimensión. Asentados los polvos de su retórica, queda claro que en esos temas torales, López Obrador se fue de tres, nada: no acabó con la corrupción ni con la inseguridad ni tampoco despertó al gigante económico dormido.
El informe anual de Transparencia Internacional, que ranquea a los países por la percepción que tienen sus propios habitantes sobre la corrupción, encontró en 2018 que México había retrocedido en el periodo presidencial que estaba por terminar, pues se ubicaba en el lugar 138 de 180 naciones evaluadas, mientras que seis años antes estaba en el 105 de 174.
Con Información de Excelsior.