Hubo un tiempo en que la ciudad portuguesa de Póvoa de Varzim era conocida por su afición taurina. En el siglo XVIII se celebraban corridas de toros en la plaza de armas de la fortaleza de la villa, y en los años 40 del siglo pasado la popularidad de la lidia entre los habitantes locales era tal que éstos exigieron la construcción de una gran plaza en el centro de la ciudad.
Setenta años después, sin embargo, los toros ya no apasionan a los ciudadanos de Póvoa y la plaza monumental tiene los días contados. Desde hace años apenas se celebran espectáculos taurinos en la ciudad, y el templo edificado para acoger a los grandes toreros de antaño está medio abandonado. Con el fin de hacer un mejor aprovechamiento del terreno, este lunes el Ayuntamiento ha anunciado que en pocos meses la plaza será derruida; en su lugar se construirá un centro multiusos municipal con instalaciones que la corporación estima serán de mayor interés para los residentes locales.
El destino de Plaza de Toros de Póvoa es idéntico al de tantas otras que han desparecido en los últimos años en Portugal, donde la tauromaquia parece estar en vías de extinción. Según el informe más reciente de la Inspección General de Actividades Culturales (IGAC), entidad estatal encargada de supervisar la tauromaquia en tierras lusas, en cuestión de ocho años los eventos taurinos han perdido a casi la mitad de sus audiencias portuguesas, pasando de los más de 680.000 espectadores en 2010 a los 379.000 registrados el año pasado. En 2018 el número de espectáculos taurinos en Lusitania también cayó a mínimos históricos: de las más de 300 corridas celebradas en 2006, solo tuvieron lugar 173 el año pasado.
Ocaso de una actividad histórica
Durante siglos los espectáculos taurinos eran un elemento fundamental de la cultura lusa. Documentos históricos constatan que ya se celebraban corridas de toros en Portugal en el siglo XII, y en el siglo XVI el rey luso exigió la intercesión del Papa cuando un inquisidor lisboeta intentó abolir la actividad. En el siglo XIX surgió el factor que hoy en día sigue diferenciando la lidia portuguesa de la española: las autoridades prohibieron el sacrificio del toro a vista del público de manera informal, y nació así el ‘toreo a la portuguesa’ –en el que el toro muere en los bajos de la plaza, o directamente en el matadero–.
El toreo fascinaba a los lusos del siglo pasado, y en algunas ciudades portuguesas la obsesión con la tauromaquia rozaba la locura. En Oporto llegó a haber 11 plazas diferentes operando a la vez, y en la vecina ciudad de Espinho la plaza primitiva acogía a audiencias de más de 5.000 espectadores. Cuando asumió el poder, el dictador António de Oliveira Salazar reconoció la potencia del sector y decidió darle respaldo oficial. A lo largo de su régimen del Estado Novo (1933-1974) el Gobierno apoyó a la tauromaquia y subvencionó la construcción de plazas no sólo en Portugal, sino también en las entonces colonias lusas de Angola y Mozambique.
Sin embargo, la Revolución de los Claveles en 1974 puso fin a todo eso. Al igual que el fado, la lidia también fue rechazada al ser vista como una actividad excesivamente asociada con la dictadura de Salazar. Sin apoyo institucional, la tauromaquia pasó a depender de un público cada vez más desinteresado en un sector ahora visto como algo reaccionario, cruel y casposo.
Hoy en día quedan unas pocas plazas activas en la región centro y el sur, en las regiones agrarias del Alentejo y Ribatejo, en sitios como Vila Franca de Xira, Évora, Estremoz y Montijo. La morisca plaza de Campo Pequeno de Lisboa –el equivalente luso de Las Ventas en Madrid– ha sido parcialmente reconvertida en centro comercial y actualmente acoge más conciertos y convenciones que corridas de toros.
Un tema apolítico
En el país vecino la tauromaquia no tiene tintes ideológicos: donde menos hay eventos taurinos es en la Región Norte, baluarte de los conservadores lusos, mientras que el Alentejo –feudo tradicional de los comunistas lusos– es donde se celebraron el mayor número de corridas el año pasado. A diferencia de España –donde comunidades autónomas como Canarias y Cataluña han promovido la abolición de la tauromaquia, y donde otras como Madrid y Murcia financian la lidia–, en Portugal los políticos se han mantenido al margen del debate del futuro de los toros.
En la Asamblea de la República los diputados rechazan prohibir las corridas de toros –hace un año la amplia mayoría votó en contra de una propuesta que habría abolido la lidia en tierras lusas–, pero tampoco mantienen la lida con subvenciones. A nivel local, menos del 10% de los municipios portugueses destinan fondos a la celebración de espectáculos taurinos.
De esta manera, el futuro del sector lo decide la ley del mercado, y el desinterés del público tiene un papel determinante en el resultado de la situación. Si bien la tauromaquia portuguesa no desaparecerá por completo mañana, con cada año que pasa resulta menos factible celebrar corridas de toros en plazas medio vacías.
Aunque lamenta la tendencia, el sociólogo Luís Capucha, presidente de la Asociación de Tertulias Tauromáquicas de Portugal (ATTP), celebra que “el futuro de un evento popular esté en manos del pueblo” y no en las de los políticos.
“Me da pena que desaparezca, porque para los taurinos el toro es un animal sacro, que respetamos por su bravura, y es una lástima que se prohíba el motivo por el que fue creado, par a luchar por su muerte digna”.
“No obstante, no hay necesidad ni que el Parlamento, ni que un alcalde prohíba los toros; ya hay mucha gente a lo que los toros no les dicen nada. Si una ciudad quiere tener toros, que paguen por verlos. Y si no, pues que no los tengan”.
Con información de Cadena Ser