Una cueva inundada en la península del Yucatán, en el sur de México, ha guardado durante 10.000 años los restos de «Ixchel».
Ese es el nombre con el que ha sido bautizado el esqueleto de una joven prehistórica, de 1,64 metros de altura, que terminó su vida de manera no muy agradable, aquejada de una infección bacteriana y con varios traumas en la cabeza.
Descubiertos por un equipo internacional, dirigido por geocientíficos de la Universidad de Heidelberg (Alemania), los restos considerablemente bien conservados poseen unas características físicas que se distinguen de otros grupos americanos, lo que puede arrojar luz sobre la historia de los primeros habitantes del continente.
El esqueleto del Pleistoceno fue descubierto cerca de la ciudad de Tulúm a unos ocho metros de profundidad en agua dulce y a 1.141 metros de la entrada de la cueva de Chan Hol (en maya, «pozo pequeño»), un cenote inundado como resultado del calentamiento global y el aumento del nivel del mar hace aproximadamente 8.000 años.
Otros nueve esqueletos prehistóricos ya habían sido encontrados en los últimos veinte años en este intrincado sistema de cuevas sumergidas cerca de la costa, entre ellos el de la famosa «Naia», una joven de hace al menos 12.000 años cuyo ADN, dado a conocer en 2017, sugería que los primeros pobladores del nuevo mundo llegaron en una única migración desde Asia a través del estrecho de Bering. «Ixchel» es el tercer individuo premaya de la cueva Chan Hol con entre 10.000 y 13.000 años de antigüedad.
Cabeza redonda
Los esqueletos de Tulúm ofrecen una valiosa información arqueológica. Por ejemplo, todos ellos exhiben características craneales de cabeza redonda -mesocefálicas-, diferentes a la morfología de cabeza larga -dolicocefálica- de los paleoindios del centro de México y América del Norte, explica el profesor. «Ixchel», llamada así por la diosa maya de la fertilidad, la sabiduría y la medicina, no es diferente.
Para los investigadores, la forma de la cabeza es una indicación de que dos grupos morfológicamente diferentes de paleoindios vivieron en Estados Unidos al mismo tiempo. Pudieron llegar al continente americano desde diferentes puntos geográficos de origen.
Pero, como escriben en la revista PLOS ONE, también cabe la posibilidad de que un pequeño grupo de colonos tempranos viviera aislado en la península de Yucatán y desarrollara una morfología del cráneo diferente en un corto período de tiempo.
La historia de los primeros asentamientos de las Américas resultaría, por lo tanto, más complicada y puede remontarse antes de lo que comúnmente se cree.
Caries y una infección
Llegar hasta los restos de «Ixchel» no fue fácil, según explica Jerónimo Avilés Olguin, responsable del equipo de espeleobuzos que recuperaron los restos y, como él mismo recalca, «español, nieto de madrileña nacido en México». «Fue todo un reto, por lo lejano del sitio -65 o 70 minutos nadando a buen ritmo-, y una vez ahí necesitas horas de trabajo», relata.
Los buceadores utilizaron vehículos propulsores Dive-Xtras para ahorrar tiempo y aire. En la cueva «caben solo dos personas. Además, es un lugar muy bajito, de apenas un metro del techo al piso. Y la visibilidad se arruina rapidamente, bastan unas cuatro respiraciones y el agua, la más cristalina que hayas visto, se convierte en horchata», relata. Los descubridores del esqueleto fueron el mexicano Iván Hernández y otro español, Vicente Fito.
Por suerte, el 30% del esqueleto estaba muy bien preservado, al mostrar buena parte del cráneo, la mandíbula completa, la mayoría de su huesos largos y huesos tan pequeños como las falanges de mano.
Sin embargo, es sumamente frágil. «Su preservación no era tan buena comparada con individuos encontrados en cuevas con una mayor profundidad (agua salada) en donde no hay un flujo de agua como en el agua dulce a poca profundidad», recuerda Avilés.
La mujer tenía aproximadamente 30 años en el momento de su muerte. «Aparentemente, tuvo un final infeliz porque sufría de abundantes caries y una grave enfermedad bacteriana, así como tres traumas en el cráneo», señala por correo electrónico Wolfgang Stinnesbeck, líder del equipo de investigación.
En efecto, el cráneo de la joven presentaba múltiples heridas y una posible infección bacteriana (de treponemas) le causó una alteración severa de los huesos craneales.
Al igual que los otros esqueletos de Tulúm, los dientes tenían caries, posiblemente debido a una dieta alta en azúcar. En contraste, los dientes de la mayoría de los esqueletos paleoindios del centro de México y América del Norte están desgastados y sin caries, lo que sugiere que comían alimentos duros.
Pobladores diversos
Para fechar con precisión el hallazgo, los investigadores utilizaron un método de datación basado en la desintegración radiactiva del uranio y su conversión en torio.
De esta forma, fecharon los isótopos de uranio-torio de una corteza de cal que había crecido en los huesos de los dedos en la cueva Chan Hol, originalmente seca. Norbert Franck y su equipo del Instituto de Física Ambiental de la Universidad de Heidelberg creen que el esqueleto tiene una edad mínima de 9.900 años. Sin embargo, el cuerpo ya estaba esqueletizado y el hallazgo prehistórico puede ser aún más antiguo.
Para los investigadores, este y el resto de hallazgos óseos de Túlum demuestran el asentamiento inesperadamente temprano del sur de México.
«Esta nuevas investigaciones nos indican que los primeros pobladores de América fueron biológicamente muy diversos y que quizás el poblamiento original se dio en tiempos mucho mas antiguos de lo que hasta ahora se piensa, ya que se requiere de tiempo suficiente para poder obtener estas diferencias morfológicas en poblaciones humanas», explica Silvia González, profesora de Geología del Cuaternario y Geoarqueologia en la Universidad John Moores de Liverpool.
Con información de ABC Ciencia