Uno de los versos más conocidos de Miguel León-Portilla es, al mismo tiempo, de los más contundentes, porque en él pareciera estar tanto su conocimiento del pasado indígena como sus advertencias acerca del presente: “Cuando muere una lengua, / ya muchas han muerto / y muchas pueden morir. / Espejos para siempre quebrados, / sombra de voces / para siempre acalladas: / la humanidad se empobrece”.
La poesía fue una de las facetas más cercanas a su sentir; quizá por ello uno de sus esfuerzos fue dar a conocer la literatura que se produce en lenguas indígenas, en especial la contemporánea, como lo reconoce la poeta zapoteca Irma Pineda.
“Don Miguel aportó mucho al florecimiento de una literatura en lenguas indígenas, ya que a través de sus escritos logró el acercamiento a términos que antes no resultaban tan aceptados, como la misma filosofía náhuatl”.
El poeta mazateco Juan Gregorio Regino se convirtió en uno de sus más cercanos con el paso del tiempo, lo mismo por el impulso a la literatura contemporánea, que por la necesidad de acompañar a los pueblos, de caminar juntos y “construir muchas acciones que buscaran mostrar esta parte rica, propositiva de los pueblos.
“Nos enseñó a pensar y a escribir nuestra propia historia, lo que a nivel de la sociedad es fundamental: conocemos otra versión de la historia de México gracias a él. Pero no solo en la parte histórica, sino en la contemporánea, lo que ya es un legado enorme”, en palabras del también director del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali).
Don Miguel León-Portilla no tuvo un 2019 nada sencillo. Prácticamente todo el año estuvo hospitalizado: precisamente el del Año Internacional de las Lenguas Indígenas o el de los 500 años de la llegada de Hernán Cortés al puerto de Veracruz. Natalio Hernández, poeta en lengua náhuatl, recordó que el historiador estaba preparando un video que hablaba de cómo la presencia de Europa en América había transcurrido de manera compleja, “y el gran compromiso que tenemos es amalgamar los dos acervos”.
“Don Miguel nos deja un gran legado que nos va a permitir entender y entendernos como nación antigua y moderna en esta perspectiva del siglo XXI”.
Hay silencio dentro de la sala Lorraine del Panteón Francés, por los rumbos de San Joaquín. Apenas se escucha un rumor, pese a quienes la recorren de un lado a otro, mientras el féretro de don Miguel está a la espera de trasladarse al Palacio de Bellas Artes. Unas horas para la familia y los más cercanos.
Algunos colegas y discípulos del estudioso de la filosofía náhuatl, entre quienes se encuentran Diego Valadés, Leonardo López Luján, Concepción Company Company, Javier Garcíadiego, Diego Prieto, Natalio Hernández o Ángeles González Gamio.
“Era alguien que sabía disfrutar la vida, pero siempre con disciplina, con empeño y con esfuerzo, una gente profundamente sencilla que nos enseñó mucho como persona y como académico”, a decir de Diego Prieto, director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). P
ara quien fuera su discípula, además de sobrina, Ángeles González Gamio, con la partida de don Miguel, México pierde al hombre más importante de las últimas décadas, “a la conciencia moral, le podía decir todo a quien fuera y siempre era aceptado y respetado”. Quizá por ello la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, lo definió como un “máximo de la cultura mexicana”.
Con información de Milenio