“Los sabios son los hombres que mueren con eco”, esta frase tomada de un antiguo historiador, explica la publicación de Tlamatini. Homenaje a Miguel León-Portilla, un libro que, a decir su viuda, Ascensión Hernández Triviño, “Chonita”, surgió de los corazones de 40 amigos que, a través de anécdotas, hacen honor al hombre, amigo, investigador, abuelo, maestro, historiador, filósofo, nahuatlato, lingüista, poeta… al humano.
La obra concebida antes del fallecimiento de don Miguel, hace un par de meses, debió acelerar su edición para ser presentada en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, donde fue comentada justamente entre amigos como la filóloga y lingüista Concepción Company, los historiadores Boris Berenzon y José María Muriá, y el antropólogo Diego Prieto Hernández, director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Como preámbulo, Alejandro Toussaint, director de Paralelo 21, explicó que en sus páginas están los testimonios de familiares, colegas de El Colegio Nacional, la Academia Mexicana de la Lengua y el Seminario de Cultura Náhuatl, discípulos, periodistas y amigos, todos ellos marcados por las palabras y el ejemplo de Miguel León-Portilla.
Ninguno de estos relatos soslaya la admiración al personaje, a su trato afable y a su gusto por el conocimiento. Tampoco eluden su huella en el manejo del concepto: “encuentro de dos mundos”, “el orgullo de que haya sido uno de los principales artífices para que México sea reconocido como un país pluricultural y plurilingüe”, sostuvo el editor.
El titular del INAH, Diego Prieto, calificó a León-Portilla como un “eterno aprendiz de la vida”, alguien que nunca dejó de sorprenderse, de dar nuevas interpretaciones y respuestas, y de señalar nacientes problemáticas. Su obra, indicó, “tiene un lugar asegurado en los estudios de las culturas y pueblos originarios, del continente americano, y de los nahuas en particular”.
Don Miguel —continuó—, hizo hincapié en la necesidad de estudiar estas culturas desde su propia cosmovisión, superando la mirada construida desde Occidente. Al mismo tiempo, “asignó a los pueblos indígenas un papel protagónico en la historia, recuperándolos del olvido y del desprecio, y reconociendo su presencia y sus luchas del presente, por lo que su obra es un estandarte de reivindicación”.
Este libro-homenaje, Tlamatini, es muestra de que sus enseñanzas, mezcla perfecta de erudición y humor, se quedan entre nosotros: “Sus aprendices somos todos, y cada día tendrá nuevos lectores y admiradores”, manifestó el antropólogo Diego Prieto.
De las 40 voces que recuerdan con cariño al historiador en este volumen, siete son investigadores ligados al INAH. Uno de ellos es el historiador Boris Berenzon quien, junto con Luis Jorge Arnau, se dio a la tarea de recopilar estos textos.
Berenzon afirmó que es parte de esos, otrora jóvenes, que definieron su vocación por el impacto que les produjo leer obras como Visión de los vencidos, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Tiempo y realidad en el pensamiento maya y El reverso de la Conquista.
Esa misma relación de admiración que se produce entre lector y escritor, fue la base de la amistad que, por su parte, José María Muriá construyó con don Miguel León-Portilla. El historiador jalisciense, especializado en el devenir de su región, contó varias de las anécdotas que consigna en su texto Historiador de leguas, parte de las cuales componen el libro-homenaje.
Muriá recordó el hecho funesto que selló por siempre, el 10 de junio de 1969, su relación con el tlamatini. Este se produjo cuando el célebre filósofo José Gaos, quien fuera su director de tesis doctoral, sufrió un paro cardíaco en plena deliberación y murió prácticamente en brazos de uno de los sinodales: Miguel León-Portilla.
A partir de ahí —señaló divertido José María Muriá—, “me convertí en su compañero de andanzas”. Juntos emprendieron un viaje por la zona del Mixtón en busca de las huellas del legendario guerrero caxcán Francisco Tenamaxtli; pero también impulsaron otras batallas, como la defensa del papel de los pueblos indígenas, al ser integrantes en 1992, de la Comisión Nacional del Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos.