El 15 de septiembre del 2008 Damien Hirst marcó un hito en la historia del arte contemporáneo, o en la historia del marketing del arte. El mismo día que Lehman Brothers anunció su quiebra, Hirst inauguraba Beautiful inside my head forever, su venta al por mayor en Sotheby’s. 223 lotes de obras de arte que se vendieron por más de 200 millones de dólares (algo más de 180 millones de euros), y que engrosaron aún más la economía de quien estaba considerado el artista más rico del mundo.
Hirst recibió elogios y críticas a partes iguales por convertir una casa de subastas en sala de exposiciones y dejar tan claro que su interés no solo era hacer arte, sino venderlo. Las críticas arreciaron, Hirst aumentó su millonaria fortuna y así continuó durante años. Sin embargo, esta semana The Times ha publicado una conversación con el artista en la que ha explicado cómo se encargó de despilfarrar sus millones sin control hasta llegar a dejar sus cuentas en números rojos.
Damien Hirst es el miembro más destacado del movimiento conocido como The Young Brithis Artist que dominó la década de los noventa, artistas cuyas obras siempre estuvieron rodeadas de polémica por tratar explícitamente temas como el sexo o la violencia, pero también reconocidos por innovar en los materiales y procesos que utilizaron para crear sus obras.
En sus confesiones al periódico británico, Hirst reconoce que “lo hubiera perdido todo si no hubiera podido seguir haciendo dinero”. El artista afirma que perdió el control de su negocio y que el despilfarro en el que se vio inmerso le obligó a despedir a 50 empleados y a vender parte de su propia colección de arte para poder sobrevivir en mitad de su bancarrota.
Damien Hirst nació en Bristol hace 54 años y creció en Leeds. Su padre era mecánico y abandonó a su familia cuando él tenía 12 años. Su madre, de ascendencia irlandesa, trabajaba para la Oficina de Atención al Ciudadano y ha llegado a manifestar que perdió el control de su hijo cuando él era aún muy joven.
Hirst fue detenido en dos ocasiones por robo y tuvo fuertes enfrentamientos con su progenitora por su forma de vestir y sus gustos musicales, sin embargo ella sí fomentó su afición por el dibujo, casi la única asignatura que interesaba verdaderamente a su hijo. Hirst trabajó en la construcción y después estudió Bellas Artes en la Universidad de Londres.
En 1991 realizó su primera exposición individual, en 1995 consiguió el Premio Turner, que organiza cada año la Galería Tate de Londres para galardonar a artistas menores de 50 años y que se ha convertido en el premio más promocionado del Reino Unido, en muchas ocasiones por la controversia que generan sus exposiciones.
Damien Hirst tampoco se ha librado de la polémica. Ha recibido críticas por el número de animales que han tenido que morir para dar vida a su trabajo a lo largo de su carrera. Ovejas, tiburones, vacas, cerdos, toros, cebras, osos y peces fueron sumergidos entre 1991 y 2014 en vitrinas llenas de formal para crear una serie de sus obras. Pero aún más controvertidas han sido sus confesiones sobre la autoría de su obra.
En 2007 el artista confesó: “Apenas vendí una de las obras, usé el dinero para pagar a gente para que las hiciera, porque son mucho mejores que yo para ello. Me aburro y soy muy impaciente”. En 2012, fue David Hockney quien criticó su producción desaforada después de una exposición en la que presentó 1.375 obras de puntos de colores hechas por sus asistentes.
El dinero llovía y con la misma rapidez él lo gastaba, explica ahora. Perdió el control y la escalada de ayudantes, asistentes de ayudantes, técnicos para los asistentes y supuestos entendidos que no lo eran, se sumó a su propia pulsión a gastar sin medida pensando que la entrada de dinero no tenía fin. Hirst afirma al diario británico que subió de forma meteórica y se perdió en su propia fama.
“Me comporté de forma irresponsable con el dinero, siempre gané más al año siguiente que el anterior, pero aquello era insostenible”, cuenta el creador de la famosa calavera de diamantes. “La gente dice que es fácil hacer una fortuna, pero es difícil aferrarse a una”, continúa.
En sus declaraciones también habla del mundo que le rodeó durante años: “Comienzas pensando que necesitas un asistente y terminas con biógrafos, comedores de fuego, juglares y músicos que tocan la lira”, dice Hirst con ironía. “Después todos te dicen que ganan poco y más tarde que también todos necesitan ayudantes.
Vuelan en bussiness y tus negocios están llenos pero pierden miles de libras al mes [cuenta en referencia a uno de sus restaurantes en Londres]. Antes de que te des cuenta, de repente, estás en números rojos cuando no hace mucho tenías un montón de dinero en efectivo”, revela a The Times.
También reconoce que perdió el contacto con las cosas cotidianas, que abusó durante años del alcohol y las drogas y que la gente que se movía a su alrededor pensaba que cuanto más puesto estaba más dinero llegaría.
“Me dí cuenta que mis excesos y emplear a decenas de personas era insostenible”, dice Hirst. “Todos te quieren”.
El banco te ama y los contables te adoran porque están cogiendo tu dinero, pero llegué a ver que las cosas no cuadraban. En cualquier lugar donde haya dinero, hay cabrones tratando de quitártelo”.
La crisis que le dejó al borde de la bancarrota ha amainado y el artista –y sus extravagancias– vuelve a ser una máquina de hacer dinero con obras que muchos siguen pensando que están sobrevaloradas.
Por sus declaraciones parece haber aprendido la lección, pero hace solo unos días anunció en su cuenta de Instagram que está inmerso en un proyecto para construir una capilla en el sur de Francia cuya “aguja es un enorme brazo de bronce que apunta a Dios”. Los genios tienen estas cosas.
Con información de El País