Slavoj Žižek, Byung-Chul Han, Yuval Noah Harari, Judith Butler, Giorgio Agamben, Noam Chomsky, Roberto Espósito y Jean-Luc Nancy son algunos de los intelectuales que están reflexionando sobre las transformaciones que están empezando a suceder en el sistema económico, político y social y qué futuro nos aguarda a todos cuando esta cuarentena mundial termine.
Son tiempos raros. No sólo ahora, que estamos todos encerrados contando a través de las pantallas la cifra de infectados y de muertos y rogando —algunos le rezan a dios, otros al azar— que la de curados aumente drásticamente. De pronto, somos más espectadores de lo que ya éramos con una pasividad que desborda la razón y nos acorrala en la incertidumbre. También están el temor, la paranoia, el pánico, ¿qué más? La cruda sentencia de Fredric Jameson, que hoy parece “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, algunos la empezaron a poner en duda. ¿Cómo será el mundo cuando salgamos de nuestras casas y el coronavirus esté, por decirlo de algún modo, controlado?
Varios filósofos están pensando alrededor de estas cuestiones. Hay muchos puntos para desarrollar y es mejor hacerlo ahora, al calor de los hechos, con la impunidad del presente, pero con la convicción de que es mejor hacer preguntas inteligentes que dar respuestas tranquilizadoras. En ese sentido, Slavoj Žižek, lacaniano y marxista, se anticipó a todos y publicó un libro. Su título, Pan(dem)ic!, COVID-19 shakes the world, es un juego entre las palabras pandemia y pánico. Según adelantó la editorial, en sus páginas se cruzan Quentin Tarantino y H. G. Wells con Hegel y Marx. Hay fragmentos traducidos, pero empecemos por el principio, cuando el coronavirus aún no era pandemia sino apenas el nombre de una gripe peligrosa.
La primera alerta proveniente de Wuhan, el epicentro del virus, la recibió la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 31 de diciembre. Doce días después, la primera muerte. A fines de enero empiezan a detectarse casos en otros países, como Alemania y Japón. Rusia cierra las fronteras con China que, con varias ciudades aisladas, declara el 31 de enero 43 muertos en apenas 24 horas. Luego las fichas empiezan a caer como un dominó que salta de Asia a Europa, llega a América y se propaga como lo que es: una amenaza mundial. Los sistemas de salud que aún no colapsaron amagan con hacerlo, los Estados declaran cuarentena obligatoria y mandan a las Fuerzas de Seguridad a vigilar las calles. Esto no es un capítulo Black Mirror.
Quien comenzó, podría decirse, es el filósofo italiano Giorgio Agamben. Lo hizo el 26 de febrero en Quodlibet hablando de “medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus”, al que calificaba, con muy mala puntería, como “una especie de gripe”. Finalmente Italia se convertiría en el país más afectado. En ese primer artículo, Agamben señalaba la “tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno” (“agotado el terrorismo”, llega esta pandemia) y “la limitación de la libertad, aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla”.
Su par francés, Jean-Luc Nancy, uno de los más influyentes del país galo, le respondió en un breve artículo publicado en Antinomie. No lo hizo con dureza, puesto que Agamben es “un viejo amigo”, pero sí marcó su error: “La gripe ‘normal’ mata a varias personas y el coronavirus, para el que no hay vacuna, es claramente capaz de una mortalidad mucho mayor”. Su aporte, más allá del contrapunto, es este: “No hay que equivocarse: se pone en duda toda una civilización, no hay duda de ello. Hay una especie de excepción viral –biológica, informática, cultural– que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes ejecutores de la misma, y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”.
Roberto Espósito —también filósofo, también italiano— fue el que puso paños fríos. “Me parece que lo que sucede hoy en Italia (…) tiene más el carácter de una descomposición de los poderes públicos que el de un dramático control totalitario”, escribió en Antinomie, sin embargo deslizó una línea importante en todo este debate: “Hoy ninguna persona con ojos para ver puede negar el pleno despliegue de la biopolítica (…) Todos los conflictos políticos actuales tienen en el centro la relación entre política y vida biológica”. Si bien para Espósito la democracia no está en riesgo, al menos por ahora, “estamos presenciando una politización de la medicina investida de tareas de control social”.
Agamben volvió a la carga con una columna en Una voce el 17 de marzo para aclarar mejor su posición. “Lo primero que muestra claramente la ola de pánico que ha paralizado al país es que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la vida desnuda. Es evidente que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones religiosas y políticas ante el peligro de caer enfermos”, sostiene el filósofo. Habla también de “una guerra civil” donde “el enemigo no está fuera, está dentro de nosotros” y asegura que “una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre”.
Antes de que salga su libro, Žižek escribió una columna en Russia Today mirando más allá de los estados. “La actual expansión de la epidemia de coronavirus ha detonado las epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspirativas paranoicas y explosiones de racismo”, escribió el filósofo esloveno, para quien los aislamientos decretados tienen otro objetivo, además de evitar la propagación del COVID-19: “mantener en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza a nuestra identidad”. Además, asegura que la necesidad de reflexionar sobre el sistema que nos rige es prioritaria, así como “reinventar el comunismo basándonos en la confianza en las personas y la ciencia”.
Apegado al cine y la cultura popular, hace una analogía con la película Kill Bill de Tarantino y el golpe asesino conocido como técnica del corazón explosivo, donde la persona que lo recibe puede seguir viviendo como si nada pero, más temprano que tarde, su corazón explotará. “Mi modesta opinión sobre la realidad es mucho más radical: la epidemia de coronavirus es una forma especial de técnica del corazón explosivo en el sistema global capitalista, un síntoma de que no podemos seguir en el camino que hemos seguido hasta ahora, se necesita ese cambio”. Su propuesta, expresada mejor en el libro, es simple aunque para nada fácil: “El dilema al que nos enfrentamos es: barbarie o alguna forma de comunismo reinventado”.
“Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito”, escribió Byung-Chul Han en El País hace una semana. “El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia (…) No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana”, sostiene el filósofo surcoreano.
¿Por qué en los países de Asia se ha logrado mayor efectividad en combatir la pandemia? La respuesta está en la vigilancia digital, “un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado”, dice Han. Un control poblacional inédito: “En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar”, explica sobre algo que ocurre también en Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón, donde “no existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data”. Hay “un motivo cultural” que lo permite: “En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado”.
Yuval Noah Harari no es filósofo, es historiador, pero cuando escribe reflexiona como si lo fuera. En una nota publicada por Financial Times, el israelí asegura que “esta tormenta pasará, pero las decisiones que tomemos ahora podrían cambiar nuestras vidas para los años que vienen”. En este juego donde “países enteros sirven como conejillos de indias en experimentos sociales a gran escala”, hay dos opciones: “el primero es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano; el segundo, es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”. Sin embargo, para Harari, “una población bien informada y auto-motivada, usualmente es más poderosa y efectiva que un pueblo ignorante vigilado por la policía”.
“La situación es muy grave. Y no hay credibilidad en la afirmación de que el virus se propagó deliberadamente”, dice Noam Chomsky en una entrevista que le hicieron en Il Manifesto acerca de la pandemia y la reacción de los diferentes Estados. “Los países asiáticos parecen haber logrado contener el contagio, mientras que la Unión Europea actúa con retraso”, agrega. El filósofo y politólogo estadounidense desliza tres problemas sustanciales en este escenario: 1) “no tenemos ni idea de cuántos casos hay realmente”; 2) “el asalto neoliberal ha dejado a los hospitales sin preparación”; 3) “esta crisis es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental”.
Por su parte, la filósofa estadounidense Judith Butler escribió un artículo titulado “El capitalismo tiene sus límites” y publicado en Verso donde plantea “la llegada de empresarios ansiosos por capitalizar el sufrimiento global”. Se refiere a “la producción y comercialización de una vacuna efectiva contra el COVID-19. Claramente desesperado por anotarse los puntos políticos que aseguren su reelección, Trump ya ha tratado de comprar (con efectivo) los derechos exclusivos de los Estados Unidos sobre una vacuna de la compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El Ministro de Salud alemán, con desagrado, confirmó a la prensa alemana que la oferta existió”.
La curva de contagios y muertes sigue ascendiendo, y si bien hay países donde la situación parece ser menos caótica que en otros, todos dicen lo mismo: lo peor aún no pasó. De este lado del Atlántico, la cuarentena se va a extender varias semanas más y, posiblemente, se radicalice la seguridad: control poblacional en las calles por parte de los Estados. ¿Con qué mundo nos encontraremos cuando por fin salgamos de nuestras casas y el coronavirus esté, por decirlo de algún modo, controlado? Los filósofos, los pensadores, los intelectuales insisten en que, además de acatar las medidas preventivas, es necesario reflexionar sobre la vida que llevamos. Las preguntas inteligentes nos sacan de la pasividad.
Con información de Infobae/Luciano Sáliche