Puede ser un momento de frustración y hasta desesperación.
Quieres que tu niño o niña se alimente bien, tratas todos los trucos y persuasiones posibles, pero no hay caso.
No quieren probar ni un trocito de esa verdura, fruta o alimento que has preparado.
¿Qué más puedes hacer?
Investigadores del Hospital de Niños de Filadelfia y de la Universidad de Pensilvania en Estados Unidos aseguran tener una respuesta a esa pregunta.
Ambos centros realizaron un estudio en el que los propios padres fueron entrenados para convertirse en “terapeutas” de sus niños. Y los resultados, según aseguran los investigadores, “cambiaron la vida de las familias”.
El estudio se centró en poco más de 20 familias y en casos extremos, pero los investigadores afirman que las técnicas usadas son aplicables a una gran variedad de casos de niños que se niegan a probar o comer alimentos nuevos.
¿Qué es un “niño quisquilloso”?
Comencemos por una definición: ¿cuándo se considera a un niño “quisquilloso para comer”?
“Eso es subjetivo. Muchos niños pasan por fases normales en su desarrollo cuando son muy pequeños, con uno o dos o tres años, antes de ir a la escuela, en que son más quisquillosos e incluso neófobos, es decir, resistentes a probar algo nuevo”, explicó Dahlsgaard.
Los niños quisquillosos suelen ser niños que comen snacks o meriendas todo el tiempo y cuando se sientan a la mesa no tienen mucha hambre, agregó la experta.
“Yo trabajo con padres para enseñarles que no deben sentirse culpables si no lo permiten a sus hijos comer snacks antes del almuerzo o la cena”.
La psicóloga señaló que los niños quisquillosos y sus padres pueden ser blanco de todo tipo de comentarios negativos.
“A los niños les llaman tercos o malcriados o mimados y todo el mundo se siente con derecho a dar consejos que no ayudan como: ‘¡Oblígalo a que coma!'”
“Pero muchos de los niños quisquillosos tienen hermanos que comen normalmente. Los padres son los mismos, así que culpar a los padres es injusto y no ayuda”, agregó
“Y también sabemos que en algunos casos puede haber un componente genético que influye en la sensibilidad a cosas que te dan asco”.
- Establecer expectativas claras
- Esto significa, por ejemplo, decir a un niño: “Probarás y tragarás tres pedacitos de una comida nueva o no preferida” durante la cena o almuerzo, o en una hora predeterminada de merienda.
“Yo les enseño a los padres a que se den a sí mismos el permiso de fijar esas expectativas claras. Algunos padres creen que si lo hacen, sus hijos sufrirán o acabarán con algún desorden alimenticio. Pero muchas investigaciones muestran que eso no es cierto”, afirmó Dahlsgaard.
“Yo les recuerdo a los padres que ellos insisten todo el tiempo a sus hijos que hagan cosas que no quieren, como por ejemplo, que se cepillen los dientes, que vayan a la cama, que acepten ser vacunados, y eso es considerado ser buenos padres”.
- No tener miedo de ofrecer recompensas
Para Dahlsgaard no hay nada de malo en dar recompensas a los niños cuando cumplen la expectativa fijada. Y ofrecer comentarios positivos cuando lo hacen.
“Y si tu hijo no cumple con la expectativa, no tengas miedo de no dar una recompensa. Estas mostrándole que puede tener confianza en que tú cumples tu palabra”.
- Ignorar los gestos de asco
Cambiar comportamientos lleva tiempo, pero eventualmente las pequeñas victorias llevan a victorias mayores, señaló Dahlsgaard.
“En nuestras sesiones hacemos mucho juego de roles. Fingimos situaciones para que los padres aprendan a mantenerse calmados y optimistas aún cuando sus niños lloran, gritan o salen corriendo de la mesa”.
“Los padres en ese caso simplemente dicen, ‘está bien, sé que lo harás mañana'”.
Con información de BBC News