Víctor Beltri
El silencio, siempre, es la primera señal de alerta. Sobre todo, en terrenos dominados por los grandes depredadores: en política —como en la vida silvestre—, el silencio repentino, en un entorno normalmente bullicioso, no significa otra cosa más que un ataque inminente. El león que se aproxima sigiloso a su presa, mientras calcula el momento oportuno para el primer zarpazo.
Donald J. Trump llegó al poder, por segunda ocasión, con una campaña diseñada para exacerbar los miedos y fobias más profundos del estadunidense promedio, y supo bien cómo aprovecharse de ellos. Migración y fentanilo fueron los estandartes que enarboló durante años con un discurso incendiario, atribuyendo la responsabilidad a nuestro gobierno y señalando a nuestro país como la fuente principal de los problemas más graves que su nación enfrenta.
México se convirtió en una piñata recurrente para la narrativa trumpiana durante su segunda campaña, sin que las autoridades mexicanas se tomaran la amenaza en serio: en el sexenio pasado, la hubris del poder perduró hasta el último minuto. El presidente López Obrador logró negociar con Trump durante su primer periodo —“I have never seen anyone bend like this”, evocaría más tarde el estadunidense— y supo navegar a sus anchas en los espacios abiertos por la debilidad del gobierno de Joe Biden. Como si los gringos no tuvieran memoria.
Como si no supieran cobrar facturas. Las visitas a Badiraguato fueron cada vez más frecuentes, las operaciones de la DEA en nuestro país fueron suspendidas de un plumazo. López Obrador utilizó la migración como un arma política, y soslayó la crisis del fentanilo como un problema ajeno, fruto de la mala crianza de nuestros vecinos; se burló de los cuestionamientos a su política energética con una canción de Chico Che, y estableció alianzas políticas que nos acercaron a la peor escoria del planeta. Las sospechas se incrementaban: “Tenemos entre nosotros líderes electos democráticamente que apoyan a tiranos en Nicaragua, Venezuela y en Cuba”, afirmaba en 2021 el entonces senador por Florida, Marco Rubio, en el contexto de la Cumbre Trilateral con México y Canadá. La desconfianza aumentaría, hasta que en 2022 López Obrador anunció que no asistiría a la Cumbre de las Américas: “Me alegra ver que el presidente mexicano, que ha entregado secciones de su país a los cárteles de droga y es un apologista de la tiranía en Cuba, un dictador asesino en Nicaragua y de un narcotraficante en Venezuela, no estará en EU esta semana”, fue la reacción del hoy secretario de Estado. “Lo emplazo a que presente pruebas”, demandaría, airado, el presidente mexicano.
El silencio, siempre, es la primera señal de alerta. Los primeros días de la administración trumpista han transcurrido en relativa calma para nuestro país, sin que los golpes espectaculares hayan llegado todavía. El terreno, más bien, parece estarse preparando: desde las órdenes ejecutivas firmadas en el primer momento posible, hasta la designación formal de los cárteles que serán considerados como organizaciones terroristas. El comunicado de la Casa Blanca sobre las “alianzas intolerables” del gobierno mexicano; la divulgación de las incursiones de los aviones espía. Marco Rubio comenzó su gestión con una gira para estrechar lazos con América Latina, y entre los países que visitó no estuvo México…
En política, como en la vida silvestre, el silencio repentino en un entorno normalmente bullicioso no significa más que un ataque inminente. La lista oficial de los cárteles se dará a conocer en unos días, así como el alcance real de sus objetivos estratégicos: la administración trumpista cumplirá un mes en el poder, y sin duda aprovechará la oportunidad para realizar anuncios espectaculares. La ofensiva contra México en realidad no ha comenzado, todavía: quien exigió pruebas a la ligera bien podría recibirlas muy pronto. Los gringos, a final de cuentas, sí tienen memoria. Los cubanos, más.
Con Información de Excelsior.