Hoy, 25 de noviembre, es un día importante para conmemorar, no para celebrar. Ojalá, como repetimos, como un mantra, quienes defendemos la igualdad, algún día la violencia de género se estudie solamente en los libros de historia.
Mientras tanto, tenemos que dar visibilidad a esta iniciativa. Y hoy, eso va más allá de sumarnos a la repulsa de los delitos cometidos por violencia de género en el ámbito de la pareja, que, hasta la fecha, y solo en España en lo que va de año, arroja una cifra de 51 víctimas mortales a las que habría que añadir las que sufren la violencia en silencio y con heridas en su cuerpo y/o cicatrices en su alma.
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer o Día Internacional de la No Violencia de Género se conmemora anualmente el 25 de noviembre, en todo el mundo, para denunciar la violencia que se ejerce sobre las mujeres por el hecho de ser mujeres y reclamar políticas en todos los países para su erradicación.
Sin embargo, la convocatoria fue iniciada por el movimiento feminista latinoamericano, en 1981, en conmemoración de la fecha en la que fueron asesinadas, en 1960, por motivos también políticos, las tres hermanas Mirabal (Patricia, Minerva y María Teresa), en República Dominicana.
Las llamadas Mariposas participaron activamente en la lucha contra el dictador dominicano Trujillo. Minerva sufrió acoso sexual por parte del tirano, quien solo obtuvo rechazo frente a sus lascivas intenciones. La negativa de la mediana de Las Mariposas le hizo montar en cólera e iniciar una represalia flagrante contra la familia Mirabal al completo.
La barbarie del dictador está siendo reconstruida, precisamente ahora, en el Teatro Infanta Isabel, en la escenificación de la obra de Vargas Llosa La Fiesta del Chivo, bajo la dirección de Carlos Saura, en la que, además de referirse, de soslayo, a las hermanas Mirabal, se cuenta la violación brutal por parte de Trujillo (un genial Juan Echanove) de una niña de 14 años, Urania Cabral (Lucía Quintana), hija de un adversario. Trujillo se cobró su virginidad, como mero ejercicio de poder y venganza. En esa adolescente, ha querido personalizar el autor a todas las dominicanas víctimas del tirano y su régimen.
Tal día como hoy, en 1960, Patria, María Teresa y Minerva Mirabal fueron secuestradas por la policía secreta: las apalearon, las golpearon y, las ahorcaron, y luego, tratando de dar apariencia de accidente al asesinato, las arrojaron por un barranco. El efecto en la sociedad no se hizo esperar: eran líderes, madres, activistas, luchadoras y jóvenes (36, 32 y 25 años).
El crimen agravó la indignación contra el régimen trujillista y conmovió a la República Dominicana, hastiada de treinta años de brutalidad y sometimiento. Solo seis meses después, Trujillo fue asesinado en la carretera de Santo Domingo a San Cristóbal, con la significativa complicidad de la CIA. Hasta los Estados Unidos se avergonzaban de la brutalidad de aquel que llamaban “su hijo de puta”. También es elocuente que los restos de Trujillo estén enterrados en el cementerio de Mingorrubio, al que el mes pasado fue trasladado, envuelto en la polémica, el féretro de Franco.
En 1999, la jornada de reivindicación del 25-N fue asumida por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la Resolución 54/134, el 17 de diciembre, en la que se invita a gobiernos, organizaciones no gubernamentales a convocar actividades dirigidas a sensibilizar a la opinión pública sobre el problema de la violencia contra las mujeres. Y así sigue ocurriendo, desde hace 20 años.
Como dice Gloria Steinem, “el indicador más fiable de si un país es o no violento –o si podría recurrir a la violencia militar contra otros países- no es la pobreza, la religión o los recursos naturales, ni siquiera el grado de democracia: es la violencia contra las mujeres. Esta normaliza las demás formas de violencia”.
Por eso, este año más que nunca tenemos que procurar defender la transversalidad de las políticas de género frente a la polarización que algunas voces histriónicas intentan introducir en tan grave asunto. No podemos permitirnos una confrontación artificial que va desde el negacionismo hasta el esperpento de una reivindicación extrema que se aparte de la coherencia. Los extremos no son buenos en ningún caso. La lucha para la erradicación de la violencia contra las mujeres debe encauzarse, respetando siempre el camino ya andado y avanzando en el sentido que marcan las organizaciones internacionales, que consensuan lo aprendido, más allá de las tendencias partidistas en los gobiernos.
Avancemos con rigor y coherencia, pero seamos conscientes de que hoy, muchas mujeres sufren en silencio sin denunciar, otras fueron víctimas en el pasado y necesitan en lo más profundo de su corazón que la sociedad les reconozca el sufrimiento real y que, este año, en España, hay ya 51 mujeres menos por esta lacra social.
Si quien lea esto, está siendo víctima de maltrato, le recordamos que el teléfono para solicitar ayuda o información es el 016. No deja rastro en el listado de llamadas de su compañía telefónica. Y sobre todo, debe saber que hay salida. No es fácil. Es muy duro. Pero al final del miedo, del terror, está la luz de la libertad y de la tranquilidad.
Con información de El Español