Camilo Fidel López come, bebe, piensa, duerme y respira grafiti.
Donde el ojo promedio ve paredes de edificios vacías y monótonas, López, fundador de Vértigo Graffiti, un grupo de artistas que se dedican a esa forma de arte, ve lienzos en blanco, oportunidades para promover de manera colorida causas de justicia social, bien sea en Bogotá, su ciudad natal y la capital colombiana, o en el resto del mundo.
A sus 38 años, parece más joven: lleva una barba desaliñada y vestía pantalones de mezclilla y una camisa informal sin mangas. En su recorrido por Bogotá, que se ha convertido en uno de los principales destinos grafiteros del mundo, no dejaba de moverse.
Aunque no es un artista del grafiti, López desempeña múltiples funciones en el grupo: director de arte, gerente comercial, promotor, negociador, abogado, empresario, productor de festivales y hasta guía turístico. Además, es profesor de Derecho del entretenimiento e Industrias culturales en la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá.
Él se niega a definir su ocupación laboral. “Mi trabajo es iniciar conversaciones”, dijo brevemente, en una de las pocas veces que habló de manera sucinta.
Pero su referencia más frecuente es Gabriel García Márquez, el escritor colombiano y ganador del Premio Nobel de Literatura, a quien López se refiere por su apodo, Gabo. “Esta línea de Memoria de mis putas tristes, la novela de Gabo de 2004, define mi filosofía: ‘No es verdad que las personas dejen de perseguir sueños porque se hacen viejas, sino que se hacen viejas porque dejan de perseguir sus sueños’”.
López es hijo de dos académicos socialistas, cuyas creencias se reflejan en su nombre: Fidel, por el líder cubano fallecido, Fidel Castro; y Camilo, por Camilo Cienfuegos, el revolucionario cubano y comandante en el ejército guerrillero que murió en un accidente aéreo poco después de que la Revolución derrocara al dictador Fulgencio Batista.
A petición de sus padres, quienes le sugirieron que primero obtuviera la mejor educación para luego entregarla a la defensa de la justicia social, decidió convertirse en abogado. Luego de graduarse de una de las mejores facultades de Derecho de Bogotá, López puso la mira en la Facultad de Derecho de Harvard, pero quedó destrozado cuando lo rechazaron.
Sin embargo, el rechazo de Harvard lo encaminó hacia su ocupación actual.
“Tenía 28 años y mi vida estaba patas para arriba”, dijo López. “Así que me fui de Cambridge, Massachusetts, a Manhattan para enterrar mis penas y desahogarme”.
“En el SoHo, me topé con una vibrante escena del grafiti que hablaba de la injusticia social. Incluso se vendía en galerías”, dijo. “Entonces se me prendió el foco y pensé: ‘Tal vez se podrían hacer ambas cosas: desencadenar una revolución social y hacer negocios con ella’”.
López regresó a casa y, en 2009, fundó Vértigo Graffiti.
“Esos primeros años fueron difíciles”, dijo. “Comenzamos a hacer demostraciones gratis en casas particulares para crear un portafolio. Hubo mucho ensayo y error hasta que aprendí lo que era posible hacer. A pesar de que, en ese momento, pintar en paredes públicas era ilegal, desde el principio hubo un interés por parte de algunas compañías. En 2011, creamos una campaña con Coca-Cola y Sprite”.
A menudo, López responde preguntas sobre ese esfuerzo artístico que, en gran medida, no encaja en definiciones tradicionales. ¿Son artistas anarquistas e independientes o solo se trata de capitalistas oportunistas que se están vendiendo a los intereses comerciales? ¿Es vandalismo o un ejercicio de libertad de expresión?
Según el abogado, las respuestas son menos importantes que la manera en que el grafiti está cambiando la percepción de la gente sobre su país.
“Antes de mudarme aquí hace tres años, tenía la misma idea errónea de muchas personas: Colombia es un país de productores de café con bigote y capos de la droga”, dijo Mark Bingle, gerente general de Four Seasons Casa Medina en Bogotá, hotel para el que López organiza recorridos de grafitis.
“Camilo me abrió los ojos a una nueva Colombia”, dijo Bingle. “Al dar vueltas, uno ve que los muros de Bogotá son como un museo vivo que respira historia moderna”.
En el último año, López llevó a Vértigo Graffiti hasta Ottawa, en Canadá; Miami, en Estados Unidos, y Amán, en Jordania; entre otros lugares.
López dijo que hace una década era imposible imaginar que el grafiti, que comenzó como una forma de protesta contra todo lo establecido, se usaría para simbolizar los vínculos entre dos gobiernos.
Pero sus ambiciones para el grafiti son más elevadas. “Quiero que sea reconocido como un arte de alta cultura”, dijo, “como la ópera, el ballet y el teatro”.
Con información de The New York Times